l movimiento contra el gasolinazo aparece inmediatamente después de que el movimiento del magisterio finalizó sus acciones más contundentes en la capital de República el año pasado, y después de que el de los padres de los normalistas de Ayotzinapa entró en desaceleración sin que esto signifique la desaparición de ambos. Dada su proximidad cronológica resulta importante hacer una comparación preliminar de estas tres movilizaciones para entender las formas de reacción y protesta de la sociedad mexicana y, si es posible, atisbar la perspectiva de una coordinación general del movimiento en el futuro inmediato.
Hay dos cuestiones que resaltan del actual conflicto: una es la respuesta de acto reflejo que se desató en casi toda la República. Es decir, en un primer momento sectores populares y clase media reaccionaron con el instinto de sobrevivencia de las masas que sin organización previa, sin teoría de por medio, trazaron objetivos muy concretos y territoriales respecto a dónde habrían de poner el acento y la energía de su actuar. Otro aspecto relevante es la solidaridad fraterna; en el discurso de estos primeros días aparece constante la referencia a Ayotzinapa y al movimiento de los maestros, sea cualquiera el punto del país en el que uno se sitúe. ¿Cuál es entonces la diferencia de este movimiento con los inmediatamente anteriores? En primer lugar, lo masivo de las movilizaciones regionales y su amplitud. Medios locales y los nacionales solamente destacan lo que acontece en las grandes urbes, pero en las ciudades medianas y localidades pequeñas la efervescencia es constante. Comparada con la lucha magisterial, como antecedente inmediato, y con el movimiento de los padres de Ayotzinapa, la actual movilización se diferencia porque resulta mucho más masiva. Otra diferencia es su alcance territorial; abarca casi toda la República. Tanto el movimiento de maestros como el de Ayotzinapa tuvieron expresiones en casi todos los estados, pero con grados de intensidad diferenciados; en el caso del gasolinazo esto resultó diferente. pues se percibe casi la misma intensidad de la protesta en zonas urbanas y rurales. Si esa efusión la midiéramos con algo parecido a la escala Richter, las ondas representativas de las regiones aparecerían en escalas muy semejantes. Como lo ha escrito en estas mismas páginas Luis Hernández estamos en los prolegómenos de una rebelión popular, lo que lleva a anticipar la respuesta de la Presidencia, que prácticamente navega políticamente sola, pero con el Ejército a un lado.
Otra diferencia sustancial es la variedad de actores que intervienen, lo cual lleva a considerar intereses diversos todavía no manifiestos. Es decir, se han conjuntado no sin problemas personajes partidarios de las más diversas tendencias junto con ciudadanos sin experiencia previa, pero con una energía destacable. Incluso actores diferenciados en una misma región; por ejemplo, en la ciudad de Hermosillo ha sido la clase media la que ha encabezado la protesta, mientras en la frontera de Nogales predominan los sectores populares. Sobra decir que en los casos de los movimientos magisterial y el de Ayotzinapa los actores casi se reducían al gremio docente, a los parientes y a los normalistas, sin dejar de lado que llegaron a tener gran influencia en las comunidades y un singular apoyo urbano en la capital del país.
Otro elemento a destacar es que la campaña de los medios en contra resulta menos creíble para el ciudadano medio, aunque sí intimidante. Un punto clave fue la agilidad de los inconformes para echar abajo con facilidad la maniobra de los saqueos que parecieron orquestados en los sótanos de los cuerpos de seguridad. Incluso intelectuales destacados como orgánicos del poder tanto en la prensa escrita como en las redes aparecen criticando no al movimiento, sino a las medidas adoptadas por el Presidente, como la firma del Acuerdo para el fortalecimiento económico y la protección de la economía familiar, que la misma Coparmex se negó a convalidar apenas el pasado martes, pero con argumentos más a la derecha que los del propio gobierno. Fijarse en los actores intervinientes y sus posiciones resulta clave en estos momentos que transcurren rápidamente para saber ante qué estamos y quiénes serán los compañeros duraderos de viaje. No se trata de un movimiento de generación espontánea, porque están en él representantes de casi todas las tendencias, sin que algún partido pueda hegemonizar la dirección política.
De producirse un crecimiento de estas manifestaciones en las próximas semanas nos dirá si es posible que mediante la rebelión pacífica se pueda obligar a la Presidencia a realizar cambios en la política económica o a renunciar. Por ahora, el problema central para este movimiento, como en su momento para los dos anteriores, comentados aquí, consiste en si podrá articular una coordinación general a través de las dirigentes regionales, como parece ser la tendencia, o pudiera suceder que como en los anteriores movimientos, no estará en condiciones de construir un instrumento de cohesión.
Para quienes vienen de la experiencia de luchas populares situadas a la izquierda, la actual resistencia contra el gasolinazo –no importando su durabilidad– es una oportunidad de aprender las formas de reacción y de posicionamiento de la sociedad en su conjunto con toda la complejidad que esto implica. Pero la lección más inmediata es seguir el instinto de las masas, porque difícilmente ellas se equivocan. Esto será más cierto en la medida que en ellas mismas reactiven la memoria histórica de las masas antecesoras que construyeron esta nación.