Nueva York.
n esta fascinante, intensa y gélida ciudad, la temporada de fin de año está marcada (como el resto del año, de hecho) por la abundancia musical; específicamente, hay una sobreoferta de conciertos navideños que van desde los más chabacanos caballitos de batalla del repertorio gringo hasta innumerables versiones del Mesías de Händel y variadas puestas en escena del Cascanueces de Chaikovski. Más allá de la discusión de los valores (o falta de ellos) de algunas de estas músicas, lo cierto es que se han vuelto lugares comunes de época; siempre he sostenido que lo único peor que la Navidad es la música navideña. Sin embargo, aquí en Nueva York sí hay alternativas musicales más que viables para despedir el año, y la Sociedad de Música de Cámara del Lincoln Center propuso una, irresistible e insuperable: una sesión con los seis Conciertos de Brandeburgo de Johann Sebastian Bach, presentados en el Alice Tully Hall.
De interés inmediato, el hecho de que el grupo propuso una visión estilística mixta, por así decirlo, de estas obras maestras. Por una parte, los Brandeburgos fueron interpretados con instrumentos y técnicas modernas; por la otra, se aludió a la tradición recientemente adoptada de utilizar un solo instrumento por cada parte, en vez de las multitudinarias orquestas de cuerdas que ocasionalmente siguen apareciendo para tocar esta música. Así, los Conciertos 5 y 6 del ciclo fueron interpretados con sólo siete músicos cada uno. Otro dato de interés: a lo largo de los seis conciertos, el ensamble hizo una rotación de músicos entre una obra y otra, lo que permitió escuchar sonidos y temperamentos distintos durante la sesión. Asunto de importancia no menor: me atrevo a suponer que el público de esa noche estaba formado esencialmente por turistas navideños despistados, porque la mayoría aplaudió incesantemente después de cada movimiento de los Brandeburgo, cosa que supongo infrecuente en el melómano neoyorquino habitual.
Como era de esperarse tratándose de músicos de alto nivel profesional, esta ejecución de los conciertos brandeburgueses fue, dentro de los parámetros del estilo elegido, impecable de principio a fin, y, dada la riqueza intrínseca de esta música incomparable, fue posible percibir momentos selectos de brillo y eficacia singular. Por ejemplo, el desinhibido manejo de las sorprendentes, agridulces disonancias que hay en el Concierto No. 1, enfatizadas sobre todo en los cornos. En el segundo movimiento de este concierto, el ensamble hizo destacar la hermosa línea melódica del fagot por sobre el soporte del violoncello y el contrabajo, generando una percepción más completa de la textura propuesta por Bach. Y en el cuarto movimiento, experto balance y precisión de relojería en el episodio a manera de cadenza para tres oboes y dos cornos. El balance fue también lo más destacado en el trabajo de los cuatro solistas (violín, flauta, oboe, trompeta) del Concierto No. 2, particularmente en el control dinámico, tan difícil de lograr, del trompetista David Washburn.
Los dos Conciertos de Brandenburgo escritos por Bach para cuerdas fueron quizá lo más atractivo de la sesión. En esa joya contrapuntística que es el No. 3, el grupo manejó sabiamente la magnífica simetría de los tres tríos instrumentales, mientras que en el No. 6 los intérpretes obtuvieron un rico y cálido color sonoro, enfatizando la ausencia de violines que propone el compositor. En su interpretación de la extensa cadenza para clavecín del Concierto No. 5, Kenneth Weiss optó por una línea de conducta muy interesante, al perfilar los vasos comunicantes de esta pieza con el estilo de los grandes clavecinistas franceses. En resumen, es preciso aplaudir que en medio de tanta papilla musical
navideña, la Sociedad de Música de Cámara del Lincoln Center haya elegido realizar esta magnífica, auténtica celebración, con estos conciertos que ofrecen al oyente atento porciones iguales de matemáticas y arquitectura para el cerebro, y de poesía y placer para el alma. No hay mejor música que esta, de lo cual dio testimonio una frase grabada en el interior de la tapa del clavecín de Kenneth Weiss: To Wake the Soul by Tender Strokes of Art.