na de las muestras que se exhiben actualmente en el Museo de Arte Carrillo Gil, y no es la exposición estrella, reúne obras abstractas de la colección que conjuntó el propio ingeniero y que ha historiado con gran acierto y efectividad la especialista Ana Garduño.
El doctor Carrillo Gil fue un pintor abstracto
, en cuanto al término aplicado a la obra que cae mayormente en el arte no representativo, geometrizado o no, francamente figurativo y, así, es posible afirmar un gran temor de ir contra las autoridades consagradas, como los teóricos Harold Rossenberg y Clement Greenberg, quienes sostienen que todo arte es abstracto, aun las creaciones más destacadas del clásico griego, como la Victoria de Samotracia o el Discóbolo de Mirón.
La pintura abstracta es la pintura por antonomasia a partir de la siguiente premisa: La naturaleza es igual al mundo como representación, o sea, como error
(Nietzsche, pero antes que él Schopenhauer). Hay poca diferencia entre una mancha de pintura en estado casi líquido, suspendida y escurriendo un poco sobre una tela, propulsada por un pintor de la primera o segunda generación de los expresionistas abstractos, y las manchas así representadas en la película El orden y el caos, que trata predominantemente de Manuel Felguérez, realizada por un joven cineasta español.
Se trata sólo de un bonito juego de acciones, porque en realidad todo es representación; no conocemos el mundo más que representado por nuestra óptica, y la representación pictórica no puede calificarse de errónea, porque entonces tendríamos que suprimir desde Piero della Francesca (uno de los pintores figurativos más abstractos que jamás hayan existido) hasta Lucien Freud, Antonio López, Carlos Orozco Romero y Paula Rego.
En todo hay grados de abstracción y en todo, también, hay figura
, incluso en los trazos muy libres, en gris oscuro, abigarrados, con los que el doctor Carrillo Gil quiso que estuviera representado (además de otras piezas posteriores) su amigo, el pintor Luis Nishizawa, presentes quizás en número excesivo en la exposición a que aludo, que principia con Wolfgang Paalen, no porque el gran maestro austriaco fuera el primer pintor abstracto de México, sino porque en la colección, a partir de la cual está armada la exposición, Paalen aparece como el segundo iniciador, antecedido por la excelente serie de pinturas de Gunther Gerzso realizadas durante aquel trascendente viaje a Grecia, hacia 1953, que le fue primordial.
Ninguna de ellas es abstracta, todas son paisajes figurativos que el pintor planteó ante escenarios naturales que uno puede, con bastante facilidad, traer al imaginario a partir de esas obras ante las cuales se encuentra y que representan la actitud del pintor visitante de la Hélade, donde se para a reflexionar pictóricamente vestigios de ágoras vacías, un páramo asoleado a orillas del mar, los remanentes inciertos de lo que otrora pudo formar parte de una vieja acrópolis, nada, como los propileos, el Partenón, o el Templo de la Victoria Aptera, se encuentra representado a partir de fotografías, de ilustraciones en libros o de la memoria de quienes han estado allí y podrían identificarlo.
Fue la opción, primero visual y después configurativa, lo que en este caso contó y vino en algunos casos a servir de parteaguas respecto de los inicios de la pintura abstracta mexicana.
Esos inicios en realidad no corresponden a Gerzso, quien durante su época cinematográfica –de la que necesitamos más muestras– con quienes estuvo ligado, aparte de los escritores y cineastas, fue con las pintoras surrealistas extranjeras que realizaron alta y muy competente obra en México con antecedentes europeos; me refiero por supuesto a Remedios Varo y a Leonora Carrington.
Esta muestra, por más que no entregue –ni era esa su intención– los principios de la abstracción mexicana, salvo en el acervo del propio museo, sirve de buen antecedente a la exposición estrella
a la que se dedicó, además de a ciertos préstamos de otros conjuntos, más una buena dosis también de la propia colección, que reúne obra considerada (y está bien que así se haya hecho, pues eso es) de archivo, que consiste en pósters originales que el doctor Carrillo Gil reunió de las exposiciones que visitaba; de modo que lo que tenemos es también la visión del coleccionista, que se ve a todas luces inspirada por la obra del acervo que iba armando, en el que pueden advertirse anuncios que proceden de varios museos y galerías, como la Maeght, en Suiza.
Una buena manera de reunir un conjunto de temas vinculados principalmente con obra del acervo, tal como proponía Rafael Tovar y de Teresa, a quien no dejamos de recordar en todo momento.