ntentemos, por un instante, entender los razonamientos de una misoginia que gana terreno en nuestras sociedades al tiempo que se desgasta, de modo acelerado, ese dique de contención que solía ser la corrección política. Una mujer asiste impotente al drama de ver que su marido gravemente enfermo no recibe una atención médica oportuna ni un apoyo eficaz de las aseguradoras. Por el contrario, todo conduce, de modo fatal, al agravamiento de la enfermedad del paciente y a un deterioro, sin paliativos, de su calidad de vida. La mujer se rebela frente a ese insensible aparato burocrático y a sus intereses creados, y emprende una lucha sin cuartel en contra no de un individuo en particular, sino de todo el sistema que la ignora y que con premura condena a su esposo, ese resto de vida humana para ellos tan prescindible. Esa frialdad de las aseguradoras, su contubernio con un poder médico, y la lucha de la esposa por hacer más llevadera la agonía de su pareja o por procurarle una esperanza posiblemente inútil, es el asunto central de Un monstruo de mil cabezas, cuarto largometraje del realizador Rodrigo Plá (La zona, La demora), basado en un relato de la escritora Laura Santullo, su guionista preferida.
Retomando el tema de la misoginia, no sorprendería que de haberse cambiado los papeles y haber sido el marido quien emprendiera una lucha similar contra el sistema de las aseguradoras para proteger a su esposa, se entendiera y justificara cabalmente la violencia de su empeño y los extremos a que ello pudiera orillarle. En el caso que presenta la guionista Laura Santullo, es una mujer, Sonia Bonet (Jana Raluy), quien protagoniza esa violencia desesperada y se enfrenta a dilemas tan duros como el tener que exponer en el intento la vida de su hijo adolescente. Y no son pocas las voces que califican su actitud de radical, exagerada o sencillamente histérica. De este modo, el monstruo de mil cabezas del título no sólo sería ese sistema inclemente que sacrifica al marido, sino también esa parte sustancial de una opinión pública que descalifica o condena a toda mujer que rompe con el rol de género asignado para asumir una combatividad inusual o agresiva. Y al respecto abundan los ejemplos: desde el muy reciente papel que interpreta la brasileña Sonia Braga en Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, quien lucha con denuedo en contra de la voracidad de la empresa inmobiliaria que busca su desalojo, hasta el empeño solitario y tenaz de una enfermera que atiende al hombre desahuciado a quienes todos ignoran lamentablemente en el sistema burocrático de corrupción generalizada que presenta la cinta rumana La muerte del señor Lazarescu, de Cristi Puiu.
La pareja de cómplices creadores Rodrigo Plá y Laura Santullo refrenda, en su nueva cinta, su gran solvencia narrativa y artística para sugerir una atmósfera opresiva y mantener un trepidante ritmo de suspenso en lo que ahora es abiertamente una apuesta de thriller con un cuestionamiento social. En La zona era ya inquietante ver en la parábola de un microcosmos social de enfrentamientos clasistas los síntomas de una descomposición moral colectiva; y, más tarde, en La demora, los extremos de indefensión y abandono a que podía llegar un anciano en un sistema que le escatima un digno espacio vital. Un monstruo de mil cabezas alcanza en su crítica social un punto de exasperación que desemboca en una rebeldía desesperada. Que ese ánimo combativo lo asuma esta vez, de modo tan contundente, una mujer de una clase media duramente golpeada por la crisis y las contradicciones del dogma neoliberal, es algo que confiere a la cinta un toque de actualidad y una gran pertinencia.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
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