ólo un genuino amor al arte, transmitido de generación en generación, puede provocar escenas de pánico como las vividas en Moscú en días recientes, cuando se produjo un tumulto, que hizo rodar por el suelo a algunas personas.

La venta anticipada por Internet se colapsó poco después de comenzar y miles de moscovitas –desafiando los 16 grados bajo cero que registran los termómetros por estas fechas decembrinas– hicieron durante varias horas fila a la intemperie con la esperanza de adquirir una entrada.

¿Tanto sacrificio para ver un partido de hockey sobre hielo? Nada más lejos, se trata del ansiado boleto que da derecho a apreciar 42 cuadros, el cual se hace efectivo no antes de dos semanas, desde el 31 de diciembre siguiente y hasta que acabe el cupo previsto el 15 de enero.

No se trata de una exposición más en una ciudad como Moscú, que alberga museos de la talla del Pushkin o la galería Tretiakov, entre los mejores del mundo.

Es una cuidada selección de obras que van de los siglos XII al XVIII, algunas de las cuales nunca habían sido mostradas fuera de la Ciudad del Vaticano, que –inaugurada el 25 de noviembre anterior y abierta al público hasta el 19 de febrero de 2017– abarrota a diario las salas temporales de la Tretiakov, bajo el título Roma Aeterna: tesoros de la Pinacoteca Vaticana.

Ciertamente, estar unos minutos frente a las alegorías de La fe y La caridad, de Rafael; Piedad, de Bellini; Descendimiento de la Cruz, de Caravaggio; El martirio de San Erasmo, de Poussin, y otras joyas de los grandes maestros que conforman la colección reunida por los jerarcas de la Iglesia católica, relega a segundo plano las inclemencias del clima y hasta los involuntarios empujones.

Juan Pablo Duch, corresponsal