ara Rüdiger Safranski El mal (Tusquets, 2000, pág. 215), “la teoría del instinto de muerte, en Freud cifra el comienzo de la fatalidad en el instante en que la piedra es perturbada en su quietud, la transición de la vida inorgánica a la orgánica no hubiera debido suceder nunca. Se trata de una especie de excrecencia que no podía tener buen fin, especialmente porque esta vida adquiere en el hombre conciencia de sí y por ello sabe de su muerte. Según Freud, el hombre, en definitiva, sólo puede elaborar este saber o bien apartando la muerte de sí –matando vida ajena– o bien dirigiendo las fuerzas destructivas contra sí mismo. El hombre es una especie de curso erróneo de la evolución.
En Freud está rota la fe en el éxito necesario de la historia humana. La consternación por los horrores de su siglo lo impulsó a veces, más bien, al otro extremo, hasta el punto de no conceder ninguna oportunidad al carácter abierto de la historia, es decir, a la libertad humana, que puede decirse tanto por el bien como por el mal. Las fuerzas destructivas de la naturaleza humana se presentan demasiado poderosas.
La muerte es la separación irremediable, es descomposición, es la no respuesta, concretar la ausencia. La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parezca a primera vista, una factualidad empírica; no se agota allí, me toca, me traspasa, me trasciende, me inquieta, no puede serme ajena.
La muerte del otro que muere me afecta en mi propia identidad como responsable, identidad no sustancial, no simple coherencia de los diversos actos de identificación, sino formada por la responsabilidad inefable. El hecho de que me vea afectado por la muerte del otro constituye mi relación con su muerte.
Quizá la muerte se remita, en alguna forma, a ese doble juicio fundante freudiano en la simultaneidad de la atribución y la inexistencia, es un juego especular enloquecido entre la omnipotencia y el desamparo original, entre la alucinación y la realidad, en la búsqueda incesante de alcanzar aquello originario que se perdió, en ese velado juego de desplazamientos de ese objeto primigenio hacia los subrogados en la realidad exterior, aciago y trágico devenir de la existencia en la que transitamos como seres marcados por la contradicción en un escenario de doble fondo, siempre a cuestas con lo fantasmal deslizándolos por los márgenes, en la inquietud de ser y no ser.
Finalmente, la única certeza pareciera ser que la muerte nos ronda y se esconde donde no tiene dónde.