Él volverá
El papi más lindo del mundo
A pesar de todas las experiencias anteriores, Amelia no pierde la esperanza de que su marido regrese. Durante cuatro años, cada vez que hablan por teléfono –ella desde la caseta improvisada en Ocumichu, Lucio desde quién sabe dónde– él le ha prometido que volverá para celebrar juntos la fecha en que se conocieron (febrero), su aniversario de bodas (junio), su cumpleaños (agosto), el de su hija Guadalupe (noviembre) o la Navidad.
Han pasado las fechas señaladas sin que Lucio haya cumplido su promesa. Al cabo del tiempo Amelia se ha vuelto experta en reprimir su desencanto. Para desvanecer el de su niña, justifica las ausencias paternas inventando motivos que engrandecen la figura de Lucio: No llores, mi amor. Si papá no vino es porque tiene dos trabajos: quiere juntar mucho dinero para comprarte todo lo que quieras.
Papá me habló anoche por teléfono. Ya estabas dormidita y no quiso que te despertara. Me pidió que te dijera que siempre piensa en ti y que va a mandarte un regalito porque sabe que te portas muy bien.
Para fortalecer la imagen del padre generoso y atento, Amelia compra en el tianguis algún juguete (empaquetado en una caja con instrucciones en inglés) y se lo entrega a Guadalupe en nombre de Lucio: Lo mandó a la fábrica porque pensó que allá era más seguro que lo recibiera. ¿Te gusta?
Por la expresión y los comentarios de Guadalupe, Amelia se da cuenta de que su hija le cree y cada vez se siente más orgullosa de su padre. Lo adora porque siempre que puede le envía regalos lindos y en la foto que le mandó cuando era muy chiquita él sonríe feliz. De seguro tu padre estaba pensando en ti cuando se la tomaron
, le dice Amelia.
Este año, como ya puede escribir mejor, Guadalupe está dibujando una tarjeta: Para Lucio: el papi más lindo del mundo.
Allí aparecen dibujados –con una torpeza que conmueve a Amelia– ella y su padre junto a un pino lleno de esferas rojas con chispitas de diamantina. Protegida con papel celofán, piensa entregársela cuando venga a visitarla esta Navidad.
Amelia piensa que, si como otros años, su marido no vuelve para las fiestas decembrinas, ella tendrá que sobreponerse a su tristeza, inventar nuevas justificaciones y traerle a la niña algún juguete supuestamente enviado por su padre. En cuanto a la tarjeta, quedará junto a la televisión, quién sabe por cuánto tiempo, hasta que poco a poco, la diamantina se desgrane, el cartón se deforme y la alegría del rencuentro se deje para otra fecha memorable en que tal vez regrese el papi más lindo del mundo.
II. Exceso de velocidad
Aurelia cede a la tentación de marcar el número del supermercado. Enseguida escucha, sobre un caótico fondo musical, una voz grabada que solicita sus datos, le pregunta si es su primera compra y le da indicaciones: Digite el número telefónico con que lo registramos
. (Pausa.) ¿Desea hacer su pedido? Digite nueve o espere en la línea. Uno de nuestros empleados le atenderá.
Aurelia se muerde los labios hasta que al fin oye una voz real, afable: La atiende Néstor. ¿En qué puedo servirle?
Quiero hacer un pedido exprés a domicilio.
”Adelante por favor, la escucho.” Aurelia enumera los mismos diez artículos de siempre. Cuando termina, como si no lo supiera, pregunta cuánto tardará su pedido. Entre una hora y una hora y veinte. ¿Algo más en que pueda servirle.
No, gracias.
Aurelia cuelga y se dirige al baño para arreglarse el cabello y comprobar que esté bien abrochada la blusa que le regaló su hijo Luis Alberto en el último diciembre que pasaron juntos. Mientras espera dirige su atención a los rumores de la calle, impaciente por oír la motocicleta del repartidor.
Reza para que sea el joven que se parece tanto a Luis Alberto. La primera vez que el empleado fue a entregarle su pedido casi se desmaya al verlo y en el momento de pagarle lo llamó con el nombre de su hijo. El joven la corrigió: Me llamo Oshio.
No sabía. Pero qué bueno que me lo dijo, así para la próxima...
Después de aquella tarde, Aurelia ha llamado varias veces a la tienda y ha hecho el pedido con la esperanza de que vaya a entregarle la mercancía Oshio, el muchacho que se parece a su hijo en la estatura, el color de los ojos, el tono de piel, la sonrisa y hasta en la violencia con que acelera su motocicleta.
A veces es tan viva la ilusión de encontrarse frente a Luis Alberto que, apenas cierra la puerta, bendice al empleado, le suplica que no maneje tan rápido y que le llame por teléfono en cuanto pueda. Así fue la breve ceremonia con que despidió a su hijo hace ¿cuántos años? Aurelia podría saberlo con sólo leer el periódico donde se enteró de la noticia: Esta madrugada cayó del segundo piso del Periférico un joven que conducía una motocicleta. Por su credencial de elector fue posible identificarlo como Luis Alberto Hernández Roa. Testigos oculares aseguran que el accidente se debió a exceso de velocidad.