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Ver día anteriorDomingo 11 de diciembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La marcha de la economía estadunidense: la cuarta
A

si concluimos el año. El viernes pasado, el precio del petróleo –nuestra mezcla mexicana de exportación– superó ligeramente 44 dólares por barril. Y el promedio de 2016 está un poco por encima de 35 dólares por barril. Aun en la hipótesis –poco probable a pesar de las bajas y altas de esta semana– de un descenso de precios durante los poco más de 15 días hábiles que faltan de este difícil 2016, el promedio se conservaría en esos 35 dólares. Recordemos. El ajuste para el cierre del presupuesto de 2016 presentado el 8 de septiembre pasado al Congreso indicaba tres variables básicas:1) un promedio anual de 36 dólares por barril para nuestra mezcla; 2) un tipo de cambio de 18.30 pesos por dólar como promedio de este año 2016; 3) finalmente, un volumen de producción de crudo de 2.130 millones de barriles al día, también en promedio para 2016.

Así, se esperaban –se esperan– ingresos petroleros brutos por 514 mil millones de pesos, correspondientes a 2.7 por ciento del PIB. Con valores equivalentes para 2017 (42 dólares por barril, 18.62 pesos por dólar y 1.947 millones de barriles al día de producción de crudo) se estimaron ingresos de 556 mil millones de pesos, cinco por ciento superiores en términos reales respecto a 2016. Pero participación similar en el PIB. Por esto mismo, se plantea astringencia presupuestal por el lado del petróleo. Y poco margen de maniobra para soportar –en el propio ámbito energético– transferencias presupuestales obligadas, como en el caso de la electricidad. La mayor parte es subsidio a los consumidores, básicamente residenciales y agrícolas. Del orden de 100 mil millones de peso. Informe Presidencial dixit. No se nos olvide.

Tampoco se nos olvide que pese al promedio anual del orden de 2.50 dólares por millón de unidad térmica británica (dll./MMBTU), el gas de referencia de Henry Hub en Luisiana camina rumbo a cuatro dólares por MMBTU. Y esto en el marco de lo que algunos especialista ya denominan guerra del gas natural, al mencionar no sólo el papel del gas ruso en Europa, sino de lo que podría ser el nuevo juego estadunidense para suministrar un importante volumen de gas natural a Europa. Presidente Trump dirá. Lo comentaremos en otro momento.

Sigamos con la reflexión sobre la economía estadunidense. Y profundicemos un poco más sobre la evolución del empleo. Recordemos que en los últimos 30 años el indicador de la productividad general (producto real por hora trabajada de todos los empleados no agrícolas) evolucionó por encima del indicador del empleo (ocupados sin incluir a los trabajadores del gobierno, ni a los trabajadores domésticos, ni a los trabadores de organismos no lucrativos, ni a los trabajadores del campo). Pues bien, uno de los aspectos más sorprendentes del panorama del empleo es que –como lo he comentado en algún momento– la duración del desempleo es cada vez mayor. Y ha sido muy difícil alcanzar los altos estándares de otras épocas. Es decir, lograr que el tiempo de un desocupado para volver a ocuparse sea menor. Al de los años 50 (siete semanas). Al de los años 60 (ocho semanas). Al de los años 80, 90 e inicio del siglo actual (11 a 12 semanas). Ya no digamos –para sólo mencionar una cota más– al menor previo a la severa crisis de 2008 y 2009. ¡Apenas 16 semanas! Y digo apenas, porque desde hace casi año y medio los trabajadores ocupan entre 26 y 27 semanas en promedio para volver a ocuparse. Ya no las 40 del primer semestre de 2012. Sin duda. Pero tampoco las 17 semanas previas a la crisis.

Así, la llamada a veces tasa de presión (incluye no sólo despedidos sino a quienes tienen empleo insatisfactorio o de tiempo parcial, y que buscan otro) alcanzó en plena crisis 17 por ciento de la fuerza laboral civil. La tasa general de desempleo 10 por ciento (relación 1.7 de una respecto de otra). Pero en la medida que esta tasa general de presión y la tasa general de desempleo disminuyeron –lentamente por cierto– se mostró que hay mayor insatisfacción laboral. ¿Por qué? Porque la relación de la tasa de presión respecto a la tasa general se ha elevado a 2. Ha disminuido menos la tasa de presión que la tasa general de desempleo. No ha sucedido lo mismo –por ejemplo y por paradójico que parezca– en la relación de la tasa de desempleo de jóvenes entre 16 y 19 años y la tasa general de desempleo. La primera se disparó con la crisis. Se elevó de 15 a 27 por ciento. Pero esa elevación fue menos drástica que la de la tasa general de desempleo. De 4.4 por ciento a 10 por ciento. Esto muestra –por sí mismo– que se privilegió la expulsión de trabajadores de mayor edad que trabajadores jóvenes. Números similares muestran que también se privilegió la expulsión de hombres sobre mujeres. Y de hispanos y latinos sobre afroamericanos.

¿Quiénes, entonces, padecieron más el desempleo con la crisis de 2008 y de 2009? En términos de origen y en primer lugar los de mayor edad. Los hispanos y latinos. Y de manera genérica los hombres. Sin duda.