as amenazas e insultos del señor Donald Trump y asociados no cesan. Por el contrario, se acumulan y esparcen sus venenos con velocidad inusitada. La sociedad y el gobierno mexicanos se han paralizado: del estupor han pasado a exhibir sus aprensiones y francos miedos. No se visualizan, hasta ahora, las alternativas que serán indispensables para capear el aluvión en puerta. La crítica que se expresa en medios de comunicación es quizá el único sector que se ha adentrado en el tema. Ha explorado con detalle, honduras malsanas y francas tonterías del candidato y ahora presidente electo. Frente a él expresa sus contrariedades y peligros en cierne. Pero se engolosina en la deformada personalidad del magnate y en su desatada colección de disparates creyendo sin bases ciertas que, una vez en el puesto, se habrá de moderar. En los últimos días, sin embargo, comienzan a circular algunos análisis, de entidades privadas, que desgranan implicaciones sobre la eventualidad de cancelar el TLCAN. También se oyen, con titubeos y poca claridad todavía, consecuencias de las duras promesas del candidato Trump respecto a tocar, con rencor, la inmigración, un asunto por demás crucial.
En EU, tanto la sociedad, como algunas entidades gubernamentales han levantado, aquí y por allá, las primeras voces contrarias a las andanadas de Trump. Se identifican ciudades, estados o universidades que se definen como santuarios para los perseguidos. Los llamados dreamers, afectados de manera directa por las groseras condenas del magnate, aunque atorados todavía por sus seculares tribulaciones, han elevado la voz y se organizan. Tienen, en sí mismos, estampadas muchas huellas de la continua lucha llevada a cabo en pos de sus esperanzas. Se sienten y, en verdad son, ciudadanos de ese país, aunque la ley por ahora no esté enteramente de su lado.
Lo cierto es que, ese viento, plagado de premoniciones y malos augurios, que circula por este país, llega en un momento nada grato y sí muy congestionado. Se sabe, con precisión, de los muchos deberes no cumplidos tanto de gobiernos como de la sociedad. Deberes que, de haberse cumplido con atingencia, auxiliarían a contener los peligros en puerta. Optimismo silencioso, recomienda el oficialismo ante el cercano temporal. Esta actitud ha sido, hasta ahora, la respuesta por parte de la sociedad y el gobierno. No se atisba, por lado alguno, los indispensables trabajos y movimientos que son –y sobre todo serán– indispensables para enfrentar el corto plazo. El caso cubano y la misma personalidad de Fidel podrían auxiliar en estas azarosas circunstancias. La defensa a ultranza de la soberanía que vivieron allá se aquilata mejor ahora. Aquí, unas cuantas palabrotas contra el TLCAN, la inmigración y el levantamiento de un muro a cargo nuestro, son suficientes para sumir a la nación entera en la incertidumbre. El peso de devalúa de manera acelerada, la inflación toca la puerta, el crecimiento económico, ya de por sí achicado, se tambalea y escurre; la deuda pública se reconoce como oneroso manejo, la defectuosa fiscalidad no permite manejos contra cíclicos recomendables y el descontento cunde y se densifica. Alarmas amarillas sobre los puntos de preocupación ocasionados por las palabras altisonantes de personajes de poder. Habría que imaginar lo vivido por los cubanos que, al empezar su renacimiento después de una dictadura criminal (Batista), el imperio del norte los ataca y les impone el bloqueo económico, político, diplomático y social más feroz. Y lo hace sobre una pequeña isla, apenas a unos kilómetros de distancia a la que, además, siente como de su entera propiedad. La soberbia gringa se salió de madre, se le atragantó la desmesura del poder desplegado para sojuzgar a ese pueblo. Los cubanos y sus dirigentes se refugiaron en lo único que les quedaba: la defensa de su soberanía. El costo fue, es y, sin duda, todavía será enorme. Las libertades ciudadanas han pagado mucho del precio de la batalla. Pero la resistencia ha sido, también, heroica y en ello llevan atado el reconocimiento de muchos. La lección para las presentes trifulcas que esperan a los mexicanos a la vuelta de enero próximo, es fácil de extraer: es hora de aquilatar valores, remarcar la preciada independencia y llevar a cabo firme y prudente manejo de alternativas, drásticas algunas de ellas. No caer en blanduras, menos en bravuconadas. El vecino tiene innumerables ventajas, voces destempladas y altaneras en el poder y México muchas carencias, errores y tareas no cumplidas.
Durante los años recientes se insistió en privilegiar un modelo concentrador del ingreso que ahora dificulta o imposibilita la unidad. Partidos, Presidente y la misma democracia se han devaluado. Recargar el futuro en el comercio externo, descuidando el mercado y la producción interna, tiene costos inevitables. La dependencia del exterior es, hoy en día, abrumadora, pero hay rutas de salida. Ir temerosos al pleito que, con seguridad habrá que dar frente al gandaya vecino, es la peor actitud. Se puede pensar en un intercambio duro, apegado a la ley, pero decididos a llevar a cabo un cambio de modelo productivo y de gobierno como arma de oportunidad.