sí podemos considerar, sin exagerar, al Museo Nacional de San Carlos. Ya hemos hablado del soberbio palacio neoclásico que ocupa, obra del notable escultor y arquitecto Manuel Tolsá. Es una construcción única, con un original patio ovalado rodeado por una columnata de pilastras dóricas en el primer nivel y columnas jónicas en el segundo.
Lo mandó edificar la marquesa de Selva Nevada como regalo para el hijo que no heredaría su mayorazgo, pero a quien, en compensación, le daba el recién adquirido título de conde de Buenavista. Muchas historias ha vivido el majestuoso recinto que hemos platicado en otras crónicas, así es que hoy vamos a comentar las renovaciones y la exposición más reciente, que es extraordinaria.
El museo custodia la colección de arte europeo que perteneció a la Academia de San Carlos, la cual fue fundada en 1783. La integran obras de arte de grandes maestros que sirvieron de modelo a los estudiantes. Se enriqueció con trabajos de los propios profesores, muchos de ellos traídos del viejo continente y de alumnos sobresalientes.
La vastedad que alcanzó la colección requirió buscarle un recinto propio y con muy buen tino se seleccionó el hermoso palacio del conde de Buenavista. Tras acondicionarlo para tal fin, se inauguró en 1968 el que habría de llamarse Museo Nacional de San Carlos.
Tiene la fortuna de contar con una dinámica directora, Carmen Gaitán, y un eficaz y generoso patronato que preside Miguel Alemán Velasco. Gracias a ello, no obstante los recortes presupuestales que padecen constantemente las instituciones culturales, ha logrado realizar magníficas exposiciones con obra propia, préstamos de museos internacionales y de coleccionistas privados.
Un ejemplo es la recién inaugurada Francisco de Goya, único y eterno, que nos permite gozar la obra de uno de los pintores más geniales del arte universal. El español, nacido a mediados del siglo XVIII, fue prolífico y versátil, ya que lo mismo realizó impecable obra académica que originales grabados y pinturas, consideradas precursoras del impresionismo.
La muestra nos ofrece 125 piezas, tanto de Goya como de autores relacionados con su obra, que proceden de museos como el del Prado, Hammer, Meadows, Soumaya, Franz Mayer y de la Basílica de Guadalupe. También hay cuadros de las colecciones de la fundación Zuloaga, Pérez Simón y Jorge Ramos. Hay tres series de sus famosos grabados: Los Caprichos, Los disparates y La tauromaquia.
Estando aquí aprovechamos para visitar la sala Gótica, que fue objeto de una profunda remodelación. Las obras se renmarcaron y colocaron en unos amplios nichos que sustituyeron las viejas vitrinas, con moderna iluminación. Durante los trabajos aparecieron agradables sorpresas: se localizó, detrás de una imagen de San Jerónimo, un temple sobre tabla anónimo del siglo XV, que representa el martirio de Santa Bárbara. Se encontró una obra anónima del siglo XV y un símbolo del Santo Oficio.
Esta sala ofrece la oportunidad de apreciar ese arte medieval ingenuo, colorido, pleno de oros, con figuras estilizadas de elegantes movimientos. Son un tesoro que no hay en ningún otro museo de nuestro país, y aquí es parte de la colección permanente, así es que lo puede gozar cuantas veces quiera.
El estilo gótico, tanto en arte como en arquitectura, se extendió por toda Europa y llegó hasta Rusia, donde hay algunas obras magníficas. Esto nos inspiró a degustar comida de ese país, por lo que nos dirigimos a la cercana colonia Santa María la Ribera al restaurante Kolobok.
El establecimiento se encuentra en la esquina de Díaz Mirón y Dr. Atl, frente a la Alameda con su bello kiosko morisco. Es auténtica comida rusa; las sopas campesinas: borsch de betabel y rasolnik de cebada.
Una ensalada clásica es la shuba con arenque. Entre los platos fuertes destacan el befsrtoganov y el gulyash. De bebida le sugiero el kompot, que es un ponche frío de frutas secas o un vasito de vodka helado. De postre, el pastel de miel.