Opinión
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Los de abajo

Tristeza y pobreza

M

íralo, en una caja, ahí va, dice una señora sobre el malecón, al paso del cortejo que baja por la calle 23 con destino al oriente de Cuba. La urna de madera viaja dentro de una vitrina en un remolque jalado por un jeep militar. Las imágenes de los días siguientes mostrarán a millones de cubanos apostados en más de mil kilómetros de carretera y localidades rindiendo homenaje a su máximo dirigente. Un pueblo, literalmente, en las calles, siguiendo el camino de regreso que en 1959 emprendió Fidel Castro y los barbudos de Santiago a La Habana, con el triunfo de la revolución. La Habana es testigo no sólo de la tristeza profunda de un pueblo, sino también de la pobreza política de muchos de los mandatarios presentes en los funerales de Fidel en la Plaza de la Revolución. Hay coincidencia absoluta en que el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, se pasó, no sólo por el abuso en el tiempo, sino porque pretendió enseñarle su historia a los propios cubanos. Un discurso cínico de un hombre que traicionó su propia revolución y que hoy pide a Cristo que reciba a Fidel. Todos destacan lo que no han conseguido en sus propios países: salud y educación, los incuestionables triunfos de un país en el que ni un niño o niña vive en las calles, dentro del continente más desigual del planeta.

En el aplausómetro hay el consenso en que el último lugar se lo llevó el presidente de México, Enrique Peña Nieto, quien además se equivoca en una emblemática fecha. Afirma que el Granma salió de México el 26 de noviembre de 1956, cuando en realidad fue el 25, día y mes que coinciden con la muerte de Fidel, dato que se ha repetido estos días hasta el cansancio. ¿Por qué le aplaudieron tan poco a Peña?, se le pregunta a la gente. Es que el pueblo de Cuba sabe, responde una profesora, y separa al pueblo mexicano de su gobierno.

La participación de la juventud en todas las actividades es notable. Son demandantes, dignos, muy hechos. Después de las primeras horas empiezan a desesperarse por los lugares comunes de la mayoría de los mandatarios. Algunos se recuestan en la plancha de concreto y los adultos los recriminan como si fueran sus hijos. Ellos no hacen caso y siguen viendo sus celulares. Se incorporan cada vez que un discurso los estimula.

Son ya 30 años de visitar la isla y es la primera vez que escribo desde aquí. No sé muy bien los motivos. Quizás la permanente conciencia de que nunca se tiene la película completa, y de que no se deja ser una visitante que sólo ve trozos y trazos de un mundo complejo. Cambia poco a poco la fisonomía de Cuba, y se asoma una permanente resistencia. No será fácil. Nunca lo ha sido.

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