esde el purgatorio de la oposición, el Partido Demócrata inicia su reflexión sobre lo sucedido en la elección. En diversos puntos de Estados Unidos, los demócratas tratan de encontrar las causas del derrumbe de su candidata. Una de las observaciones más agudas proviene del liderazgo de ese partido en uno de los estados que integran el cinturón industrial, conocido como Rust Belt.
Hace varios meses, desde esa región enviaron un mensaje urgente al comité de campaña de Hillary Clinton. Habían identificado la imperiosa necesidad de incluir con más firmeza en sus discursos el tema de la recuperación de empleos, debido a que varios de los estados en esa zona del país son los más afectados por el traslado de industrias relacionadas con la producción automovilística y pesada. El mensaje se perdió en los entretelones de la burocracia del comité de campaña, y con él los votos de cientos de miles de trabajadores que elección tras elección habían votado por los candidatos demócratas. En cambio, Donald Trump encontró ahí la tierra fértil para no sólo hablar de la precaria situación de los trabajadores, sino para culpar al gobierno de su país por la fuga de empleos a China, México y otros países. No paró ahí, porque prometió además que los empleos perdidos regresarían. Independientemente de la inviabilidad de tal promesa, los votantes encontraron alivio en la demagogia del falso populismo y más falso aún repudio al establishment de Trump, y dieron la espalda a Hillary Clinton.
La columna vertebral de la campaña de la señora Clinton se sustentó principalmente en el tema social: la aplicación de la reforma de salud, la protección de los derechos humanos, del medio ambiente, de la dignidad de las mujeres, una política externa inclusiva, y la defensa de todos aquellos que Trump ofendió con su discurso xenófobo y racista. Otra parte de su campaña la empleó en defenderse de las acusaciones, nunca probadas, por la supuesta violación de las normas en el manejo de su correspondencia electrónica, incluyendo la irresponsable declaración del director de la FBI a una semana de la elección sobre el descubrimiento de más e-mails que supuestamente involucraban a la señora Clinton. Todo ello influyó en su derrota. Pero, de acuerdo con más de un observador, el problema fundamental fue no haber dado el énfasis suficiente al problema de la economía. Paradójicamente, se olvidó de un eslogan que a su propio esposo le sirvió para derrotar a George Bush padre en 1992 en la carrera por la presidencia: It’s the economy, stupid (es la economía, estúpido).
El mensaje económico cedió al social y fue uno de los principales factores que le costó el voto de las regiones donde la recuperación económica no llegó o no llegó a tiempo. Para los ciudadanos cuya situación económica está más o menos resuelta, el mensaje de contenido social tiene mayor relevancia que el económico. No es así para quienes la angustia del gasto diario es fundamental; en ese sector el tema social frecuentemente pasa a segundo término.
Ahora está claro lo que se había advertido desde el inicio de la recuperación económica; hay dos Estados Unidos. Uno es el de las costas, cuya prosperidad es evidente. El otro está en el medio oeste y sur, incluidas las vastas planicies agrícolas conocidas tradicionalmente como the heart land, o el corazón de la nación, donde la recuperación económica no ha llegado aún.
Hillary y Trump se refirieron a esa desigualdad, pero el énfasis entre ellos fue diferente. Ella trató de ser realista en términos de soluciones; él la usó demagógicamente para prometer lo que evidentemente le será imposible cumplir.
En solidaridad con el pueblo cubano. ¡Hasta siempre, comandante!