El plan estatal de desarrollo y los motivos de escepticismo
n el país sufrimos la inmutable persistencia de los problemas crónicos. Sexenio tras sexenio se ha generado una desconfianza reflejada sobre las bondades reales de un plan de desarrollo; todos en su momento prometen romper con el círculo vicioso que reproduce pobreza, desigualdad, desempleo, debilidad educativa y morbilidad resistente. Pero cada sexenio la historia ha sido la misma: los problemas no se van.
Hemos visto que se presentan planes y no se resuelve nada; no es extraño que justo pensemos eso con el plan actual. El escepticismo está instalado en el ánimo de la ciudadanía. Revertirlo requerirá de un esfuerzo enorme. ¿Por qué hemos de creer que ahora sí funcionará? Aún no tenemos razones para hacerlo. Pero deseamos que se empiecen a dar los motivos.
Hay 850 mil personas en estado de pobreza que requieren empleo decente, con ingreso suficiente y dotado de seguridad social. Pero las reformas estructurales que flexibilizan el trabajo y determinan el contexto en el que se inició el quinquenio generan empleos de mala calidad.
Está, además, la debacle nacional de los esquemas de jubilación. Para revertir esta inercia se debe romper con los comportamientos directivos anteriores, pero resulta que tenemos buena parte de continuidad de los equipos de gobierno.
Hemos sufrido un significativo aumento de violencia e inseguridad, lo cual se junta con los 124 mil jóvenes que no estudian ni trabajan.
Los signos que se dieron en la conformación del gabinete no mostraron grandes luces, sino todo lo contrario. A la pregunta de quién aplicará los planes osados y de radical diferencia, la respuesta no es la mejor posible, aunque en este momento están bajo el beneficio de la duda, propia de cada inicio de administración.
Los legisladores deben asegurarse de que el plan que aprueben tenga el contenido necesario para enfrentar los problemas y esté bien estructurado.