a endeble y dispareja normalidad de la relación con el vecino del norte se alteró repentinamente. Los primeros avisos del quiebre se recibieron dosificados durante los pasados 18 meses que duró la precampaña y campaña por la presidencia de Estados Unidos. El proceso para escudriñar, debidamente, tanto el contenido como el alcance de tales mensajes, ha ido del titubeo a lo poco creíble, pasando por la aprensión, el temor y, con serio margen de certeza, el choque frontal venidero. Los preparativos internos en la sociedad, en particular en el gobierno federal, no acaban de ajustarse y con seguridad tardarán en hacerlo. Mientras más días pasen sin la preparación suficiente, el ánimo, la información, los instrumentos necesarios para la pendiente negociación, así como los indudables costos, se irán modificando de tal manera que, de no precisar términos y referentes, se puede comprometer la estabilidad nacional.
Las señales, que desde la Presidencia de la República se han lanzado, han caído en terreno francamente movedizo. En cuanto a su comprensión, bien puede decirse que han sido erróneas y, para enderezar su efecto ya torcido, se habrá de emplear adicional tiempo, un ingrediente por demás precioso en estos menesteres. En la medida en que no han propiciado la inicial confianza colectiva, el rechazo y la intranquilidad ocupan lugar preeminente y se nubla el futuro de todos. La misma complejidad de las relaciones entre los dos países hace que, el proceso de negociación venidero, quede enmarcado y condicionado por un crecido número de incógnitas a despejar. Cada una de enorme significación para la continuidad de la vida en común.
Ante lo que ya se conoce de las biografías que llegan al gobierno que está formando el señor Trump, las alarmas se han encendido por doquier. Ya no caben dudas de la seriedad de los daños que se avecinan. El mismo talante de los funcionarios que quedarán a cargo de la negociación en puerta da seguridades del choque. Las órdenes que recibirán, para sacar la mejor tajada para sus intereses y la propia conveniencia ya no se discuten. Lo que espera a los enviados de Los Pinos será un escenario de confrontación directa, un campo por demás minado. Y, para ello,los negociadores deberán ir pertrechados al máximo. No se pueden esperar suavidades u optimismos, buenas maneras, menos insertarse en un ambiente modernizador de tratados y políticas migratorias aceptables. En esta perspectiva, ceder, aunque sea un pequeño palmo de terreno, quedará preñado de consecuencias negativas y será funesto para los mexicanos. El juicio colectivo que se habrá de formar con posterioridad dependerá del rumbo que la negociación adopte y el final derivado será ineluctable para este gobierno. Bien puede anticiparse que el equipo encargado para el feroz trasteo que espera no podrá basarse en esperanzas infundadas de que todo seguirá igual, lo mejor queda descartado de antemano. Tampoco se aceptarán excusas pueriles ni errores de cálculo. Aquellos que irán de avanzada no llevan, de salida, la confianza de los ciudadanos. El desgaste en credibilidad ha sido monumental, en especial durante los dos últimos años. Este 2016, particularmente grávido en consecuencias negativas para la partidocracia, se ensaña con el priísmo. La destapada e hiriente corrupción gubernamental sólo es superada por la enraizada impunidad de que han gozado la mayoría de los gobernantes. El padrinazgo de tan nociva situación emana y se atribuye, sin cortapisas, a la misma cúpula decisoria. La firmeza y, en especial, la imaginación para visualizar alternativas a lo establecido no son las cualidades que acompañan a los actuales gobernantes del país. Más bien se enfundan en formalidades, subordinaciones y buenos modales retóricos. Así las cosas, poco o nada positivo se espera que saldrá de los encuentros inminentes.
El TLCAN, asunto nodal, navega sobre una nebulosa en cuanto a la numerología de sus logros y deficiencias. Diseñado bajo las abusivas reglas neoliberales impuestas por Washington desde la década de los setenta, ha carecido de evaluaciones propias. Panistas y priístas, orientados por la tecnocracia, se han negado a evaluar la realidad y las consecuencias del tratado. Se sospecha que ha tenido aristas benéficas para el país y hay quien afirma que ha sido fundamental. Con cierta precisión se conocen las ventajas obtenidas por las empresas trasnacionales, en particular las del ramo automotriz. Las condiciones laborales han sido de franca explotación, impuestas desde arriba y hasta presumidas por la parte mexicana, y son, en extremo, onerosas para los trabajadores. El cerrojo del salario mínimo garantiza las ventajas (utilidades) buscadas por ellas. Para sus empleados disponen la medianía de sus ingresos sino es que franca pobreza. Put America first (poner por delante a EU) es el lema y exigencia que condicionará la mesa de negociación con intransigente soberbia. La postura se sostendrá en el desprecio a los mexicanos que emana Trump por todos sus poros. Las posibilidades de salir airosos gravitarán sobre la disposición a cambiarlo todo y diseñar un futuro sobre bases distintas. Por desgracia el ánimo y las capacidades actuales del grupo en el poder no apuntan en tal sentido.