na nueva derecha ha ganado las elecciones en Estados Unidos. Reforzará a la latinoamericana, con bríos que se habrán de sentir por todo el subcontinente. El atrincherado gobierno brasileño ha de estar de plácemes. Igual sentimiento embargará a Macri y a sus seguidores en Argentina. La desbocada muchedumbre venezolana, clasista y gritona, exigirá renuncias instantáneas, para lo cual contará con mayores apoyos en su feroz intentona de tirar a Maduro y reponer el anterior modelo depredador sin límites. Los fieles a la retórica del clero no podrán quejarse de la ayuda que, según ellos, les bajará desde los cielos y el norte para esparcir sus personales creencias como verdades reveladas. Los empeñados en lograr igualar derechos humanos básicos tendrán que resistir el empuje de iluminadas minorías. Chile, Colombia, Perú y México, la palanca neoliberal usada como contrafuerte de la corriente progresista otrora dominante en el sur, ahora en problemas, se alinearán sin recatos con el nuevo y dorado jefe de la banda.
Poco importará que el espíritu que inunda Washington tenga mucho de pedestre ignorancia, tintes fascistas y desprecio por los de diferente color y posturas. Saben, los ganadores, que el electorado que los llevó a triunfar es apenas un cuarto del total de la población. Saben también que el sistema electoral que les otorga la presidencia se diseñó hace ya más de siglo y medio: sin atender a las mayorías legitimadoras y recayendo en los poderes locales. Para el caso mexicano, sin embargo, habrá diferencias notables con la usanza anterior. En efecto, el modelo en boga se verá reforzado, pero muchos de los entendidos subyacentes quedarán afectados por múltiples, dañinos, ánimos y desplantes de soberbia. Llegarán tiempos, personajes y modos con rostros, cuerpos y motivos irreconocibles. Las molestias que ocasionarán entre los mexicanos de a pie estas alteraciones se harán sentir como un vendaval para el que no se está preparado ni se tiene defensas instaladas.
El mayor afectado será el pueblo trabajador estadunidense, incluyendo la parte que le dio su voto a los republicanos. Para esos que han quedado olvidados por sus élites políticas y económicas, el desengaño posterior será mayúsculo. Empezando por el sentido deterioro salarial y continuando por la erosión de los apoyos sociales que, de muchas maneras, ya se les escatiman. Trump no responderá al llamado del cambio que entrevieron sus seguidores a ultranza. El contacto supuesto con él como candidato, como supuesto salvador, se irá evaporando con el paso del tiempo y, en su lugar, quedará un agujero visible, grotesco. La frase del presidente Barack Obama afirmando que Trump no está capacitado para ejercer el puesto de mando en la Casa Blanca les caerá encima como onerosa sentencia. Trump encabeza una pandilla de neoliberales a ultranza que chocarán con sus ciudadanos y después con varias regiones del mundo. La propuesta de bajar impuestos (10% flat) suena ya muy repetitiva, escandalosa, desigual y concentradora. Ha rondado en ciertos círculos como amenaza extrema por varios años y su viabilidad es altamente cuestionable por el endeudamiento que ocasionaría. Al principio las clases medias y bajas sentirán alivio. Después vendrá el estancamiento por la falta de inversión pública y privada. Las propuestas de Trump para los primeros 100 días son, en conjunto, un alegato que levantará mucho ruido, pero la sustancia se perderá con rapidez. Para México y los mexicanos, sin embargo, el panorama es sombrío y peligroso.
El gobierno de Enrique Peña ha anunciado su intención de reunirse con el presidente recién electo sin esperar a que esté en funciones. No es, bajo casi consideración alguna, una jugada inteligente, precavida, ante los imponderables que se antojan cruentos e inminentes. El ánimo no será, de forma alguna, suave ni trotará sobre la rutina de periodos anteriores, plagados de glamur y formalidades. Se corre el riesgo de revivir las tonterías derivadas de la fallida visita de Trump a México en la campaña, tan cara para todos y, en particular, para la misma administración de Peña. El gobierno actual no tiene la capacidad para enfrentar a un rival tan altanero y xenófobo, en particular contra los mexicanos de aquí y de allá. Los consensos internos de soporte para enfrentar a Trump y a secuaces están perdidos, difuminados, endebles. La imaginación para diseñar alternativas coherentes, eficaces, no es una cualidad de Los Pinos y tampoco de su gabinete. Son, estos últimos, funcionarios y políticos formados en la suavidad, los acuerdos disfrazados y la subordinación. Desconocen el terreno de los pleitos a campo abierto y en callejón cerrado. La mínima prudencia debería llevarlos primero a una crítica de sus actuales armas de defensa y ataque ya muy tocadas por el desgaste de cuatro años. Segundo, no portarán consigo la legitimidad indispensable para un seguro enfrentamiento. Y, tercero, valorar con prudencia los mejores tiempos para la necesaria reunión. A esta administración le queda, a lo sumo, un año de operatividad antes de difuminarse en las tensiones del cambio sexenal. Será el próximo gobierno el que lidiará con Trump y sus muchachos pendencieros. Escoger el personaje adecuado será la principal tarea de los mexicanos. Aquel que amase sólido apoyo popular será, sin duda, la mejor alternativa.