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El poder femenino en Los Cabos

Los Cabos, BC.

D

e manera espontánea, los diferentes jurados del quinto Festival Internacional de Cine de los Cabos (o CIFF, las siglas de su nombre en inglés) coincidieron en premiar a mujeres cineastas en las diferentes categorías. Así, la británica Andrea Arnold ganó la competencia internacional con American Honey (también premiada en Cannes), la mexicana Lucía Carreras se llevó el premio de la crítica (Fipresci) por Tamara y la catarina en la competencia México Primero. Y el documental Bellas de noche, de María José Cuevas, obtuvo el Premio del Público.

Mientras, los premios de servicios de posproducción, otorgados por Labodigital, fueron para los respectivos proyectos de las realizadoras Sophie Barthe, Natalia Beristáin, Carolina Corral, Alejandra Márquez y Astrid Rondero.

Así, los reconocimientos para directores fueron la excepción, como el caso del Gabriel Figueroa Film Fund, que se otorgó a Julio Hernández Cordón, Michael Rowe y Reinaldo M. Green. Asimismo, la película ganadora de México Primero fue X500, del colombiano Juan Andrés Arango.

Según se sabe, el festival de Los Cabos tiene la particularidad de durar sólo cinco días (cuatro, de hecho) y eso comprime sus diversas actividades al máximo. Al ser invitado a participar en un panel de la crítica mexicana sobre la competencia internacional, compuesta por nueve títulos, no tuve la oportunidad de ver los estrenos mexicanos. Cabe decir que dicha competencia fue particularmente sólida. Con la excepción de The Other Half (La otra mitad), del canadiense Joey Klein, las demás películas se caracterizaron por su calidad formal y su interés en plantear, a veces desde el pasado, perspectivas relevantes y pesimistas sobre el statu quo actual (y eso que se hicieron antes de las elecciones presidenciales gringas). También fueron notorias las historias de amor frustrado, permeadas por el desencanto.

Aunque no fue reconocida por el jurado, tal vez el título más notable fue Operation Avalanche, segundo largometraje de Matt Johnson, que juega con las convenciones del falso documental y el pietaje encontrado para plantear el conocido argumento de que el célebre alunizaje de 1969 fue un fraude creado por agentes de la CIA. La película empieza en tono de parodia y, conforme se va consumando el engaño, se convierte en un hábil thriller paranoico.

De las nueve películas, quizá sólo American Honey (titulada Dulzura americana) y Christine (distribuida por Universal) se estrenen aquí comercialmente. El valor del festival es precisamente exhibir material que muy probablemente no se volverá a ver en pantalla grande en nuestro país.

La lástima es que el CIFF todavía no logra convocar a un público numeroso, si bien éste ha crecido año con año. Por lo que se puede ver, los espectadores se reducen a invitados del festival y gringos jubilados que viven en la zona.

Dada esa escasez, se ha procedido a invitar a grupos escolares a las funciones, lo cual es una monserga. En determinadas funciones, hordas de niños y adolescentes invadían las salas bajo la supervisión muy relativa de sus maestros. La motivación de aquellos no era la cinefilia, sino la oportunidad de irse de pinta oficial, consumir palomitas y refrescos, y echar relajo. No es que uno comparta la ideología de Herodes, pero la presencia de los niños fue ciertamente disruptiva para quienes sí asistimos a apreciar las películas.

Fuera de eso, el festival transcurrió con eficiencia y cumplió sus objetivos, sobre todo a la hora de procurar un acercamiento con Canadá y Estados Unidos en lo que a coproducciones se refiere.

Sin embargo, en mi tercera asistencia al encuentro me sigue dando la impresión de que resulta demasiado corto y concluye justo cuando uno está empezando a calentar motores. Un día más sería tal vez ideal para confirmar su importancia. La sobresaliente programación lo merece.

Twitter: @walyder