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Ver día anteriorSábado 12 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Trump, cultura y educación
L

a preocupación del gobierno y la sociedad mexicana por Trump seguirá siendo incompleta si se limita a la paridad peso-dólar, tratado de libre comercio, muro fronterizo y eventual deportación de cientos de miles de mexicanos. Nos es vital tener en cuenta, además, varias lecciones que ya se perfilan en el terreno cultural-educativo.

La primera consiste en constatar que estamos frente a un proceso cultural muy profundo. No es casual la irrupción triunfante de un discurso tan insólitamente burdo y agresivo como el de Trump y, peor aún, tampoco que pueda ser retomado y premiado con el nivel más alto de confianza –la Presidencia– que un país puede dar a un individuo. Que se encumbre a un personaje que se enorgullece de meter la mano en la entrepierna a las mujeres, que estereotipa e insulta a los mexicanos, que actúa como un perdonavidas arrogante que desprecia la historia de luchas de las minorías, no es un accidente; expresa una arraigada cultura machista y xenófoba que se está fortaleciendo en Estados Unidos y en otros países como parte del avance de la derecha y consecuencia del despojo que para muchos implicó la llegada de la avalancha neoliberal.

La segunda es que esa expresión cultural no es fruto de la desinformación o ignorancia. Estados Unidos es un país donde lo que menos ha faltado es escolaridad: nueve de cada diez adultos cuenta por lo menos con educación media superior; en México, poco más de tres (ver www.oecdbetterlifeindex.org). Tiene un poderoso sistema público-privado de ciencia y tecnología, prestigiadas universidades, centros de investigación social, artistas, escritores, agudos intelectuales.

La tercera, derivada de la anterior, es que se trata de un fenómeno cultural que claramente muestra los límites de la tesis de que la escuela civiliza. Nos muestra que la escolaridad no necesariamente significa educación en sentido amplio ni menos y automáticamente civilidad. Sobre todo ahora que la educación ha sido despojada de su sentido humanista y concebida como mera transmisión de conocimiento, o simple entrenamiento. Si hasta en el adiestramiento de animales la relación afectuosa e integral con el humano tiene un impacto importante, con mayor razón, entre humanos. Aprender a usar el lápiz o a realizar una sofisticada investigación puede ser también, si se quiere, una manera de aprender a ser humano, social, tolerante, respetuoso y solidario; precisamente todo lo que al nuevo modelo educativo en boga no le interesa y lo que a Trump tanta falta le hace.

La cuarta lección consiste en reconocer el enorme poder de las raíces culturales en los grupos sociales y, por lo tanto, la urgencia e importancia de repensar la educación. La elección de Trump y su fobia contra México no se explica sin esa parte de la cultura nacional estadunidense que es sumamente agresiva y belicosa (contra México de 1799 a 1918, por ejemplo, hubo más de 250 invasiones, agravios, despojos por parte de Estados Unidos, como recopila García Cantú). Cultura impulsada por la noción implícita, pero aún fuerte del destino manifiesto y de la supremacía sobre otros pueblos (sobre todo latinoamericanos, islámicos y africanos). Una cultura que por nada mata afroamericanos en las calles y que ha sido la educación profunda de generación tras generación de hombres y mujeres. Para México, la gran lección es la necesidad de anticipar. Porque desde hace décadas, acá se construye una convergencia cultural distinta a la estadunidense, aunque no menos preocupante. Por una parte, la guerra al narcotráfico, la presencia extensa y preponderante del Ejército en las calles, los tiroteos, las desapariciones masivas, las innumerables muertes violentas, la corrupción galopante y desenfrenada de funcionarios públicos, la narco cultura cada vez más difusa y, por otra, la marea neoliberal del gane gane, que juntas están arrasando y despojando de tierras y recursos a la otra gran base cultural –la comunitaria y familiar– que durante siglos ha sido la fortaleza de este país. Esta combinación es preocupante, además, por lo que está pasando en la escuela: en lugar de generar dispositivos que permitan a niños y jóvenes identificar y mirar críticamente esta confrontación de culturas y armar alternativas locales y nacionales, lo que tenemos es una reforma educativa que reproduce en la escuela lo que ocurre fuera de ella al abonar a la cultura persecutoria y agresiva yendo contra los maestros, estudiantes y jóvenes que buscan un lugar en la universidad.

Finalmente, nosotros, como nuestros vecinos, necesitamos construir una reforma que apunte a una educación crítica de fondo. Que al aprender ponga frente a nosotros lo que somos social y culturalmente, y que eso nos permita definir qué es lo que queremos ser con los otros. Para esta tarea se necesita una experiencia escolar muy distinta a la que hoy tenemos: libertaria, creadora de ciudadanos comprometidos a partir de su participación en la conducción de su propia escuela y en la construcción escolar que requieren para formarse como solidarios. Convertir la información y el conocimiento en instrumentos tangibles de formación crítica y de construcción de una nueva escuela, región y país. Esta será nuestra mejor fortaleza para lo que viene.

Pd. Rechazamos la toma de la Escuela Florestan Fernandes de Brasil.

*Rector de la UACM