La muestra en el Palazzo Grassi cierra un ciclo póstumo internacional dedicado al artista
Destacó la curaduría de las 90 piezas expuestas, por cuyo eclecticismo son inclasificables
Domingo 6 de noviembre de 2016, p. 6
Venecia.
Hoy concluye la primera retrospectiva en Italia dedicada al artista alemán Sigmar Polke (Oels, 1941–Colonia, 2010), alojada desde abril en el Palazzo Grassi, propiedad del coleccionista multimillonario francés François Pinault, con curaduría de Elena Geuna y Guy Tosatto, con la cual se cierra un largo ciclo conmemorativo póstumo, que se inició en 2013 con la retrospectiva del Musée de Grenoble en Francia, seguida por la exitosísima Alibis, muestra itinerante aclamada por la crítica (Tate, de Londres; MoMA, de Nueva York, y Ludwig Museum, en Colonia) que llevó tres años de preparación y reunió 265 de sus obras.
Influencia y vanguardia
Polke es así coronado como uno de los artista más influyentes de su generación, vanguardista, renovador del lenguaje pictórico que desafió cualquier convención de la pintura de la posguerra, quien se nutrió de registros antitéticos mezclados en la tela, empezando desde su obra temprana influenciada por el pop art y Fluxus, así como la inclusión de cultura alta y baja, de lenguajes artísticos distintos (fotografía, serigrafía, pintura, etcétera) y de fuentes diversas (literatura, filosofía, política). Su eclecticismo lo hace estilísticamente inclasificable, pero también un posmoderno ante litteram.
Polke fue un alquimista de la materia pictórica, es este su estilo inconfundible, y en ello se centró la exposición. Polke utilizó para pintar materiales inusuales o en desuso, como arsénico, polvo de meteorito, lapislázuli, malaquita, nitrato de plata, púrpura de Tiro, jugo de fruta, resinas, lacas y esmaltes industriales, entre otros.
Además ennobleció al lienzo que, de mero soporte, pasó a formar parte de la composición, al emplear telas estampadas o lana, fieltro, seda, etcétera, y al usar tejidos transparentes –generalmente en poliéster– incorporó también el reverso del cuadro, el marco y el bastidor.
La curaduría fue sobresaliente. La calidad de las 90 obras expuestas recorren su entera producción: desde Angel (1962) hasta Axial Age (2005-2007). Ésta última, formada por siete enormes telas, con las cuales daba inicio la exposición. Ahí está resumido el historial artístico de Polke, que sólo al finalizar el recorrido podía ser descifrado plenamente.
La muestra organizada según una cronología invertida y sin texto explicativo –excepto los títulos de las obras– transformó al visitante de pasivo observador en Flâneur. El objetivo más que didáctico estaba en el disfrute estético y en el descubrimiento de sus múltiples referencias estilísticas.
El silencio, la belleza del palacio neoclásico que asoma al Canal Grande (impecablemente restaurado hace 10 años, cuando fue adquirido por Pinault), la correcta iluminación, construyeron la atmósfera ideal para un encuentro íntimo y directo con la obra de Polke. Sólo así se puede calar en la sensualidad de su pintura, hecha de transparencias, reflejos, texturas, tonalidades, efectos de color que se modifican según la iluminación o la posición en que se mira el cuadro, que en ciertos casos recuerda el caparazón iridiscente de un escarabajo.
La obra de Polke, de manera particular, no puede comprenderse si no se observa en vivo, y esta exposición lo ha hecho patente.
La confianza en el visitante ha sido gratificante. Cada uno de los elementos presentes en Axial Age va cobrando forma paulatinamente. El púrpura monocromo, las transparencias, el bastidor, las imágenes tomadas de libros y modificadas con la fotocopiadora, el sentido místico, la profundidad del pensamiento, los puntos desgranados, los efectos pictóricos, la desorientación perceptiva, la ironía, la dualidad, etcétera.
Cada una de estas características está trazada a lo largo de la carrera de Polke, de casi medio siglo de actividad pictórica. Todos los elementos tienen su historia en el camino del artista y, en la muestra, el visitante fue componiéndola, como en un rompecabezas.
Al recorrer las salas se fue desdoblando ante la mirada del espectador, acompañada por la memoria de la segunda mitad del siglo XX, ahí plasmada en cada tela, entregándola con todo su misterio y voluptuosidad.