Javier Bauluz ganó el Pulitzer en 1995 por retratar el horror de la muerte en Ruanda
Eso es un peligro no sólo para los migrantes, sino para nosotros, opina en entrevista con La Jornada
Cada vez que cierran una ruta sólo se produce más dolor y muertes, señala
Martes 25 de octubre de 2016, p. 7
Con sus colegas de Associated Press, ganó el premio Pulitzer en 1995, por su trabajo en Ruanda. El horror de la muerte lo persiguió durante meses, tiempo en el que, paradójicamente, no tenía pesadillas con las imágenes de África, sino con algo que se le había quedado de un trabajo anterior: en sueños veía a una niña que cruzaba un cementerio en Sarajevo, bajo la mira de los francotiradores, para ir a buscar comida a un hospital.
Ahora le llaman síndrome de estrés postraumático
, dice, con suavidad, el español Javier Bauluz (Oviedo, 1960), quien llegó a México hace unos días para hablar sobre todo del trabajo que ha ocupado buena parte de sus últimos 20 años: la tragedia de los migrantes que buscan llegar a la vieja Europa.
En 2008 Javier recibió el premio Periodismo y Derechos Humanos, que otorga una asociación de su país, España. Por sus numerosos reportajes y arriesgadas iniciativas que sensibilizan a la opinión pública
sobre la inmigración y las violaciones a los derechos humanos, dijo el jurado.
Una de esas iniciativas es periodismohumano.com, donde se da lugar, con el lema Información que sí importa
, a los temas que suelen desdeñar medios tradicionales. A la mitad de la página web destaca una poderosa imagen que Bauluz captó al comenzar el milenio: en una plaza de Tarifa, Cádiz, se mira el cadáver de un migrante al fondo, y en el primer plano una pareja en trajes de baño debajo de una sombrilla. Muchos años después sigue vigente. Se titula: Quince años después, Europa sigue bajo la sombrilla
.
La frontera en Ceuta
En ese año 2000, cuenta Javier, nadie estaba contando lo que pasaba. “Sólo se veía a unos pocos migrantes que agarraban en el mar y llevaban al puerto, donde sí había unos fotógrafos, y la Cruz Roja les ponía unas mantitas. Pero la realidad era que en aquellos 30 kilómetros de costa todos los días llegaban botes, a cualquier hora… Nadie les atendía, estaban tirados durante cuatro, cinco, seis horas, tirados en la carretera, en la playa, con hipotermia, heridos”.
–Por lo que cuentas de esa imagen, nadie se acercó.
En este punto Javier muestra otras fotos de la serie. Se ve la playa a medio llenar. Pero nadie voltea hacia el lugar donde está el cuerpo del migrante ahogado. El cuerpo fue levantado cinco horas después, y el ataúd pasó al lado de la pareja de la sombrilla, que para entonces ya estaba tumbada en la arena.
Esa pareja representaba como mínimo a mucha gente que siguió en la playa como si no hubiera pasado nada. ¿Por qué? Porque son los otros, no son los nuestros y es el discurso que sigue avanzando. No es asunto mío, no es un muerto mío. Entonces se ignoraba, pero ahora lo que hay es rechazo. En Europa lo que está creciendo la xenofobia cada día y eso es un peligro, ya no sólo para los inmigrantes, sino para nosotros, porque nos obliga a preguntarnos quiénes somos.
Para tratar de dar identidad al cadáver del migrante muerto en la playa, Javier fotografió también sus pertenencias: un disco de Bob Marley, un retrato del Papa, un retrato suyo en una ceremonia de bautizo, un peine y 25 mil pesetas, lo cual era prácticamente nada
. Y llevaba también, dice Javier con ironía y pesadumbre, un arma de destrucción masiva, algo con lo que pensaba destruir Europa: una cinta métrica
.
Cuando a mediados de los años 90 se acercó a Ceuta y Melilla, donde comenzaba a alzarse el muro antinmigrante, Bauluz se topó con el titular de un periódico: Impermeabilización de la frontera en Ceuta
.
–No se levanta un muro, se impermeabiliza; no se aprehende, sino se rescata
o asegura
. Las políticas contra los migrantes están llenas de eufemismos.
–El lenguaje es una de las armas de destrucción masiva. Cuando dicen que hacen una devolución de migrantes están hablando realmente de una deportación ilegal. Lo malo es que los medios reproducen ese discurso oficial, usan el mismo lenguaje, con lo cual las cosas parecen algo diferente de lo que en realidad son.
En México a invitación de la Brigada para Leer en Libertad, Bauluz afirma que los muros y otras medidas simplemente sirven para hacer rutas de migración más peligrosas.
Lo único que he aprendido en estos 20 años es que cada vez que hemos cerrado una ruta eso sólo produce más dolor y más muertes.
Javier recuerda que dos décadas atrás un guardia civil le dijo que la valla era una estupidez porque pasaría lo mismo que ocurrió con la cerca de los conejos en Australia, que morían a los pies de la valla y sobre los cadáveres de ellos saltaban otros (la famosa Rabbit Proof Fence atravesó ese país a lo largo de mil 830 kilómetros, pero fue inútil para acabar con la plaga de conejos).
El ojo no es un dron
–¿Qué te ha dado el Pulitzer?
–Muchas entrevistas (risas).
–Y ventaja para tus entrevistadores. En una decías que con tu trabajo pretender llegar a la cabeza y el corazón de la gente, no a su estómago.
–Si con una imagen produces rechazo, lo que sienten es una cosa de estómago, pero no entienden nada y rechazan ver más. Si abres un periódico y ves vísceras destrozadas, en España decimos casquería, eso no te produce tristeza ni información.
–Estar cerca para tomar la foto, pero también tener distancia para mirar el hecho.
–Está la famosa frase de Robert Capa: Si tu foto no es suficientemente buena es que no has estado suficientemente cerca
. Yo la entiendo no sólo cerca físicamente, sino también sicológica, emocionalmente. Empaparte lo más posible de lo que está sucediendo porque así lo vas a poder explicar mejor. Y al mismo tiempo, mantener la distancia porque tú eres testigo, no protagonista.
–¿Un ojo capaz de captar todo para poder contarlo?
–Pero el ojo pertenece a una persona, a unos sentimientos, a un cerebro, no es un dron. No es lo mismo poner una cámara automática en un punto de las vías del tren donde están pasando los refugiados que acompañar a esas personas en su viaje durante días, viendo todo lo que les sucede, en los momentos importantes que gráficamente expresan ciertas historias. No te puedes permitir llorar porque tienes que estar enfocado a tu trabajo. No sé, a lo mejor media hora después…
–Te las viste muy duras después de Ruanda.
–En aquella época ni se hablaba del síndrome de estrés postraumático. Y no fui yo solo. En Ruanda lo que tenías era un millón de personas muriéndose enfrente de ti, a mil por día, te sobrepasaba. Hubo periodistas veteranos, médicos, militares sufriendo el síndrome. No había acción, sencillamente gente que se moría frente a ti.
–En una guerra corres siempre, ahí sólo mirabas la muerte.
–¿Cómo aguantar toda esta mierda? Siempre digo que teniendo la conciencia tranquila y haciendo lo que crees que debes hacer y lo que puedes hacer, y por otra parte también, sacándolo fuera, contándolo, que puede ser grabándolo en un casete, aunque sólo sea para ti. O escribirlo, para ser publicado o no. En el caso de Ruanda escribí un texto que acompañó el libro que hice con Médicos sin Fronteras.
–¿Por qué un smartphone no hace a un fotoperiodista?
–Ni un smartphone ni la mejor cámara del mundo. Lo hace el ojo que tengas, el conocimiento del tema y del ser humano, entre otras muchas cosas. Puedes tener la mejor máquina del mundo y no vas a poder contar lo mismo ni de la misma forma. Todo mundo puede tener un bisturí en casa, pero ¿todo mundo puede hace una cirugía?