ituados frente al sobado espejo de adivinanzas y venturas, las élites políticas, esas mismas que aparecen al frente de esta enojada nación, apuntan hacia el horizonte de sus ambiciones permanentes. Han descubierto, en el fondo de esa pulida superficie, el punto de sus deseos y confluencias. Y, ante él, empiezan a desfilar, emperifollados de pies a cabeza, para decodificar la opaca imagen que los refleja, por centenaria vez, sus contradicciones y tamaños. Pasan revista a todas y cada una de las piezas de su vestimenta y las sienten completas, listas para la batalla definitoria. Esa entrevista contienda que puede garantizar su sobrevivencia: la que tendrá lugar el venidero año de 2017. Las debacles de 2015, de todas sus tristes sorpresas, las visualizan lejanas, superadas. Esta vez no sucederá cosa parecida, exclaman. Revisan cada palmo del terreno que los rodea y, sin temores o precauciones que podrían paralizarlos, han sonado la trompeta de avance. Y, dotados con las armas a su alcance, se lanzan a la contienda por la joya de la corona electoral en puerta: el gobierno del estado de México.
No pueden subestimar ningún obstáculo que pueda complicar el triunfo atisbado como indispensable, vital para su continuidad. Doña Josefina Vázquez Mota se resiente de una herida letal en su presumida honestidad y, al parecer, ya tocó retirada con sus 900 millones bajo el brazo. Inexplicable aportación federal si no se empata con lo sucedido en 2012. Por el flanco de una factible alianza de la oposición, esa que cuenta en el plan de la victoria priísta, se ha debilitado hasta el nivel de la impotencia. No se vislumbra, en el tablero ideal de sus predicciones, el factible candidato que concite a las desconfiadas fuerzas del PAN y el PRD en sus versiones locales. Fuera de esos dos peligros poco puede acontecer y saltar en la ruta, pero siempre puede, presienten, haber sorpresas desagradables que enturbien la placidez del poderoso. Se prefigura así un triunfo, casi asegurado, de las huestes priístas. Pero el feo gusano de lo inesperado en algo corroe la seguridad. La desconfianza en el populacho (sin duda tasado como irresponsable, aunque comprable) crece en razón del abandono de sus necesidades y esperanzas insatisfechas. Un peliagudo asunto que los obliga caminar por el filo de la navaja. El temido abismo de la derrota no puede descartarse del todo, principalmente al voltear hacia la calle y sus miles de protestantes cotidianos.
El gobierno de Eruviel Ávila V., con toda su difundida eficacia de respaldo, parece no haber descuidado asunto alguno que pueda enturbiar el proceso en marcha. Aparenta haber cedido la decisión sobre el candidato al centro. Todos los preparativos a su alcance, se afirma, están alineados. Primero para una sucesión al interior ordenada y a su debido tiempo. Después, para dotar al elegido con sobrados respaldos para la triunfar en la contienda. El estado de México, bien se sabe, es un enorme mosaico de problemas, alternativas y capacidades muy superiores a las que pueden presentar cualquiera de las naciones centroamericanas u otras muchas más allá de ellas. Una colección inacabable de posibilidades ante las cuales nada está escriturado de manera definitiva. Donde haya votantes acecha la inestabilidad y muchas incógnitas flotan sin asideros amarrados. Los datos que se pueden obtener sobre el bienestar colectivo y su desarrollo en los últimos años no aporta una visión como la deseada. El tráfico de influencias está presente y la desigualdad aumenta con celeridad. La seguridad pública está muy lejos de presentar apaciguamientos colectivos y números halagüeños. Por el contrario, exigió el envío de un numeroso contingente de soldados y policías adicionales a los ya situados en plaza. Una de esas acciones preventivas, coordinadas con la Federación, para sostener cara de eficiencia policiaca, ya bastante mermada por lo demás. Hará falta mucho mayor reparto de despensas y tarjetas precargadas para atemperar cualquier ánimo levantino que pudiera surgir mientras se disipan las pugnas internas de los aspirantes frustrados, aunque sean miembros del trabuco local, bastante engordado con encomiendas nacionales. La senda a recorrer, sin duda, es larga y llena de trampas. Pero el espíritu de cuerpo del grupo político instalado en el mando se infla hasta sentirse invencible. En esta complicada tarea emprendida los choques con la legalidad prevaleciente serán múltiples, aunque se visualicen llevaderos ante una autoridad cómplice. El ruido de la plaza pública, sin embargo, ha comenzado a entonar voces contrarias a las intenciones de los poderes establecidos. Parecen ecos de lo que acontece a escala nacional. La imagen reflejada por el espejo del político, bien se sabe, no es confiable, sino plagada de misterios, trucos y falsedades. Pero, aun así, se le sigue consultando con pasión inocultable.