as reducciones al presupuesto de la educación tienen consecuencias mucho más profundas de lo imaginable. Para empezar, la cifra oficial de 12 por ciento de recorte general es engañosa. No toma en cuenta que para que el sistema educativo pueda simplemente seguir funcionando en 2017 como en 2016 debe recibir un aumento de alrededor de 4 por ciento, para compensar la inflación de este año. Esto significa que el incremento que no se da para compensar la inflación debe contabilizarse como parte de la reducción: 12 más 4 por ciento significan que el recorte en realidad es de 16 por ciento. Si además tenemos en cuenta que el sistema educativo es muy dinámico, el aumento debe ser mayor al de la inflación. Es decir, debe ofrecer el mismo servicio del año que ahora termina a una población escolar que en 2017 sería más grande. Esto puede significar, digamos, cinco por ciento más, con lo que en realidad 12 por ciento –conservadoramente hablando– se transforma en más de 20 por ciento. Y, por cierto, hace que la educación mexicana se sitúe mucho más lejos del 8 por ciento del PIB que por ley debe dársele cada año. No es de extrañar, por todo esto, que convivamos con cientos de miles de niños y niñas sin acceso a la primaria; millones de analfabetos y de adolescentes, así como jóvenes sin secundaria ni bachillerato ni acceso a la educación superior, cerca de 40 millones de adultos sin educación media y superior. En realidad debería incrementarse el presupuesto para compensar la inflación, para atender con igual nivel que el año anterior a todos los estudiantes y, finalmente, para dar pasos hacia resolver el increíble descuido y abandono que sufre la educación en México.
Sin embargo, el problema del recorte para 2017 va todavía más lejos. Es el colofón de un largo periodo de presupuestos que sólo penosamente han servido para compensar el primer aspecto, el de la inflación. No es entonces un bache aislado, sino una fuerte caída en una trayectoria que ha sido de estancamiento en el nivel mínimo. No quema grasa (para utilizar la metáfora aplicada a veces al Estado); es un drástico ayuno que viene tras un largo periodo de dieta anoréxica y quema músculo. Como ocurre con los seres vivos, los sistemas como el educativo y las instituciones de enseñanza superior comparten el efecto que tienen las hambrunas prolongadas y buscan estrategias ante lo que perciben como amenaza a la sobrevivencia. Se retraen, incluso más allá de lo indispensable, y el sistema o la universidad deja de pensarse como un ente vigoroso que mira hacia dónde crecer, crear y desarrollarse, y se ve obligada a pensar en disminuirse para sobrevivir. Rodeados como están de un mar de exigencias, de más espacios, de maestros, de investigaciones, de respuestas a los problemas nacionales, de una difusión cultural tan potente como la docencia y la investigación, no pueden dar respuestas y viven para el presente. Surge el gremialismo, pero también la resistencia.
El futuro, además de incierto, es preocupante. Dentro de un año no estaremos mejor. El año próximo va a ser sumamente problemático para la economía, y no se ve cuándo desaparecerán o por lo menos disminuirá la fuerza de los factores que han generado la presente crisis. Hay fuertes señales de agravamiento: Trump es una terrible mala noticia, pero también Clinton, pues será una presidenta comprometida con los poderosos y débil ante una derecha conservadora ya fortalecida, que es capaz de imponerle una parte importante de su agenda asfixiante. Y México, que por años ha optado por poner su suerte en manos de procesos económicos que no controla, está a merced de esos nuevos escenarios.
Finalmente, es innecesario especular acerca de cuál podría ser el impacto social que tendrá este recorte (y los que le van a seguir) en el futuro de este país. Basta ver la tragedia del deterioro social, económico y político que hoy vivimos y que es resultado, en gran parte, de recortes que sufrió la educación en la década de los 80 y luego desde mitad de los 90. En 2007, en una carta publicada en La Jornada dirigida al ciudadano Felipe Calderón
, una estudiante le informa que un grupo de jóvenes fueron asaltados por otros de su misma edad, puestos boca abajo, robados de sus pertenencias y –en el colmo de una rabia social que aflora constantemente en este país– uno de ellos fue asesinado de un balazo en la cabeza sólo por querer dialogar con los agresores. “Quiero informarle –concluye– que la bala que mató a ese joven estudiante de la UNAM, Alfonso Ríos López en 2007, fue disparada hace 25 años cuando la política económica neoliberal fue salvajemente implementada en México cancelando para los jóvenes” trabajo y educación (en Aboites, La medida de una nación: 549). Sirva de contrapeso el recordar que en los 80 no había la resistencia que hoy han generado luchas como la de los maestros en defensa de la educación pública.
*Rector de la UACM