l funcionamiento de la economía mundial está hoy marcado por la incapacidad de las políticas monetaria y fiscal para provocar una aceleración del crecimiento de la producción.
Los instrumentos tradicionales con que actúan los bancos sobre la cantidad de dinero y del crédito (básicamente las tasas de interés y la compraventa de títulos de deuda) no responden desde la crisis de 2008 para desplazar el nivel de la actividad económica. Además, tienen una relación con las medidas de corte fiscal que mantienen un sesgo hacia la austeridad del gasto en muchos países desarrollados y en un entorno de elevada deuda del sector público.
Los bancos centrales de esos países están en una situación anómala en la que durante muchos años ya buscan elevar la inflación como forma de estímulo del gasto agregado, es decir, el consumo y la inversión. Este rasgo se confronta con el principal mandato que tienen: controlar el crecimiento de los precios. Las metas de inflación de alrededor de 2 por ciento anual que se han fijado para los casos de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón no se consiguen. El marco que predomina es el de recesión de tipo crónico o, como se le ha llamado recientemente, de estancamiento secular
.
Para las economías a las que se llama emergentes esto ha conformado un escenario externo de apocamiento de la demanda, a lo que se añade una presión financiera sobre los tipos de cambio en medio de una intensa actividad especulativa. Esta se asocia, otra vez, con las políticas de determinación de las tasas de interés, sobre todo en Estados Unidos, por la generalizada demanda de dólares (inversiones en certificados del Tesoro).
En otros países las tasas de interés vigentes son negativas. Hay quienes proponen que para lograr mayor tracción de la actividad económica, esas tasas deben ser incluso más negativas, lo que llevaría a situaciones cuyo control sería muy complicado de conseguir.
Todo esto cuestiona la capacidad que tendrían los bancos centrales para enfrentar una nueva crisis recesiva, puesto que los márgenes de maniobra de los instrumentos arriba señalados son cada vez menores.
Una economía capitalista es en esencia una economía monetaria, y las condiciones que privan hoy provocan que no haya suficiente estímulo para el gasto de consumo y de inversión privado ni público. El horizonte de corto plazo de las decisiones económicas que predomina no es compatible con un aumento significativo del gasto en nueva inversión.
El debate sobre estas condiciones en las economías más desarrolladas tiene algunos elementos de índole estructural, como es el relacionado con el lento crecimiento de la productividad. Este asunto no es independiente del estado apocado de las expectativas de rentabilidad en la producción. Por otra parte, destacan fenómenos como el envejecimiento de la población y su efecto en el aumento del ahorro sobre el gasto de consumo. Una expresión de esto es el cambio en la política demográfica en China, que abandonó desde hace algún tiempo la medida de limitar a las familias a un solo hijo.
Mervyn King, que fue gobernador del Banco de Inglaterra de 2003 a 2013, considera en su libro titulado Alquimia el papel central del dinero en el funcionamiento de la economía y, en especial, en el desarrollo de la crisis de 2008 y sus secuelas. Se refiere a algunas cuestiones que determinan las funciones del dinero.
Una es la noción de desequilibrio, que caracteriza como la ausencia de un estado de balance de las fuerzas que actúan en un sistema. En economía, dice, esa posición es insostenible y los cambios en los patrones del gasto y la producción se desplazan a una nueva posición, que da lugar a una nueva inestabilidad.
Otra cuestión tiene que ver con la incertidumbre radical
, aquella que hace imposible representar el futuro en términos de un conocimiento completo de los escenarios a los que se asigna una cierta probabilidad. Este es un tema antiguo, propuesto por Frank Knight en 1921 y que está también detrás de las propuestas de Keynes. Esta concepción fue abandonada como forma de pensar la economía y el dinero en las teorías más ortodoxas formuladas durante décadas.
La más relevante en el entorno de los mercados y que tiene un claro significado político tiene que ver con la confianza. King la considera como el ingrediente básico que hace que funcione la economía de mercado. En la práctica, sugiere que la confianza se complementa con la regulación. La confianza es clave para definir el papel del dinero, de los bancos y de las instituciones con las que se administra la economía.
King recuerda una fórmula atribuida a Confucio y que tiene una aplicación muy amplia en cuanto al carácter del poder y su ejercicio en una sociedad. Según esa fórmula, tres cosas son necesarias para el gobierno: las armas, la comida y la confianza. Si un gobernante no puede mantener las tres, debe ceder las armas primero y la comida después. La confianza debe ser resguardada hasta el final: sin ella no puede sostenerse
.
Estas tres partes no se combinan en una receta a seguir como en la farmacia o el fogón; es un trabajo fino y un equilibrio
que tiende a quebrarse recurrentemente. La gestión del dinero y su valor es sólo una parte, pero su impacto es muy grande.