Hacia la exaltación de los méritos de mexicanos distinguidos
¿Dónde están, qué ha sido de sus vidas y qué va a ser de ellas?
ace ya bastantes columnetas tomé una decisión: repicar las noticias que exaltaban los méritos, acciones, logros de algunos mexicanos que, individualmente, o en grupo, habían contribuido a elevar el conocimiento, la sapiencia, la ilustración o los niveles de vida de nuestra gente. Me resultaba incomprensible que los reporteros todos, pero en especial los de casa, nos asombraran con primicias, con noticias inusitadas sobre mexicanos (la mayoría jóvenes) que habían sido distinguidos por su inteligencia, capacidades y vocación superiores, que eran mediáticamente reconocidos como triunfadores (con sus 15 minutos de gloria) y luego, increíblemente olvidados. Por eso me propuse comentar esas noticias que los y las reporteras, con justicia, y estoy seguro que también emoción, nos proporcionaban. Por mi parte intenté agregar, al impacto del descubrimiento, el minuto de la reconsideración, del juicio y la evaluación que esa información significaba. Llegué a sentir que a la multitud le gustaba esas noticias, que la hacían sentirse bien y que, como nunca, ocupaban encabezados y primeras planas, al encontrarlas en la página 12 de La Jornada de un abominable lunes. Les alivianaba, pensaba, la semana de trabajo que se iniciaba.
Asombro, aun incredulidad de los lectores: jóvenes mexicanos, de escuela pública, monolingües, de Metro y camión apretujados, de mezclilla y tenis comprados en la Sanfe(lipe de Jesús) o en Pericoapa, alimentados de tacos grasientos (pero sabrosísimos), en la banqueta del hospital o de la escuela. Alumnos de bibliotecas atiborradas, sin libros ni bancos disponibles y de apuntes mil veces reimpresos. Estudiantes, cuando la carrera lo permitía, de turno nocturno y, si no, de dos o tres materias menos por curso (aunque esto alargara varios años la carrera cubierta en abonos) porque, si no: ¿quién cubría las ocho o más horas de trabajo/salario, que sostenían el hogar?
Confieso que los comentarios que yo hacía reflejaban sentimientos contradictorios: orgullo del bueno, por el coraje y las capacidades con que estos jóvenes superaban las difíciles condiciones en que su vida se desarrollaba. Envidia de la mejor, la que no produce resquemor, sino gusto y ganas de emulación aunque ésta ya no sea posible, y una sensación de solvencia, de confianza en un futuro que, pese a todo, sigue en nuestras manos. Llegué a pensar en diseñar una columnita semanal que se publicara indistintamente en todos los diarios que consideraran valía la pena. Con igual nombre, contenidos, redacción, elementos gráficos, esa columna podría aparecer en los principales medios la misma fecha pues, bien sabemos que casi nadie lee, ni menos compra, más de un periódico al día y, como cada uno tiene su nicho específico de lectores, su publicación universal sería una especie de cadena informativa escrita. No es demasiado pedir a los periódicos esa pequeña contribución que, por supuesto no sería diaria y no les significaría sino un pequeño espacio, muchas veces ocupado por cuestiones realmente intrascendentes. A su vez, las múltiples entidades gubernamentales podrían disminuir una que otra inserción propagandística o sus muy identificables gacetillas para incluir un pequeño recuadro semejante en todos los medios: igual título, contenidos y diseño gráfico.
No me atrevo a afirmar que los jóvenes estudiantes que privilegian la búsqueda del conocimiento y la ampliación de sus saberes en la investigación científica y en el dominio de las tecnologías de punta, en múltiples disciplinas, tengan que pertenecer a la naquiza que le causa erisipela al escritor don Nico. Sería un exceso. Sin embargo, los registros en la UNAM, Poli, Conacyt y demás instituciones de educación superior demuestran que en las nóminas (retiro la palabra por la mala fama que ha adquirido), en los padrones, registros, bancos de datos, queda clara la ubicación socioeconómica que distingue a los aspirantes a ciertos saberes y grados académicos, según el Inegi y Conapred: se ubican las clases medias altas (pocos) las medias medias y las bajas altas. Y no deja de sorprender que sean especialidades del conocimiento, cuyos beneficios son esencialmente de carácter colectivo, que los avances que se consiguen generación tras generación son bienes sociales que no suelen acarrear grandes beneficios individuales a los investigadores, académicos y profesionales que dedican al cubículo, los laboratorios y a los trabajos de campo, jornadas extenuantes y, en general, remuneradas con verdadera cicatería. Esto, hasta que un descubrimiento, una invención se transforma en bienes generadores de numerario y división, que evidentemente va derecho a las grandes empresas que explotan las patentes y, por supuesto, a sus autores. Esto acontece en menor escala en el área llamada artes y humanidades, en la cual se especializan algunas personitas para ocupar ese tiempo que corre entre lo que hoy se le conoce como la busca del tiempo perdido
y la constitución de una familia como la de Nazaret
(véanse las mantas de la peregrinación de antier, durante la ratificación del amor cristiano. No faltaba más: ¿qué no todos somos hijos de Dios y hechos a su imagen y semejanza?) Pues este fenómeno se evidencia aún más en los deportes. Con las lógicas excepciones de aquellos cuya práctica exige recursos de privilegio (como todos los que se incluyen en las actividades hípicas: el jockey, y el polo), las actividades deportivas, tanto las olímpicas como las comerciales, son cotos clasemedieros o, francamente de los sin clase, que diría el clásico.
Pues por estas razones mi tozudez en incentivar la máxima publicidad para los trabajos y los días
de estos mexicanos de excelencia, promover su reconocimiento académico, mediático, laboral y, por supuesto, gubernamental. Nuestra gente, hundida cada día más en la vida paria, se sigue esforzando por dar a sus hijos la mejor preparación que les es posible, pero sus contribuciones no permean a los niveles educativos que son fundamentales (me resisto a la visión idílica que siempre menciona la grandilocuente palabra desarrollo
), para preservar simplemente la de nuestra sobrevivencia
. Los recortes, si fueran en la retórica y en la dema
, los aplaudiríamos tanto como los de los honorarios que son costumbre en los tres órdenes de gobierno y en todos los organismos gubernamentales, sea cual fuere su apellido. Quería retomar mi antigua intención (el primer intento fue hace ya tres años), haciendo una rápida mención de los grandes mexicanos de nuestro tiempo que en 2013 anoté, y en la que se incluyen nombres como Paloma Noyola, Cristina Rivera Garza, Blanca Elena Jiménez, Luz María Vizcaíno, Carolina Valencia, Ana María García V., Daniela Liebman, Nelly Miranda y, por supuesto, la niña poblana y los niños triquis. ¿Dónde están, qué ha sido de sus vidas y qué va a ser de ellas? Por su bien, por el nuestro, no permitamos olvido, incuria, desperdicio. Voy a releer y rescribir este pasado inmediato y agregar la savia nueva que, pese a todos los pesares, nos llega, diariamente, de nuestras universidades (públicas) todos los días. Les contaré de la planta diseñada en la UNAM que transforma basura en electricidad. (Les puedo dar el nombre de algunas dependencias gubernamentales, despachos, empresas del aséptico sector privado y aún pías cofradías en las que encontrarán material suficiente para despojar a la maravillosa capital de Francia del título de Ciudad Luz.) También de las nanocápsulas que pueden prolongar la vida de las frutas y verduras y que han sido desarrolladas en la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán. No les escatimaré información ni menos las referencias de los universitarios que han hecho posible este trabajo. Tampoco de los reporteros, gracias a los cuales llegan a nuestro conocimiento, invadido de estúpida información, estos vitales conocimientos
El espacio se evapora y todo mi discurso, inicialmente planeado, tendrá que posponerse porque no quiero dejar de referirme a la trágica efeméride de este día (efemérides es sustantivo, femenino y plural), pero a mí la opinión de la RAE me preocupa menos que la disolución del vínculo matrimonial de Brangelina. Exageré con lo de poco: si regresa con Jennifer nos veremos las caras. Hace poco menos de dos años, conté una tan hermosa como doliente historia: la del pequeño pueblo llamado Lídice (Liditz) en Checoslovaquia, hoy República Checa. Comunidad arrasada por órdenes de Hitler, para que su nombre desapareciera de la faz de la tierra. Hoy en muchos países, en México, por supuesto, hay un pequeño territorio llamado San Jerónimo Lídice.
Doctor Mancera, pronto tendrá en sus manos una propuesta. La respuesta, espero, deberá guardar congruencia con las expresiones de sus convicciones.
Twitter: @ortiztejeda