Sábado 24 de septiembre de 2016, p. a16
En los estantes de novedades discográficas esplende otra joya triple: The Hidden World of Billie Holiday (Jazz classics).
De manera semejante al trazo del álbum que revisó el Disquero la semana pasada, dedicado a Miles Davis, ahora este cernido certero contextualiza, explaya, escancia y vierte el elixir mágico que anidó en la voz más íntima, sexual, salvaje y plena de ternura en la historia de los territorios del blues y del jazz clásico.
Esta colección, por cierto, acierta en distintos blancos: elige figuras muy conocidas para alumbrar en sus partes más desconocidas; presenta una variedad insospechada en géneros, instrumentación acompañante, ritmos, senderos y vertientes; y last but not least: el precio es asombrosamente bajo.
Sucede con Billie Holiday (1915-1959) que es referencia atenida al sufrimiento, de manera semejante a como todavía, a estas alturas, hay quienes insisten en tratar de someter la música de Mozart tachándola de infantil
.
Este álbum de tres discos nos muestra el retrato entero, con sus luces y sus sombras, sus sonrisas y sus llantos, sus gemidos y sus carcajadas.
Al igual que el disco de Miles, otros tres tomos van ganando en actualidad y contextualización. El tomo uno comienza con Just one more chance, con la voz de Billie ya en su estado natural, con todos sus manierismos, mohínes, recovecos y esplendor que la caracterizaron toda su vida profesional: 30 años en los antros, bares y estudios de grabación; debutante a los 17 años en remplazo de emergencia de la legendaria Monette Moore y muerta a los muy tempranos 44 años, enamorada de uno solo de los hombres que tuvo en multitud pero él, el único que la amó, murió antes que ella para que ella, como en las novelas más románticas, muriera de amor.
I cried for you, la segunda pieza del tomo primero, es otro de los campanazos que la consolidaron en estilo e idea (como dijera Theodor W. Adorno): una voz cuyo poderío era tan extraño que a pesar de vivir recluida en apenas una octava de longitud, su voz alcanzó registros que parecían kilométricos, pues ante la falta de amplitud canora en rango técnico, desarrolló un arsenal de herramientas todas ellas sorprendentes.
¿Cuáles herramientas? A saber, más bien, a escuchar: la pasión por delante, el compromiso emocional, el vivir
(como lo haría después una de sus alumnas, la más aplicada de todas, Nina Simone) las canciones que cantaba.
Así como Charlie Parker detuvo en una ocasión a la banda entera en plena grabación de un disco y el grupo tardó en alcanzar el silencio de la misma manera como un tren tarda en frenar debido a su peso y longitud, para exclamar, alucinado: ¡deténganse, guarden silencio!, ¡esta música ya la toqué mañana!
, así Billie Holiday solía decir cuando escuchaba o cantaba una canción llena de tragedia: yo he vivido muchas canciones como ésta
.
Al compromiso emocional añadía una serie de gestos
sonoros equivalentes a entornar los ojos, guiñar uno de ellos, acariciarnos la mejilla, susurrarnos al oído, colocarse a nuestras espaldas para cerrarnos los ojos con las palmas de las manos y preguntarnos, muy quedito: ¿adivina quién está cantando para ti solito, cariño?
El nombre técnico que aglutina el arsenal de Billie Holiday es el siguiente: fraseo
.
Su manera de frasear es única, increíble, asombrosa, mágica, brutal, muy delicada. Es al mismo tiempo el relámpago y el trueno, el yunque y el martillo, la rosa y la espina, el alfa y el omega.
El término técnico fraseo designa el modo de agrupar de manera consecutiva las notas musicales.
Es como una técnica de respiración.
O una manera de caminar.
Es la forma del rito, la esencia del ritual, el pasaporte del viaje.
Billie Holiday creó un fraseo que nadie más ha podido hacer, recrear, copiar o continuar.
En eso consiste el secreto (a voces) de su genio.
Por ejemplo, vayámonos al disco tres, track 3: la frase I love you Porgy suena en esta versión, en el disco que hoy nos ocupa, como nunca se había escuchado y jamás se volverá a escuchar, aunque esté grabado, congelado. Cada vez que lo pongamos a sonar de nuevo sonará siempre diferente.
Ilove-youporgy, aaaailovyupor-gi, aaaaiiiiiilooooooveeeyouuuu-porgy…
las variantes son infinitesimales
infinitas
he ahí el misterio de Billie
Holiday
misterio que no estamos
develando
solamente lo nombramos
porque es indescifrable
Vayamos ahora al disco dos de este álbum triple: el track 6 consiste en un clásico cuya identidad oscila entre el placer y el dolor, ese intersticio infinitesimal donde aposentó su reinado Lady Day, como la bautizó el único hombre que verdaderamente la amó: Lester Young.
Eleanora Fagan Gough, mejor conocida como Billie Holiday, mejor conocida como Lady Day, puede cantar/ decir: I only have eyes for you y le creemos, aunque estemos rodeados de candidatos a destinatarios de la frase. Ella puede cantar/decir: I’m a fool to want you y nosotros de inmediato la abrazamos. I cried for you y le tendemos la mano y la izamos hacia nuestro pecho. Ella canta/dice Willow, weep for me y lloramos para que ella ya deje de llorar.
Pero, un momento, dijimos que a Billie Holiday se le suele limitar, o mejor: tratar de encerrar en el territorio del sufrir. Y eso es falso de toda falsedad. Sencillamente no corresponde a la realidad.
Basta escuchar con atención y el corazón y mente abiertos este álbum triple para comprobar, por vez enésima, que Billie Holiday canta todas las emociones humanas, no sólo el dolor.
Porque con ella reímos, gozamos, lloramos a veces, nos conmovemos siempre, pero disfrutamos todo el tiempo de su manera de conjuntar en su arte todas las emociones humanas. Todas. Al igual que lo hizo Volfi Mozart.
Acudes a mi mente/ ahí te quedas, como una melodía encantada
.
Así vive la voz de Billie Holiday en mi mente.