odas las sociedades son piramidales y en ellas respiran dos tipos de poder: el de los de arriba
(de facto), y el de los de abajo
(en resistencia permanente). En ambos, circulan distintos grados de conflictividad. Y no tanto por razones ideológicas, cuanto por los múltiples intereses que entre sí y entre ellos se defienden.
Por eso (y a diferencia de la economía) la política nunca será objetiva
, ya que su praxis depende de contextos socioculturales (identidad
), de la relación de fuerzas en disputa, y no menos importante, del perfil de los líderes y dirigentes encargados de negociar, mediar, orientar. Y cuando la política desaparece, hay guerra abierta y confrontación.
La burguesía revolucionaria que en Francia destronó a los de arriba
(1789) abrevó en formas protocapitalistas y en las filosofías que irrumpieron a partir del siglo XIV: humanismo, racionalismo, enciclopedismo, materialismo. Pero si la Declaración Universal de los Derechos del Hombre fue un golpe mortal para el orden divino y feudal, los proletarios, mujeres y pueblos sin historia
(Hegel) quedaron reducidos a entes sin derechos y entidad.
Marx analizó las contradicciones entre burgueses y proletarios, consagrando la expresión lucha de clases
. De la que surgiría, según él, un orden más justo: el socialismo. ¿Ineluctablemente? Marx fue lo opuesto a cualquier determinismo, y la amplitud de sus ideas quedó mejor registrada en los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse, 1857), serie de cuadernos borradores para su obra magna: El capital (1867).
La rueda del tiempo siguió girando. En el siglo XIX, el capitalismo salió de sus crisis cíclicas tomando formas neoimperiales que posibilitaban, en sus estrechos confines, cierta oxigenación social. Al tiempo de impulsar, con espíritu ecuménico-colonizador y bélico-colonialista, a millones y millones de europeos pobres que se desparramaron por los cinco continentes, en busca de nuevos horizontes.
Simultáneamente (y así como en la época de los piratas del Caribe, crimen organizado
que en los siglos XVI y XVII permitió el financiamiento de los grandes avances científicos y culturales) brotaron formas de resistencia nacional que en los países explotados y saqueados emprendieron luchas independentistas y revolucionarias.
La contradicción burguesía/proletariado siguió siendo la base del capitalismo. Pero en el mundo colonial y neocolonial las clases en lucha resultaron mucho más que dos. En 1937, por ejemplo, Mao estimó que las contradicciones fundamentales eran cuatro: entre capitalismo y socialismo, entre burguesía y proletariado, entre superpotencia y potencias imperialistas, y entre el imperialismo y las naciones oprimidas.
El 6 de julio de 1947, año en que Fidel Castro inició su militancia revolucionaria, el presidente Juan D. Perón transmitió un mensaje a los pueblos del mundo
, donde formula las bases de la llamada Tercera Posición.
Perón sugería “(…) trabajar por la paz de las naciones, en lo interno y en lo internacional, procurando entre otras cosas hacer desaparecer la psicosis de la guerra (…) y la desaparición de los bandos que dividen y preparan para la guerra (…) La labor para lograr la paz internacional debe realizarse sobre la base de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya la humanidad en holocausto de hegemonías…”
Agregó: “(…) la guerra no constituirá una solución para el mundo. Cualquiera que sea el grupo social que logre sobrevivir a la hecatombe, la miseria, el dolor y la desesperación en que quedará sumida la humanidad castigarán a todos por igual, y el caos apocalíptico sobrevendrá como corolario de los tremendos errores que hoy están cometiendo los hombres que preparan una lucha que significará la destrucción más espantosa que se haya conocido”.
En Mao y Perón pueden rastrearse algunas ideas de la Conferencia de Bandung (Indonesia, 1955), convocada por tres de los principales líderes de la primera generación poscolonial: Jawarhalal Nehru (India), Gamal Abdel Nasser (Egipto) y Sukarno (Indonesia). Años después, en la Yugoslavia del mariscal Josep Broz Tito, nació el Movimiento de los Países No Alineados (Mnoal, Belgrado, 1961), cuya finalidad era conservarse neutral en la guerra fría entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética (URSS).
Triple curiosidad: ya no existe la República Federativa de Yugoslavia, país descuartizado en el decenio de 1990 por Washington y las potencias europeas. Y la URSS socialista, junto con la mítica China comunista de Mao, tampoco. Pero hoy, rusos y chinos (que no pertenecen al Mnoal) sostienen con alfileres las utopías de la paz mundial.
En los 120 países del Mnoal hay de todo: gobiernos enfrentados o aliados con el terrorismo militarista de Estados Unidos, la OTAN y Tel Aviv, regímenes monárquicos y dictaduras abiertas, personajes impresentables y otros que mantienen viva la brasa de los ideales humanitarios. El Mnoal no es la panacea, pero sí un espacio para avanzar, como dijo el presidente de Ecuador, Rafael Correa, en la última cumbre celebrada en Caracas, con las verdaderas democracias en función de nuestros pueblos, y no con base en modelos occidentalizados
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