Opinión
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Aprender a Morir

Victorias post mortem

E

l sistema ya no quiere ídolos, prefiere herederos. Sin embargo, espíritus hay que luego de desplegar en vida su fuerza y sus aptitudes, seduciendo a unos e inquietando a otros, continúan obteniendo victorias después de muertos, como si las convicciones y sello que imprimieron a sus actividades se prolongaran tras su partida física. Filias y fobias apenas importan.

Antes de morir de un flechazo recibido la víspera de una batalla en Valencia, Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid (1048-1099), ordenó a sus allegados que embalsamaran su cuerpo, le pusieran casco y coraza, ataran la espada a su diestra en alto y lo montaran sobre su caballo para, sujeto a un bastidor de madera, cabalgar al día siguiente delante de sus hombres, con lo que ya sin vida obtuvo otra victoria sobre el desconcertado ejército enemigo.

El espíritu de Carlos Gardel (1890-1935) debió vencer innumerables obstáculos antes de que sus restos carbonizados pudieran finalmente reposar en el cementerio de la Chacarita. Primero fue sepultado en Medellín, y al repatriar el féretro se realizó un absurdo recorrido en tren, automotores, a lomo de mula, carretas y barcos. De Medellín al puerto de Buenaventura, luego a Panamá, y en lugar de llevarlo a Argentina, alguien discurrió velarlo antes ¡en Nueva York!, y de ahí a Río de Janeiro, Montevideo y a su Buenos Aires querido, a siete meses de su fallecimiento y a 81 años de haber nacido a la inmortalidad, porque las canciones de Gardel siguen vivas; sus detractores y los del tango, no.

Por su parte, Juan Gabriel (1950-2016), pueblo, no ex de universidad privada, demostró con su vocación, creatividad, sentimiento y entrega que no hay sistema –por clasista, monopólico, mediocre y enajenante que sea– capaz de detener a un ser humano con voluntad a prueba de todo y de todos. El problema es que a los profundos les molesta la cursilería y a los mezquinos el éxito de los sencillos, de ahí un sistema empeñado en dar basura como supuesta demanda de unas masas sin opciones para elegir.

No fue el impensable nacionalismo mediático, sino el talento de Juanga lo que sometió al sistema. Cada uno es lo que sea capaz de ser ante sus circunstancias. El ser y el hacer de Juan Gabriel tuvieron un elevado costo social, emocional y laboral, lo que no impidió que el hombre conmoviera y reflejara a su gente y a los pueblos con el sentimiento a flor de piel, no a la academia y su distanciado pensamiento.