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Visita insólita
L

a fotografía que apareció en la primera plana de los principales diarios de la Unión Americana tal vez cuenta sólo una parte de la historia, pero es la que a Trump le interesaba destacar. El presidente Enrique Peña Nieto aparece saludando cortésmente al protagonista de una de las oleadas más insultantes en contra de México y los mexicanos que viven en ambos lados de la frontera. Esta es la imagen que el candidato republicano necesitaba para parecer como lo que no había logrado parecer en su propio país: presidenciable.

La constatación de que eso es lo que le interesaba, no la de resarcir su imagen entre el electorado de origen mexicano o latino que vive en Estados Unidos, es el discurso que la misma tarde de su visita a México pronunció en Arizona, uno de los estados en los que con más ferocidad se persigue a los migrantes. Reiteró su intención de realizar deportaciones masivas, incrementar sustancialmente los agentes de la patrulla fronteriza y revocar las órdenes ejecutivas del presidente Barack Obama que tienen el fin de evitar la deportación de miles de familias.

En el colmo del cinismo, aseguró que construirá el muro en la frontera con México y, para mayor agravio de los mexicanos, incluido su presidente, los propios mexicanos lo pagarán, aunque aún no lo sepan. La lista de propósitos en contra de los migrantes no es nueva; fue la que en alguna medida lo catapultó al sitio que ocupa ahora.

Pero en esta ocasión el agravio es mayúsculo, debido a que el blanco directo fue el presidente de los mexicanos.

En las emisiones de las principales cadenas de noticias y los editoriales de media docena de diarios de Estados Unidos se repetía la pregunta: ¿Cómo es posible que el mismo mandatario que semanas antes comparara a Trump con Hitler, ahora lo invite a dialogar, con el protocolo propio de una visita de Estado? En lo que no hay duda, coinciden en afirmar la mayoría de los comentaristas políticos, es el servicio que le prestó al candidato republicano, quien repuntó en las encuestas de opinión al día siguiente de su visita a México.

El estado de ánimo de los electores de origen mexicano y de los estadunidenses que simpatizan con México se refleja en las cartas que aparecieron en diarios estadunidenses: En mis más de 50 años de estudiar las relaciones México-Estados Unidos nunca he presenciado una humillación tan profunda que un presidente se haya autoinfligido, como la del mandatario mexicano, invitando a Donald Trump a visitar su país. La firma Wayne Cornelius, profesor emérito de la Universidad de San Diego, quien es ampliamente conocido entre los estudiosos de las relaciones entre ambos países.

En otra carta se puede leer: “Estimado señor Trump, soy hija de una inmigrante legal de 76 años. Cuando mi madre me dijo que regresaría a México si usted llega a la presidencia, yo lo tomé un poco en broma creyendo que era una exageración. Su discurso en Arizona me ha causado angustia y temor, destila odio en contra de quienes vienen del país cuyo presidente lo recibió hace sólo unas horas. No son pocos los mexicanos radicados en Estados Unidos que se preguntan ‘¿cómo es posible que nuestro presidente invite a México a quien nos ha pisoteado, ha prometido echarnos del país y ha provocado el odio de tantas personas en nuestra contra?’”

A esa pregunta se puede responder con otra: ¿Quién creyó que Trump enmendaría el discurso del que se ha servido para encumbrarse como candidato? No parece haber una explicación lógica.