Opinión
Ver día anteriorDomingo 28 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Recorporeizar a un fantasma
A

lo largo de estos meses en que he estado escribiendo una memoria, he caído en la tentación de contactar a colaboradores potenciales, o testigos insospechados, en busca de su testimonio, o de la precisión de determinado episodio que ellos compartieron con mi protagonista y que yo recuerdo pero a veces sin la esperada afluencia de detalles exactos. Hasta ahora, he caído, digo, sólo en dos ocasiones, una de la que no obtuve respuesta y otra, de la que sí.

El equilibrio de esta suerte me ha hecho reflexionar, y he llegado a la conclusión, si bien tambaleante, de que quizá lo mejor sea, para los fines del género que estoy abordando, que es el de la memoria, atenerme sólo, efectivamente, a lo que yo rememoro; entregarme a ese recuerdo con el ánimo de que él se entregue a mí en toda su amplitud, una amplitud y profundidad tal vez inesperadas por mí, que creo que lo que evoco de mi protagonista, a partir de esas instancias que he acumulado y que, curiosa y afortunadamente, se multiplican a medida que avanzo en el buceo de mi memoria, no es suficientemente definido.

El colaborador potencial que sí respondió a mi solicitud lo hizo en la mejor disponibilidad, y debo decir que, más que útil, fue sumamente reconfortante para mí, fue casi una aprobación, a ciegas pero decisiva, de lo que estoy haciendo. Me dio seguridad y me alentó. Sin embargo, el caso del testigo insospechado que no respondió a mi petición, es, de los dos, el que más dudas me ha despertado de la efectividad o calidad de riesgoso y hasta nocivo que puede resultar pedir a otro una colaboración en un fin tan individual como es la memoria propia.

No es difícil ver la contradicción en pedir a otro ayuda para uno recordar mejor algo determinado. Una memoria de otro no es una biografía ni, tampoco, una autobiografía, por más que pueda pecar más de un ejercicio autobiográfico que de uno biográfico. Una memoria de otro, por sobre todo lo demás, es una forma personal de corporeizar algo o a alguien que desapareció, que dejó de ser y de estar, alguien al que uno quiere volver a darle cuerpo, o vida, o materialización.

Y es riesgoso pedir a otro que una su memoria de algo a la tuya, de ese mismo algo o alguien, no tanto porque las dos memorias podrían chocar como porque, si coinciden, el colaborador pueda aspirar a ser el dueño único de un recuerdo de algo o de alguien que en realidad comparte contigo, por no decir con muchos más, pues tan existe la memoria colectiva que se ha convertido en un fenómeno que la psicología estudia fascinada.

Definitivamente no me interesa la memoria colectiva cuando lo que busco es reconstruir una memoria personal que, mientras tanto, vaga informe y desmembrada, atomizada, fragmentada, en mi interior, lo que me intranquiliza y me duele. Pienso que la reconstrucción de esa memoria mía, además de recorporeizar a quien ha desaparecido y por tanto echo de menos, va a apaciguar mi inquietud, es decir, mi desasosiego interior. Es mi esperanza. Con el posible doble beneficio que significaría reincorporar a la vida, aunque sea una vida impresa, a alguien que ha muerto. Es mi intención. Que vuelva a vivir, aunque sea de otra forma. Ayudar a ese alguien a rescatar su existencia con otra forma de libertad.

Supongo que el problema de la fidelidad surge más en el campo de la biografía que en el de la memoria personal, aun cuando requiere más audacia y valentía no traicionarse a uno mismo al recordar, que traicionar a otro, incluso o en particular al protagonista del recuerdo, al recordarlo.

Así, no caeré más en la tentación de auxiliar mi memoria con medios externos a mí. Prefiero representar una memoria trunca, pero personal, que una memoria completa pero sólo a medias personal.

Un autor que se proponga escribir la memoria de otro se parece, o deberá parecerse, al llamado escritor fantasma, ese medio por el cual el recuerdo deberá recordarse a sí mismo, en toda su extensión, con todas sus caras. El escritor fantasma está a merced del objeto de su memoria. En realidad, la atiende, la sirve, de manera incondicional. Lo que presenta otra contradicción, mientras él deja de ser libre, su misión es darle la libertad íntegra al fantasma que habita su interior, que lo hace con llamados que no cesarán mientras no sean atendidos y servidos por el escritor fantasma, que sólo al cumplir con su mandato se serenará.