a recurrencia de desastres en la Sierra Norte de Puebla y otros lugares semejantes expresa la agudización del deterioro del modelo socioeconómico prevaleciente en nuestro país. Aunque sea una creencia muy popularizada, los desastres no son culpa de los peligros, sino de la combinación de éstos con la vulnerabilidad social existente.
Desde el punto de vista estructural, de fondo, lo ocurrido en esta parte de la serranía oriental de nuestro país se explica por las condiciones extremadamente vulnerables en que viven los pobladores frente a fenómenos que pueden denominarse geohidrometeorológicos.
Las muertes y los enormes daños materiales sufridos en las comunidades serranas más afectadas por el remanente
del huracán Earl fueron producidas por el movimiento de laderas, y pueden clasificarse en dos tipos: las ocurridas en la cabecera municipal de Huauchinango, consistentes en colapsos de laderas muy pronunciadas que soportan casas habitación, y las que se presentaron en las zonas campesinas como Xaltepec, Papatlatla y Chicahuaxtla, causadas por el movimiento de tierras de cultivo en los cerros de la parte alta de la pequeña cuenca donde se encuentran los asentamientos humanos.
El tipo de daños en zonas urbanas es muy conocido: es idéntico en su mecánica de funcionamiento a lo que ocurrió en la colonia La Aurora de Teziutlán en 1999, donde, oficialmente, murieron 200 personas. Aunque aquí, por fortuna, sólo hubo pocos decesos, la etiología es la misma: asentamientos humanos irracionales sobre pendientes de piedras calizas y lutitas, muy absorbentes de agua, combinación que en ciertas proporciones produce los colapsos.
El barrio de La Mesita y varios más de Huauchinango se encuentran en condiciones de riesgo extremadamente graves porque toda la estructura de la ladera está fracturada. En ellos habitan cientos, y quizá miles, de personas. Vamos a ver qué hacen los gobiernos para evitar un desastre de mayores proporciones en cuanto se presenten de nuevo lluvias intensas. Por cierto, hay condiciones para que este año haya fuertes precipitaciones pluviales en los próximos meses debido a la sucesión Niño-Niña.
Antes de pasar al segundo tipo de deslizamientos que ocasionaron la mayor cantidad de muertes y daños, queremos dejar sentado que la mayor cantidad de colapsos de laderas se dio en las carreteras y debido a ellas. Son decenas los que hay, tal vez cientos. Ocasionaron bloqueos, pero al parecer esta vez ninguno se asoció a poblaciones, tal como sí ocurrió en 1999. Sin embargo, muchas hectáreas de bosque mesófilo de montaña, otras áreas forestales y siembras se dañaron.
El tipo de deslizamientos que más daños causó se presentó en zonas campesinas. Visitamos Xaltepec, Papatlatla, y la que tuvo el mayor impacto, Chicahuaxtla, en estos casos, tal como reportan que ocurrió en Tlaola. Se inició en la zona alta de la cuenca, en zonas de cultivos de maíz. Este es un dato muy importante porque, a diferencia de lo visto en anteriores desastres de este tipo, su vulnerabilidad no es producida por obras públicas o privadas hechas sin consideraciones de riesgo.
Las prácticas productivas de estas comunidades sugieren incorporar una nueva tipología de los deslizamientos para efectos de entender su influencia en eventos desastrosos. Las coronas de los taludes en estos lugares correspondían a la siembra de maíz para el autoconsumo, con coa. Las laderas donde se plantó este cereal se encontraban en pendientes arriba de los 32 grados.
En una exploración visual se aprecia que debajo de estos cultivos en esta zona se encuentran plantaciones comerciales de relativa alta rentabilidad, ligadas a la floricultura, a la producción de árboles de Navidad y al café. Los campesinos, sin embargo, continúan sembrando sus milpas; no se conforman con mercantilizar su producción agrícola.
Entonces, las producciones comerciales han arrinconado la producción de maíz hacia las partes altas, y este importantísimo cultivo no ayuda a soportar los suelos. Cuando hay una precipitación alta, como la que nos ocupa, los suelos se saturan y se derrumban. Una explicación teórica del fenómeno se asocia a las teorías de la renta de la tierra.
¿Qué tienen que ver las políticas públicas en esto?, se puede preguntar. Todo, pensamos. Hay una historia detrás de esto y un modelo económico de acumulación que produce estos fenómenos que también se transforman en desastres.
Earl nos pone enfrente de problemas de desastres que exigen ver más allá de la parafernalia de la reducción de riesgos, de la protección civil, para entender que las complejas soluciones reclaman diseños de políticas públicas integrales que de ninguna manera están en el horizonte de visibilidad de los gobiernos actuales.