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Políticos y electores
L

o relevante de Donald Trump no es Trump mismo: quién es, lo que dice, cómo lo dice y por qué. Lo que importa es la resonancia que tiene en una parte considerable del electorado estadunidense. La atención de los medios está centrada en su persona, eso es lo que él vende y eso es lo que se compra.

Desde un punto de vista eminentemente electoral eso ha sido, por ahora, lo más destacable. Pero no lo es desde una perspectiva que rebasa la naturaleza de su personalidad exacerbada.

Esta elección, en especial, está marcada por casi dos décadas de conflictos políticos, militares y de expansión del terrorismo que pueden situarse, solo como una primera marca temporal, en 2001 y los ataques a Nueva York y Washington DC. Una segunda marca es la severa crisis financiera desatada en 2008. La interacción de las dos es un mechero que halla cada vez más chispas.

El terreno es propicio para un Trump que es hábil, mañoso, manipulador, insultante, peleonero. Sí lo es, pero lo que dice no cae en el vacío. La sociedad en ese país está dañada. Los pactos básicos de su funcionamiento político se han resquebrajado.

El proceso ha sido largo y se ha reforzado con los cambios en lo que a finales de los años 1970 algunos economistas llamaron la regulación capitalista. Se trata de los modos de organización que definen al sistema; cuestiones tales como lo que se produce y cómo; quién lo hace y dónde; las pautas de la inversión; la relación de la actividad productiva y del consumo con el financiamiento; el desarrollo de la tecnología; el papel crucial del Estado y su relación con los mercados y, finalmente, el impacto en la distribución del ingreso y de la riqueza.

El asunto se complica en el caso de Estados Unidos con un fenómeno adicional que tiene que ver con la composición étnica de esa sociedad. Me refiero al resentimiento que ha ido creciendo entre la población blanca, que constituía la clase trabajadora de ingresos medios que configuraba el American way of life, un verdadero puntal de la fortaleza de esa nación. Se consideran, hoy, desplazados.

Esto se ha ido alterando por el aumento de la población negra y latina y afianzando con la decadencia de los sectores tradicionales de la industria. La globalización ha incidido de modo significativo en el desplazamiento del trabajo a otras áreas del mundo y a otros sectores de la actividad económica.

La crisis financiera ha rematado la debilidad de ese grupo. La aceptación del trumpismo tiene una expresión social y geográfica muy definida que corresponde a ese segmento demográfico.

A esto se suma la estructura del poder partidario ya desgastado entre republicanos y demócratas. Esto se exhibe claramente en el funcionamiento del Congreso, que obstruye cada vez más su propio trabajo legislativo y el del Ejecutivo.

Eso no significa que los intereses predominantes pierdan poder. Ahí está como muestra la boyante industria del cabildeo y la prevalencia de influyentes grupos de carácter político como la Asociación Nacional del Rifle y los asociados a otros sectores como el farmacéutico, financiero, alimenticio, y el complejo industrial militar.

Todo esto no tiene, por supuesto, nada de candoroso. Contribuye de manera decisiva al desencanto con la política –interna y externa–, con los políticos, con el sistema. Uno de los clamores de la campaña de los Trump es, precisamente la inoperancia de Washington y en general de los políticos convencionales.

Él se presenta como alguien de fuera del sistema. La obscenidad consiste en que también se beneficia él financiando políticos de su preferencia (incluso lo hizo con Hillary Clinton) y sobre todo aprovechando las disposiciones fiscales que le permiten eludir el pago de impuestos, con leyes aprobadas en el Congreso que ahora dice aborrecer.

Es este entono electoral marcado por Trump en el que consiguió arrollar en las primaras a los políticos tradicionales del partido al que representa. Es esto lo que define las condiciones políticas y el alejamiento de los ciudadanos de la política misma. El vacío lo ha llenado Trump con un estruendo lleno de vulgaridad, pero en el que, debe insistirse, hay un cierto contenido. Sanders apelaba a algunos de los mismos temas, o sea, la decadencia de los salarios, el traslado de empleos fuera del país, el efecto nocivo del libre comercio, el castigo a la clase media.

Un aspecto que destaca de esta elección es que Trump ha encontrado espacios amplios de acción puesto que enfrenta a una candidata demócrata muy vulnerable, en la que hasta sus electores desconfían. No sólo tiene una gran dificultad para superar a este contrincante, sino que ya hacen ruido los libertarios y verdes.

Esta no es una casualidad. Los Clinton tienen una poderosa maquinaria política a su servicio. Obama venció hace ocho años a Hillary, este es su último chance. Pero hay una sombra larga sobre esta otra dinastía que replica a los Bush.

En materia económica es sobresaliente lo pobre de la discusión. Se presentan los cambios que hay que confrontar, las condiciones que hay que superar, los conflictos que se generan dentro y fuera de ese país y, sin embargo, se recurre esencialmente a los mismos instrumentos y las mismas ideas.

La política no es una abstracción, la hacen los políticos y, también, quienes los sostienen con dinero y en las urnas.