Sábado 13 de agosto de 2016, p. 33
Arturo, joven de 18 años que desde hacia cinco vivía en el bajopuente de Taxqueña, apareció asesinado el pasado 28 de abril; su muerte fue producto de una salvaje golpiza que personas desconocidas le propinaron cuando dormía; aunque fue abierta una investigación, no hay avances.
La agresión a Arturo no ha sido el único hecho violento dirigido a quienes habitan los espacios públicos en los alrededores del Metro Taxquena. En febrero, Axel, de 19 años, dormía cuando fue golpeado en la cabeza con un objeto contundente, llegó con muerte cerebral al hospital, donde falleció cuatro días después. En abril otros dos jóvenes fueron agredidos también mientras dormían, ambos lograron reaccionar y huir, pero quedaron con golpes muy fuertes en la cabeza.
El 20 de marzo pasado un incendio en ese mismo sitio arrasó la precaria vivienda armada con hules, lonas y cobertores de una familia de jóvenes con niños y niñas pequeñas. Cuatro días antes, en el bajopuente de La Raza, se registró otro incendio, que aunque no cobró vidas humanas, casi nada se pudo rescatar.
La población callejera también está invisible
para las políticas públicas en materia de salud sexual y reproductiva. Hasta la fecha, el Censida tiene un registro muy pobre y poco confiable
acerca de las personas seropositivas que viven en la calle.
La organización El Caracol documenta muertes de personas sin hogar desde hace 21 años. Los hechos violentos –accidentes viales y homicidios– y las deficiencias de salud –enfermedades respiratorias y las asociadas al consumo de drogas– suman 80 por ciento de esos fallecimientos.
La falta de acceso a la salud por discriminación o la negación de la misma es una constante para la población de calle
, señala la recomendación 8/2015 de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.