l mundo del trabajo ha cambiado y, a consecuencia de ello, también la naturaleza y el papel de la fuerza laboral se han transformado. Muchos de los cambios han tenido un impacto devastador en la vida de los trabajadores y en su nivel de bienestar social. En la actualidad, la clase obrera de México está entre las más insatisfechas, inseguras y estresadas o amenazadas de toda América Latina y de otras partes del mundo.
Dos son los factores fundamentales que generan esa lamentable situación. El primero de ellos es la estrategia y la política laboral equivocada que México ha aplicado. La ley laboral mexicana, aunque en la teoría parece una de las más avanzadas, en la práctica su no cumplimiento y las violaciones constantes ante la vista indiferente o cómplice de la autoridad, resulta en un sistema legal muy restrictivo contra los trabajadores con tintes dictatoriales de abusos y corrupción.
Por eso es necesario cambiar la ley laboral, pero no para maquillar o esconder la realidad, sino para crear más seguridad, justicia, democracia y mejores condiciones productivas que realmente permitan disminuir la desigualdad y beneficiar a la economía. En todo ello, es obligatorio el respeto a la libertad de asociación y a la contratación colectiva, incluyendo el derecho a la huelga, pues sin el compromiso de acatar estos derechos universales, la negociación obrero-patronal no pasa de ser un pliego de peticiones y un proceso de mendigar lo que son los derechos fundamentales de toda la clase trabajadora, los cuales deben ser absolutamente respetados. De ahí que México necesita con urgencia una visión alternativa para aplicar correctamente la ley y corregir la política laboral.
El segundo factor de importancia que explica las transformaciones que se han efectuado en el mundo del trabajo, lo constituye la acelerada capacidad de automatización y de inteligencia artificial que hoy representa una amenaza a la seguridad y a la disponibilidad del trabajo de una manera que nunca antes se había experimentado. Me refiero a lo que se ha definido como la cuarta revolución industrial que está impactando por igual a los sectores de las manufacturas y de los servicios de la economía en todo el mundo.
La primera revolución industrial ocurrió a finales del siglo XVIII, cuando la industria recibió un gran impulso con la utilización por primera vez de la maquinaria y el equipo generando energía a base de agua y vapor. La segunda surgió al principio del siglo XX, cuando las líneas de producción se expandieron rápidamente con base en la energía eléctrica. La tercera se inició a partir de los años de 1970 en adelante con el cambio de la producción mecánica análoga a la tecnología electrónica y digital que revolucionó a toda la industria.
En 2011 se acuñó por primera vez en Alemania el término de cuarta revolución industrial o industria 4.0 que ha venido a impulsar rápidamente la fusión en línea, o vía Internet, con la producción industrial real, para generar tecnología inteligente y tiempos precisos para incrementar la productividad y reducir los costos. Así lo ratificó la canciller alemana Angela Merkel durante su mensaje en el Foro Económico Mundial de Davos en enero de 2015 y le llamó el fenómeno industria 4.0.
Estos cambios representan un reto enorme para todos los agentes económicos y para el sistema en su conjunto. En el pasado la tecnología apoyaba la creación de empleos, pero ahora los nuevos desarrollos en la computación y en la robótica son capaces de remplazar a la mano de obra en una escala tal que se convierte en un verdadero problema para la estabilidad y el progreso con paz que tanto necesita la sociedad.
Los empleos en el sector manufacturero internacional se han reducido por los ataques de la automatización e incluso la venta de robots creció 23 por ciento en 2014 y muchos de los trabajadores desplazados han sido remplazados por empleados de confianza y contratistas de compañías terceras o outsourcing. En los próximos años se espera que otros sectores participen con esta nueva tecnología, además de la manufactura, en las industrias química, de metales, de energía incluso con drones que remplazan al factor humano, en la automotriz y en otras más como la seguridad, los servicios financieros y la salud.
Los empleos que pueda crear la digitalización serán sumamente sofisticados y con máquinas de control sobre otras máquinas, de tal forma que pocos serán los puestos que puedan ofrecer y con un personal altamente calificado, quizá más destacadamente en las áreas de planeación, configuración y mantenimiento de nuevas tecnologías.
La mayoría de los empleos que se perdieron durante la gran recesión de 2007-2009, que tuvo incluso mayor intensidad que la de 1929, no han podido ser recuperados con trabajo humano. Millones de trabajadores han sido destinados a labores de salarios bajos, inseguridad y baja capacitación o entrenamiento que muchos gobiernos disfrazan como de pleno empleo
. El Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Oxford han predicho y calculado que entre 35 por ciento y 47 por ciento de los empleos actuales están en alto riesgo de automatización.
Cuando los gobiernos analizan esta situación, generalmente lo hacen con las grandes compañías a su lado, pero nunca con representación de los líderes sindicales. El reto entonces para el trabajo organizado es claro y no hay mucho tiempo o alternativas para prepararse. Los sindicatos y los líderes tenemos que crear métodos, sistemas y políticas que ayuden a que la tecnología sirva para crear una sociedad mejor y un medio ambiente sano, para no convertirse solamente en la fuente de trabajo de mano de obra barata.
La tecnología afecta a todos los sectores de una u otra forma, por lo cual se requiere urgentemente crear grupos de trabajo para estudiar, analizar y monitorear estos nuevos cambios de la cuarta revolución industrial del planeta.