odo apunta a que en el círculo íntimo de Los Pinos priva una inflada comprensión del poder presidencial. Suponen que el Ejecutivo federal cuenta con las poleas, motores y andamios suficientes para un consecuente e inmediato accionar. Bastará la decidida voluntad de llevar a cabo cualquier proyecto para hacerlo realidad. Los ocupantes de esa residencia han dado pruebas contundentes de tan voluntarista como desfasada visión. Aun antes de ser nombrado secretario de Educación, el señor Aurelio Nuño Mayer hacía trascender inequívocas posturas en tal dirección. En especial cuando se refería al necesario sometimiento del sindicato de maestros (rescate de la rectoría educativa, le llamaron), en especial de la beligerante Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Y contra ella lanzarían todas sus ansias de control. Contaban para tan ambiciosa aventura con un conjunto de leyes recién aprobadas por el Congreso, que se dieron en llamar reforma educativa. Uno de los componentes clave del coordinado Pacto por México y sus alardeadas reformas estructurales; un legado de largo plazo, presumieron.
Iniciaron la ejecución de su plan encarcelando a la profesora Elba Esther Gordillo, quien se mostraba rebelde a sus órdenes y deseos. El inmenso margen de maniobra acumulado, sobre todo durante la trágica docena panista, había insuflado con desmesura a la maestra. Se creyó intocable a pesar de todas sus agudas debilidades. Después de tan severo golpe, el resto de la cúpula del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) quedó a la deriva, desamparada, vulnerable en extremo. Su extendida y bien documentada corrupción era su visible talón de Aquiles.
En un golpe combinado con las autoridades oaxaqueñas, congelaron cuentas bancarias de la sección 22 y descabezaron al instituto de educación de ese estado, sustrayéndolo a su influencia decisoria. Creyeron que con esta exhibición de audacia administrativa los dirigentes magisteriales quedarían sin capacidad alguna de reacción. Todos y cada uno (y una) de los profesores de base serían, de acuerdo con sus publicitadas leyendas, liberados del yugo al que estaban sometidos. Empezó entonces la sucesiva serie de dictados inapelables a cargo del nuevo y estricto secretario Nuño, por ese entonces el adalid del peñismo renovador: la reforma irá adelante, no se negociará. El sagrado aspecto del derecho prevalecería intocable. Todos los maestros, según el mandato escrito, pasarían por el arco de las imperativas evaluaciones estampadas de manera indeleble en la ley. No acudir a ellas merecería el despido inmediato. Nuño Mayer empezó su pregón autoritario por cuanta escuela de infantes tuvo al alcance de su inconmovible mirada. No despreció ninguna de las fabricadas oportunidades para alzar su tronante voz. Todo el peso de una administración se puso en juego tras sus terminales palabras.
Se desató entonces la más feroz campaña publicitaria contra la figura del maestro mexicano, en especial ese que se mostraba rejego a escuchar el mandato, de muy alto octanaje, emanado del oráculo de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Los policías militarizados salieron a las calles por millares con la consigna de hacer posibles las celebradas evaluaciones y proteger a los obedientes. Todo parecía que el proceso, en efecto, se orientaba por el rumbo entrevisto desde las cimas decisorias. La CNTE empezó, aunque titubeante, a reorganizarse a pesar de la aprehensión de varios de sus dirigentes. Echaron mano de su bien probado espíritu de resistencia y decidieron plantar cara muy a pesar de lo terrible de las condiciones de persecución, gases y cárcel desatadas por el gobierno y celebradas por sus altavoces incondicionales.
Poco a poco se mostraron, en calles y plazas, los insospechados alcances de la movilización en proceso. Los contingentes magisteriales se empezaron a contar por miles, alcanzando varios estados: Chiapas, Guerrero, Michoacán, Oaxaca. Los bloqueos (Pemex) y las tomas de carreteras se multiplicaron en una sucesión de rijosos encuentros. La autoridad siguió imbuida en su original postura de no negociar la ley y recurrir a la fuerza policiaca para enfrentar el conflicto. Vino entonces la tragedia de Nochixtlán y todo cambió de repente. Nuño tuvo que hacerse a un lado, aunque todavía trata de salvar algo de la cara ya perdida. El grupo enquistado en el poder federal se topó con su propia carencia de legitimidad para ejercer el llamado monopolio de la fuerza, un eufemismo de la capacidad represiva. La negociación se juzgó, finalmente, como recurso inevitable.
En un afán extremo de brincar la adversidad, la SEP presentó, después de casi cuatro años del ejercicio sexenal, el anunciado modelo educativo. Un reconocimiento claro, explícito, de que la famosa reforma no era tal, sino un callejón donde sujetar al sindicato de maestros en sus dos versiones: SNTE y CNTE. El actual llamado a enriquecer el dichoso modelo, recién presentado, ha desencadenado un vendaval de críticas bien sustentadas. Muchos de estos ponentes son de calidad fuera de duda y han destazado tan postrer subterfugio reparador de los arranques renovadores del oficialismo.
Independientemente de la validez o legalidad de la protesta emprendida por la CNTE, asunto complejo y debatible, queda por ver la capacidad política de un régimen ya muy cuestionado. Le restan dos años para rescatar algo de lo que ya se le ha extraviado. El aparato de convencimiento aún radica con feroz acento en el menosprecio y descalificación de los maestros opositores, sus invectivas cotidianas. Soslayan, ellos y las mismas autoridades, los flagrantes faltantes que aquejan a las instalaciones escolares, crucial obstáculo en el proceso educativo y señal inequívoca del real asunto de fondo: la desigualdad imperante que el modelo en boga pregona. Tampoco se oyen voces que pongan el acento causal en las insensibles exigencias de Nuño. La revuelta popular en mucho obedece a su inconsecuencia y desconocimiento del magisterio que quiso someter a cupular arbitrio. Y por ello los mexicanos pagan, sin deberlo, el alto precio de su soberbio deambular.