El ABC del deliberado desaprovechamiento taurino en México
unque ya nadie quiere acordarse es indeleble el elevado nivel de incompetencia del antiguo Cecetla (Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje), ya que a estas alturas del año estaríamos padeciendo en la Plaza México oootra infame temporada de novilladas sin pies ni cabeza ni público, pues cuando las cosas se hacen para cubrir un mero trámite y no para sembrar en cuadros profesionales y en muchachos que empiecen a interesar, la suerte está echada.
El repudiado Cecetla no se va ni desaparece sino que sólo cambia de personal, y al vasallaje le será informado cuando los señores feudales lo juzguen conveniente. Empero, hay quien se consuela con las ferias y corridas de Teziutlán, Huamantla, San Luis Potosí, Zacatecas, Guadalajara y Monterrey, que la fiesta de toros podrá ser atacada pero no desaparecida… excepto por sus despreocupados secuestradores-posedores, luego de que este país dejó de ser de los mexicanos para convertirse en propiedad de algunos mexicanos, al menos de nombre.
Sobrado de leyes incumplidas, México mantiene inalterable su sólida tradición de desperdicio de recursos humanos y naturales, en lo ideológico y en lo ecológico, incluida la lidia de reses bravas, hace décadas en manos de un duopolio tan poderoso como ineficiente y, más sospechoso aún, de sorprendente contraste entre su mediocre gestión taurina y el resto de sus negocios, en constante éxito.
El ABC de este desaprovechamiento taurino en nuestro país no reside, como sostienen algunos, en los patos –aficionados y público, cada día más ayuno de información y de posibilidades de formación– sino en las escopetas –magnates con operadores de bajo perfil, autoridades coludidas en el DF, estados y municipios, y medios de comunicación sin voluntad crítica–, empeñadas en un espectáculo taurino al gusto del poderoso duopolio, con toros sin edad ni bravura –nadie los exige y ninguno los torea– y carteles sin imaginación –hace años todas las empresas se disputan a los mismos diestros importados sin promover ni enfrentar a nuevos prospectos.
A este ABC del desaprovechamiento –desperdicio, despilfarro y deliberada ineptitud– de una tradición taurina en México con 490 años de antigüedad, corresponden también tres importantes apellidos de sólido prestigio en otras áreas de negocios, excepto en el taurino: Alemán, Bailleres y Cosío, triunvirato que se adueñó, con criterios opuestos a los aplicados en sus otras empresas, de la fiesta de toros en el país.
El primero, desde hace 23 años con licencia de funcionamiento de omisos gobiernos del DF para promover
la fiesta de toros en la Plaza México; el segundo, propietario de los cosos de Aguascalientes (2), Guadalajara, León, Monterrey, Irapuato, Tijuana, Ciudad Juárez y Acapulco, este último sin operar desde antes de que apareciera la demagógica Ley de Protección Animal, y el tercero, heredero y poco imaginativo propietario de la Plaza México, sin otro interés que recibir la mejor renta anual por el descuidado inmueble y nunca haberlo puesto a licitación, no sólo al mejor postor, sino al que mostrara el modelo de gestión que más beneficiara a la fiesta.
Si han de demoler la plazota y el estadio contiguo para otro imaginativo megacentro comercial, ¡qué lo hagan ya!, pero que al mismo tiempo se olviden de la fiesta de los toros, que esa falsa promoción sólo ha sido proporcional a sus complicidades, falta de transparencia y daños causados.