De no machucarse con la misma puerta
n mi anterior entrega discutí lo que sigue siendo un tema de debate: ¿cuáles deben ser los indicadores de pobreza para aportar estadísticas confiables sobre su importancia en México? Y cabría preguntar también: ¿para qué sirven dichas estadísticas? Porque no parece que un millón o más personas en pobreza y extrema pobreza modifiquen la imparable marcha de los programas neoliberales que están en el origen de tanta miseria humana y que las autoridades mexicanas asumen alegremente: del TLCAN al ATP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
En mi opinión –lo repito– el parámetro fundamental debería ser el grado de acceso a la alimentación suficiente, sana, de buena calidad y de acuerdo a las costumbres y tradiciones de las personas y las comunidades, porque quien supere esta barrera significan empleo u ocupación justamente pagados, acceso a la educación, vivienda y salud, de corte occidental o correspondientes a los saberes, técnicas, organización autogestionaria y medios ancestrales que han sido probados por la supervivencia de las comunidades indígenas y campesinas, pese al racismo, clasismo, explotación e infiltración de agentes religiosos, políticos y económicos, de que han sido constantes víctimas para romper su cohesión interna en beneficio de intereses asociados al capital.
Uno de estos agentes es la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que, con su Manual para agentes de desarrollo rural. Implementación de estrategias y proyectos para la pequeña agricultura en zonas rurales marginadas
(distribuido en mayo pasado) vuelve al ataque. Desprestigiada por su papel devastador en la agricultura mundial con la imposición de la revolución verde
que sustituyó con monocultivos y semillas supuestamente mejoradas, los policultivos autosustentables milenios ha, como los arrozales acuáticos de Asia, hortalizas con tubérculos y vegetales en África y, por supuesto, la milpa en América, ahora pretende volver, disfrazada de cordero para “contribuir con su experiencia y conocimientos (…) en un programa público de apoyo al pequeño productor, con el propósito de promover el incremento en la producción y en los ingresos de las familias rurales más pobres, así como su desarrollo humano y social (sic), para el logro de su Seguridad Alimentaria y Nutricional (¿?)”. Dicha guía “pretende orientar la labor de acompañamiento a las comunidades desde el nivel regional hasta el comunitario con la evaluación participativa de la comunidad… a través de técnicas y herramientas de la Promoción Humana y Social (¿?), para lograr que se involucren las comunidades en su propio proceso de cambio (¡!) por medio de un proceso en educación nutricional, financiera, de agricultura sostenible y de asociatividad (sic), que fortalece las capacidades de las familias en la búsqueda de su seguridad alimentaria y nutricional (¡recontrasic!)
Habráse visto semejante cinismo –diría la abuelita de mi padre–: no contentos con quitar a las comunidades del mundo la base de su subsistencia, imponiéndoles los monocultivos en beneficio del mercado neoliberal, habiendo empobrecido a miles de millones de seres humanos, la FAO pretende enseñar a las comunidades algo que siempre fue la base de su existencia y no han logrado quitarles por completo: la solidaridad social alrededor de la producción de sus alimentos, el saber sobre los nutrientes y propiedades medicinales de éstos, el cuidado de la naturaleza, la autogestión educativa en sus tradiciones y lenguas (aunque, como pueblos ocupados deban aprender la lengua y los valores de sus ocupantes, a lo que ellos no se oponen). Pero las intenciones de inducirlos a un cambio, cuyos alcances pueden ser exterminadores para nuestras comunidades rurales, deben ser revisados con atención por aquellos a quienes va dirigido el Manual de la FAO, para no machucarse los mismos dedos con la misma puerta. Es una cuestión de inteligencia elemental, pero también de consciencia… si se tienen principios éticos.