unque los programas de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos no estén completamente definidos en todos sus aspectos, es muy probable que la ciencia adquiera un papel cada vez más importante en la campaña de la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton. En contraste, es preocupante la forma en la que se ha expresado el abanderado del Partido Repúblicano, Donald Trump, ante asuntos nodales en los que la ciencia tiene un papel determinante. Si bien todavía no está todo definido en este campo, la trayectoria de ambos, la estructuración de sus equipos y algunas de las ideas que han expresado en sus recientes apariciones públicas permiten una primera mirada a sus concepciones científicas, a tres meses de que ocurra la definición sobre quién gobernará al país con el que compartimos una frontera de más de 3 mil kilómetros.
No es exagerado afirmar que lo que está en juego en estas elecciones es el liderazgo científico de Estados Unidos, una de las naciones que más invierten en la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la innovación, y que constituye un polo de atracción para el talento científico proveniente de todo el mundo. Es claro este papel preponderante y su gran influencia en el quehacer científico a nivel global, aunque también es cierto que desde hace varias décadas otras naciones ya los han venido superando en algunas áreas del conocimiento.
Donald Trump representa hasta ahora la mayor certeza de retroceso científico para Estados Unidos. Hay pocos antecedentes de sus posiciones respecto a la ciencia en su trayectoria anterior, pero hay dos ejemplos que no dejan lugar a dudas sobre las ideas del republicano (ya que son públicas y por tanto verificables). Una en relación con el cambio climático y sus efectos, y otra sobre la salud infantil.
En el primer caso las opiniones de Trump han estado motivadas por su oposición a las regulaciones impuestas por el gobierno de Barack Obama para limitar la emisión de gases de efecto invernadero provenientes de las actividades industriales. En un discurso se comprometió a frenar las regulaciones de Obama, a las que calificó de totalitarias
y retirar el respaldo de Estados Unidos a los acuerdos de la Conferencia de París sobre Clima, las cuales fueron firmados por 195 naciones. El magnate en el campo de la construcción se ha opuesto a las evidencias científicas que explican el calentamiento global como consecuencia de la actividad humana, y ha señalado que su gobierno se ocupará de enfrentar los desafíos ambientales que sean reales, y no los falsos.
En el tema de la salud infantil, Trump, quien se define como un cristiano conservador, ha relacionado la vacunación de los niños como causa de autismo (sobre lo que no existe prueba científica alguna) y se ha pronunciado por la aplicación de menos vacunas y en tiempos más largos, con el fin de evitar lo que el considera una de las causas de esa condición (en mi opinión en este caso no sólo expresa una postura anticientífica o de ignorancia, sino que representa un peligro real para la salud de los menores).
En contraste, Hillary Clinton ha señalado que en la ciencia y la innovación debe fincarse el futuro de Estados Unidos. La candidata demócrata se ha mantenido en la misma línea que el gobierno de Obama (sustentada en los datos científicos) sobre cambio climático. En la reciente convención de su partido señaló que hay que emplear todas las herramientas disponibles para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero ahora. En el área de la salud, la candidata demócrata ha manifestado en repetidas ocasiones la importancia de los programas de salud, con especial énfasis en la salud de las mujeres. A diferencia de Trump, cuenta en su equipo con un numeroso grupo de asesores científicos.
Lo que ocurra en esas elecciones tendrá consecuencias para la ciencia de México. Hay un aspecto especialmente preocupante. El tema del muro que Trump propone construir contra y a costa de los mexicanos, así como las continuas ráfagas de expresiones racistas en contra de los migrantes de nuestro país. Estados Unidos es el principal destino al que acuden nuestros jóvenes para estudiar un posgrado y allá trabaja un alto número (aunque no bien determinado) de profesionistas e investigadores mexicanos. Por la vecindad, los programas de cooperación entre científicos de los dos países son enormes. Si Donald Trump llega a la presidencia, es previsible que estos vínculos resulten muy dañados.
Todavía no está claro qué pasará en los próximos meses, pero es seguro que se exigirá a los contendientes definiciones más precisas sobre temas polémicos acerca del cambio climático, educación, salud, e investigación sobre células embrionarias y el genoma humano, tendremos así más elementos para examinar el lugar que ocupará la ciencia en el futuro de Estados Unidos y sus relaciones con México.