ras la decisión de los electores británicos de abandonar la Unión Europea, hay consenso en que uno de los elementos explicativos es el rechazo de amplios sectores del electorado británico que han sido afectados por el proceso de globalización. La ratificación de Trump como candidato republicano se entiende como resultado de electores estadunidenses que han resultado perdedores en los pasados 30 años. El recuento podría continuarse con Marine Le Pen en Francia y otros más en Holanda, Bélgica, Alemania. Lo relevante es que existe un generalizado fenómeno político: electores tradicionales de países desarrollados rechazan la manera en la que han ocurrido los procesos de integración económica.
Este rechazo es diferente al que por lustros se ha mantenido en América Latina y que explica el triunfo electoral de políticos de izquierdas en Brasil, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, entre otros. La ortodoxia ha mantenido que políticas redistributivas aplicadas por esos gobiernos, fundadas en incrementos tributarios y, algunas veces, en el gasto público, atentan contra los fundamentos económicos. De allí el calificativo peyorativo de populistas, que se extiende a la oposición a la globalización neoliberal.
Hasta ahora se aplicaba a políticas de izquierdas, pero resulta que se viene utilizando también para las actuales revueltas electorales contra la ortodoxia neoliberal en Estados Unidos y Europa.
Frente a estas revueltas electorales derechistas contra la globalización, resulta que desde los grandes medios internacionales se plantea la necesidad de recuperar el concepto de populismo reivindicando ciertas características que, en realidad, entre nosotros eran entendidas como políticas populares. L. Summers ( Financial Times, 7/10/16), ex secretario del Tesoro estadunidense, ha planteado la necesidad de un nacionalismo responsable y K. Dervis (Project Syndicate, 2/7/16) sostiene que hace falta un populismo constructivo. El planteo de Summers es interesante ya que reconoce que la responsabilidad fundamental de los gobiernos es conseguir el bienestar de sus ciudadanos.
Otra consideración importante de Summers es que los gobiernos deben fortalecer las políticas que buscan reducir la desigualdad y que apoyen a los pobres y a las clases medias. El planteamiento reconoce que, como ha señalado N. Roubini (Project Syndicate, 4/7/16), la creciente reacción contra la globalización puede contenerse a través de políticas que compensen a los trabajadores por los daños y costos colaterales. Se trata de que los estados nacionales se ocupen de obtener recursos económicos de los ganadores con la globalización para distribuirlos entre los perdedores.
El planteo debe extenderse a escala global, ya que una de las razones inmediatas de la reacción electoral en el Reino Unido y presente también en Estados Unidos y en Europa contra la globalización es la migración. Los pobres de África y de Asia migran hacia Europa buscando mejorar sus condiciones de vida. En sus países de origen, expoliados por siglos por los países desarrollados las condiciones económicas y políticas impiden conseguir un empleo que les permita mantenerse.
En este aspecto se ubica la propuesta de un populismo constructivo, que se ocupe de producir políticas exteriores en las que se encarne seriamente el compromiso en favor de la paz.
El populismo constructivo no debe permitir que se antepongan los intereses corporativos a principios básicos. Los derechos humanos, particularmente los de las mujeres y los niños, son innegociables. Forman parte de lo fundamental de los valores democráticos y no puede negociarse nada con gobiernos que los violan. Además resulta esencial que los mercados sean regulados con un criterio esencial: deben funcionar en beneficio de todos. El gasto público no puede, ni debe, restringirse por razones contables. Su uso productivo está ampliamente justificado y no genera sus propias fuentes de pago, de modo que el cociente deuda/PIB sea sostenible.
De modo que una parte del mainstream económico reconoce la necesidad de que la política económica se ocupe de lo desde hace mucho tiempo se ha planteado en nuestros países. Este apoyo a la propuesta de políticas populares, esto es, las que acentúan la obligación estatal con los que menos tienen y que se ocupan verdaderamente de ponerlas en marcha, ocurre cuando desde la derecha hay amenazas fuertes contra el funcionamiento económico de los países desarrollados. Nuestras derechas no se han dado cuenta de que los tiempos están cambiando. Ojalá las izquierdas lo entiendan.