El miedo se propagó en cuanto fueron difundidas las imágenes del ataque en Múnich
En Berlín, los habitantes abandonaron cafeterías, restaurantes y tiendas departamentales
Sábado 23 de julio de 2016, p. 21
Berlín.
En las calles de esta ciudad la gente parece desconcertada. Las miradas se entrecruzan y levantan un enorme por qué, que busca respuestas a las historias de antes, ahora. De todos lados. Tal vez sea siempre así, pero la calle que lleva a las puertas de Brandenburgo está cerrada y hay policías por todas partes.
El centro comercial Olympia, en Múnich, muy lejos físicamente de Berlín, parece hallarse a la vuelta de la esquina. El miedo se contagió en cuanto se difundieron las primeras imágenes. La gente empezó a abandonar los cafés, los restaurantes. Cuentan que las tiendas departamentales, que cierran a las ocho de la noche, se vaciaron antes de la hora, que señala el final del día laboral.
Son momentos de confusión que obligan a rastrear entre las culpas del racismo, por ejemplo, las explicaciones al terrible atentado, que mete tiros entre la gente pero que se clava entre los alemanes como espina en la planta del pie, que ya no los deja caminar tranquilos por sus hermosas calles.
Lo sabe Luis. Viene de la Patagonia a estudiar las relaciones entre Chile y Alemania. Cuenta con una sonrisa de amargura que apenas el fin de semana pasado halló entre los avisos comunes de la universidad tres direcciones, que prometían fiesta a quienes acudieran a ésta.
Así, aquella noche, tocó tres veces a tres diferentes puertas, las cuales se abrieron. Le dijeron que se trataba de festejos privados y que tenía que llegar con invitación. Sabía que el pretexto reiterado era sólo para impedirle el paso. Aceptó que nosotros, bajitos y morenitos
, no tenemos cabida en esos lugares. Eso no medra su interés por seguir en la escuela en este país, que parecería no quererlo, pero él se aferra a la idea de regresar a Chile con el título de doctor.
Los motivos de la sinrazón ahora ya no tienen importancia. Queda lo que viene: hallar a los culpables para que paguen el abono de esta guerra a plazos, que todos los días escribe una nueva tragedia.
A cada momento la memoria apaña un nuevo error. En enero de 2015, Charlie Hebdo. Luego, a finales de ese año, en noviembre, aquello que se conoce como el atentado contra el Bataclan, que en realidad fueron varios, los cuales sumaron más de 130 muertos. Posteriormente, Niza. Después, Turquía; ahora, Alemania.
Lo de hace un rato parece ya olvidado. Los cafés y los restaurantes vuelven a vivir minutos de sonrisas desenfadadas, de glotonerías nocturnas, y los carros de 12 pedales, en los que se vende cerveza, pasan por las calles con el pedaleo alegre de los jóvenes, quienes tal vez no saben del Olympia o, como a los mayores, ya se les fue de la memoria, que se cansó de acumular los tiempos del horror, que no cesan.