Poesía que, según eso, no es poesía
res alta y delgadita/ tu hermosura me provoca…” “Eres vaso de cristal/ que en la mar andas nadando…” Las citas provienen, alguno de ustedes las conocerán, de diferentes canciones rancheras y a mi modo de ver su eficiencia poética es incuestionable. “Mira qué nariz, qué boca/ qué cuerpo, qué cinturita…”, continúa la primera. Y la segunda: Como no te puedo hablar/ por eso te ando rodeando
. Y cierran, en el orden que llevamos: No la cambiaría por otra/ ni aunque fuera más bonita
. No seas ingrata, mujer,/ no me hagas andar penando
. Cierto, los arranques son más fuertes que los finales, explicativo el primero, coloquialmente suplicante (¿pícaro?) el segundo.
En otras y lejanas ocasiones he traído a cuento los siguientes versos de tinte trágico con que termina el Corrido de Francisco Sarabia: Carranza halló su muerte/ en un rayo asesino,/ Sarabia entre las aguas/ del río Potomak
. (Según Wikipedia a los 23 y casi 39 años respectivamente). Son cuatro de las más potentes líneas líricas que haya yo leído, bueno, oído –que leído, si acaso, alguna vez.
Digo que los compositores campiranos (o vernáculos) tienen (¿tenían?, ¿existen aún?) lo que suele nombrarse como oído, oído también, y fino, para la palabra. ¿Se trata de algo intuitivo? Es muy probable, pero no menos y quizá mucho más que su oír o su oído –propiamente un saber, que deviene saber hacer– proceda de la experiencia.
Pienso, no lo sé, que la invisibilidad que propicia, impone, el espectáculo nos impide llegar a ellos: que el ruido musical impide oír la música, que el ruido versero, que no versador…, etcétera.
He leído y releído, por primera vez como a los 25 y claro que todavía, varios volúmenes de recopilaciones hechas por la admirable Margit Frenk y siempre dejan contento mi corazón. Las leo, por supuesto, escritas, pero las oigo habladas o cantadas, de viva, viva voz. Nada de que hay poetas muertos
, ni populares, ni clásicos, ni cualesquiera otros en verdad poetas –parientes todos ellos.
No, por favor, me vengan con ese cuento.
Cierto candor, por supuesto que nada intelectual mas no por ello poco inteligente –amoroso o patético–, emana de los versos arriba reproducidos. Candor ya casi imposible de encontrar en nuestros actuales poetas.
E involuntariamente como que en mi cabeza préndese y se apaga este no tan excéntrico letrero: “Cuando la palabra ‘poeta’ ya es un título, se fregó, compañeros, la cosa”.