ólo han transcurrido tres semanas desde el referendo que decidió la salida británica de la Unión Europea: la Brexit. Es difícil imaginar otro periodo tan tumultuoso, en tiempos de paz, en la política europea del siglo reciente. El centro de la turbulencia ha estado, desde luego, en Londres: más en los estira y afloja que han sacudido a los dos mayores partidos políticos, pero también en la operación de los mercados, con episodios de extrema volatilidad cambiaria y bursátil. Han empezado a calcularse las repercusiones sobre la actividad, el comercio, los movimientos transfronterizos de fuerza de trabajo y la ocupación. Según un cálculo europeo, el crecimiento británico perderá hasta 2 puntos y el europeo hasta 0.5 en 2016-17. En la Unión Europea se vive un tenso lapso de espera: hay consultas sobre posibles opciones y algunas muestras de impaciencia. Parece haberse aceptado que no se trata de definir cómo responder a una afrenta británica, sino, más bien, de cómo construir una estrategia efectiva de limitación de daños. Así como se aceptó, aunque no de manera explícita, que Gran Bretaña debía integrar un nuevo gobierno para llevar adelante la compleja y prolongada negociación del retiro, parece aceptarse, de manera implícita, que la verdadera reconstrucción de la Unión sin el Reino debe esperar a las elecciones de 2017 en Francia y Alemania: pilares de la integración europea: antes, durante y después de la presencia británica. Como se señaló en el primero de estos comentarios una semana antes del referendo, en un ambiente de acentuada incertidumbre, la Brexit supondrá una transición larga, más de un quinquenio desde luego, y muy compleja
. Una distracción de esta magnitud debería ser el último de los lujos que se atreviera a permitirse una Europa en crisis. Sin embargo, con la decisión inglesa del 23 de junio se ha iniciado la larga y costosa travesía por terreno minado.
Sigue habiendo novedades, respecto incluso de la información básica del resultado electoral. Se dijo y fue aceptado de manera general que el triunfo de la salida se había nutrido por la indiferencia de los jóvenes, de los cuales habían preferido la abstención. No fue así. Encuestas más detalladas, reunidas y examinadas en la Escuela de Economía de Londres, muestran que casi dos tercios de los electores jóvenes y adultos jóvenes en efecto votaron: 64 por ciento de los menores de 24 y 65 por ciento de los de 24 a 39. Se estima que al menos 70 por ciento de los votantes jóvenes favorecieron la permanencia. (The Guardian, 10 de julio)
En estas semanas, en los escenarios de la política británica ha habido tantas muertes (políticas) como en las más cruentas tragedias shakesperianas, aunque con ribetes de ópera bufa. A este género corresponden los mutis sucesivos de Boris Johnson, Michael Gove y Nigel Farage, el trío siniestro que, tras conseguir la Brexit, decidió o fue empujado a perderse en las tinieblas. El primero regresó rescatado como ministro por Theresa May. El liderazgo conservador y la jefatura de gobierno los disputaron, por unos días, la ministra del Interior, Theresa May, que apoyó sin entusiasmo la permanencia, y la secretaria de Energía y Cambio Climático, Andrea Leadsom, tibia partidaria de la salida. Ambas libraron una justa de conservadurismo duro, trasunto de la pugna republicana en Estados Unidos. May se apresuró a advertir a los ciudadanos europeos que su continuada residencia en el Reino Unido dependerá de lo que ocurra en las negociaciones en puerta. No parece considerarlos personas, sino fichas en el tablero. Este tipo de mensaje ha aumentado la hostilidad contra los extranjeros residentes, europeos o no. Leadsom, tras un tropiezo verbal, se retiró, amparada en vagas excusas, y dejó la vía libre a May. La continuidad de Cameron se tornó insostenible y provocó su renuncia el miércoles 13. La sucesión se produjo por default, por huida sucesiva de los aspirantes, sin votación formal de los parlamentarios conservadores, un simple formulismo, pero también sin el voto (postal) de los miembros del Partido, que habría dado un barniz de legitimidad democrática.
Jeremy Corbyn ha sobrevivido hasta ahora, no sin dificultad, a la rebeldía de la mayoría de los parlamentarios laboristas. Se ha negado a abandonar un liderazgo para el que fue electo por el voto directo de los miembros del Partido. El 11 de julio, Angela Eagle, tras abandonar el gabinete sombra, anunció que disputará el liderazgo, pues considera que Corbyn ha perdido el apoyo para ejercerlo. Cuenta con el respaldo de quizá la mayoría de los MP laboristas, pero no necesariamente de la mayoría de los militantes. El Comité Ejecutivo Nacional del Partido confirmó que Corbyn será candidato en cualquier votación orientada a destituirlo.
Hubo voces que propusieron el adelanto de las elecciones generales. La idea fue resistida con el argumento de que elevaría la incertidumbre. Existía el riesgo de que, con los dos grandes partidos en crisis, una elección general abriera la puerta a opciones extremas o a situaciones de abierta ingobernabilidad. La sucesión intramuros de Cameron fue rápida y brutal, como siempre en la política británica, dijo un comentarista.
Los relámpagos de impaciencia que estremecen a veces el más bien reposado intermedio abierto en Bruselas, sede de la UE, en espera de la notificación formal de la salida británica, se ejemplifican en las declaraciones que formuló al Financial Times (8 de julio) Charles Michel, el primer ministro de Bélgica, un conservador como Cameron. Theresa May ha sugerido que las negociaciones comiencen el año próximo. No estoy cierto que las compañías y los mercados financieros puedan esperar tanto tiempo
. Se requiere un acuerdo entre el Reino Unido y 27 países. No sólo con dos o tres que acepten iniciar pláticas informales
, dijo. En tono más comedido, el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schultz, escribió el 12 de julio en The Guardian que las negociaciones formales debían iniciarse, sin rencor
, pronto, tras el receso de verano. Corresponde a la UE cuidar sus intereses y defender sus principios: el mercado único, por ejemplo, supone cuatro libertades de movimiento (capitales, bienes, servicios y personas), no tres o tres y media
. En ausencia de acuerdo, señaló, se tendría con el Reino Unido una relación estilo OMC, que no corresponde ni al interés británico ni al de la Unión
. El presidente de la Comisión, Jean Claude Junker, insistió en que no es admisible demorar las negociaciones de retiro. Vale reiterar: es mucho lo que está en juego para el Reino Unido, para Europa y para el mundo.