Transición interminable
Levamos 40 años de curiosa evolución política. Algunos le llaman transición a la democracia, pero a esa terminal nunca llegamos. En España se logró un pacto y en 18 meses se cambiaron las instituciones. Las nuestras han cambiado para degradarse.
¿Y la economía? En 1976 el peso valía 12.50 frente al dólar; hoy, si le quitamos los ceros, 20 mil. Todos los índices han ido en picada. Las clases trabajadoras y la clase media tienen entre cinco y siete veces menos capacidad de compra que hace cuatro décadas.
Entonces había un presidente imperial, un partido hegemónico y una capital controlada. El sistema no era ni una dictadura, ni una democracia. Hoy tampoco, pero no hay estabilidad política, ni hay paz. Han gobernado ocho presidentes –seis priístas y dos del PAN– con la misma política económica y crisis financieras recurrentes. Uno solo, Zedillo, hizo una reforma en serio, anulada por sus sucesores.
Hemos navegado sin rumbo haciéndonos ilusiones que cada nuevo sexenio iban a mejorar las cosas. Pero no, no mejoran. Y no se debilita la corrupción, ni el poder de los monopolios que impiden el crecimiento. El control del gobierno sobre los medios y de los partidos sobre la población marginal goza de buena salud. Hemos buscado la ayuda, la inspiración, la protección de Estados Unidos, pero eso no nos ha traído prosperidad, ni la va a traer, ni mucho menos igualdad. En 1976 14 por ciento se quedaba con 43 por ciento del ingreso, hoy uno por ciento se queda con 40 por ciento.
La decadencia no tiene límites. Nuestra población es menos sana, educada, competitiva y tiene mucha menos capacidad de consumo. Esto no se debe a que seamos de mala raza, ni católicos providencialistas, ni a nuestro gusto por el mezcal o las fiestas, ni al fracaso de nuestras teorías económicas.
¡No, señores, la culpa y la solución están en la política! Si queremos la democracia tenemos que organizarnos y retar al impresionante conjunto de burocracias partidarias instrumentos de la oligarquía, la verdaderamente beneficiaria de este sistema enfermo. Nuestro futuro depende del despertar de un nuevo segmento que incluya a los trabajadores organizados, a los jóvenes, a la clase media y a los empresarios verdaderos, asfixiados por la complicidad entre los conjuntos monopólicos y la clase política. Reconozco que es difícil ser optimista. Sólo si la política cambia podemos darnos el lujo de la esperanza.
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