ace unos meses se puso de moda la versión de los dos Méxicos
, con que la inefable máquina de recetas y consultoría à la carte McKinsey resumía las paradojas de la globalización mexicana. Sin embargo, más allá de ramplonas simplificaciones, habría que hablar de una economía y un sistema social cruzados por una heterogeneidad estructural que abate las ganancias de la productividad, impide que éstas se filtren a las zonas más atrasadas y reproduce los mecanismos primordiales de lo que el gran Aníbal Pinto llamara concentración tridimensional del progreso técnico y sus frutos
.
La de México no es una economía de baja productividad, sino una donde las ganancias no se distribuyen regional ni sectorialmente, y la productividad ganada gracias a la apertura comercial y financiera y, más en general, a la modernización elitista desplegada en las últimas décadas, no se disemina en el conjunto del cuerpo económico nacional. De esto ha hablado y escrito con suficiencia y pertinencia Jaime Ros en sus dos libritos
sobre el estancamiento y las trampas del crecimiento mexicano publicados por el Colmex y la UNAM en su colección Los grandes problemas. Por cierto, su último alcance ha empezado a circular como un Anuario de la economía mexicana, cuyo primer número se debe a sus esfuerzos como editor de ésta que, sin duda, será obra obligada de consulta y referencia, así como fuente para un debate indispensable, rehusado una y otra vez por los que mandan y sus adláteres.
Enfrentar este trialismo
, como lo llamara Enrique Hernández Laos, supone estrategias y políticas expresamente dirigidas a romper y subvertir los nudos ciegos que han llegado a conformar nefastos círculos viciosos de la pobreza y el abuso del poder y el privilegio. Tal es hoy, con toda evidencia, nuestro Sur actual que en efecto existe, pero no necesariamente para bien de sus pobladores y de la República entera.
Los planes gubernamentales resumidos en la fórmula de las zonas especiales o exclusivas irían en esa dirección, pero los tijeretazos al presupuesto y la indecisión para lanzarlos como auténticas empresas nacionales y del Estado no dan lugar a muchas esperanzas. Como fuere o vaya a ser, el Sur y Mesoamérica se imponen en imaginarios, inventarios y expedientes de los organismos financieros internacionales, de los escritorios de la seguridad nacional y, seguramente, de los órganos de inteligencia de las fuerzas armadas.
Lo único cierto es que sin desarrollo ni crecimiento mínimo, todo se vuelve callejón sin salida, y la violencia subsiguiente, proveniente de las fuerzas del orden o de grupos aventurados y aventureros, no sólo ensombrece los escenarios, sino que impone la oscuridad política como el panorama dominante del presente y de lo que venga. Atrapados sin salida, diría algún desvelado.
Del desarrollo desigual y combinado nos hablaron Trotsky y sus discípulos, y de heterogeneidad estructural como matriz dominante del carácter y la estructura social de la región nos ha ilustrado la Cepal. Es ahí donde abrevan las viejas oligarquías y donde las ambiciosas élites de las reformas de mercado, sin fecha de término, topan como chivas una y otra vez.
Imposible que con tanta prisa como la que ha acompañado al gobierno y, ahora, a su secretario de Educación, podamos aspirar a implantar el clima de conversación y diálogo que esta gran división nacional reclama. La premura, el ya, ya
y el aquí y ahora
se han probado una y otra vez, paradoja de paradojas, como los principales enemigos de un desarrollo integral que incluya social y productivamente como base de su reproducción ampliada y deje de ver la exclusión como un incidente del camino modernizador que alguna vez se superará.
El Sur no es otro
México, sino parte indisoluble del México total: el que vota o reniega de la política; el que gana y se mantiene con ello y el que apenas obtiene lo mínimo y no puede subsistir sin el auxilio de las transferencias del Estado; el México que aspira, presume y hasta goza y el que apenas respira y no puede darse el lujo de suspirar. Todos ellos, por distantes que estén, ven, sienten y sufren la política antidemocrática de unos estamentos encaramados que han hecho de la descentralización y el supuesto federalismo fuente de pingües beneficios y mucho, pero mucho, poder irresponsable y hasta ilegítimo e ilegal, como se mostrará pronto en Veracruz y podría ocurrir en Chihuahua, Chiapas, Puebla y Nuevo León.
Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Chiapas, vastas zonas poblanas periféricas alejadas de la modernidad de escaparate que tanto cultiva su actual gobierno, conforman el México de la urgencia y la emergencia. El México que, sin duda descontento con el desempeño de sus profes
, pone por delante, sin embargo, su reclamo y enojo con el Estado y sus gobernantes locales para dar lugar a una coalición de los hechos que ha desembocado ya en una crisis profunda del orden existente sin relevo a la vista.
Poner a la fuerza armada frente a estos contingentes provenientes de comunidades hartas del olvido y el desprecio es algo que la sociedad y el Estado no pueden permitirse. Celebrar la opción represiva justificada por los excesos y abusos incontables de las CNTEs
es aserrar el suelo donde pisamos y mantenemos a duras penas alguna verticalidad como sociedad nacional organizada como república.
Los hornos y sus horas nos llegaron sin que hubiésemos dado permiso y casa a la deliberación indispensable para que la democracia germine y se vuelva forma de gobierno y vida. Los Méxicos son demasiados, pero no podemos seguir haciendo como si fueran unos cuantos, todos parejos y en la misma sintonía. No es así; nunca lo ha sido ni será.