ualquier muchacho de preparatoria pudo haber predicho que el gobierno estaba entrando en un peligroso tobogán. Por varios lados se veían venir conflictos de diferente naturaleza. Se jugó con soberbia, muy brusco, sin destreza, se apostó muy fuerte o se hubiera requerido visitar al oculista. Un choque de fuerzas era totalmente previsible.
La Iglesia, el empresariado, un Congreso torpe, una política interior con visión de comisaría, el toro más duro a cargo de alguien impedido y arrogante. Morena lanzado, la debilidad del PRI, el triunfalismo del PAN, todo ello simultáneamente. El joven preparatoriano habría anticipado una colisión sin necesidad de ser asistido por el eficaz Sistema Nacional de Inteligencia (¿?).
Hoy, fuerzas desatadas están en curso de choque. De no adoptar el Presidente una postura de gran nivel, certera y eficiente, el país debe prepararse para algo serio, muy serio a corto tiempo. Al empresariado se le concedió todo antes de que terminara de pedirlo. En otros frentes el duelo está planteado.
La ingobernabilidad es tal que su combustibilidad fue calificada por el propio secretario de Gobernación como grave. El gobierno abrió más frentes de los que pudo gestionar. Cada semana estrenó uno más. El provocador de parte de la crisis presente, Aurelio Nuño, tiene cero experiencia en el manejo de problemas sociales. Entonces, ¿por qué se le nombró? Se toman decisiones dialogando con el espejo, sin respeto al interés social. Se azuza a la opinión pública contra los inconformes. La comunicación honesta gobierno-sociedad no fue posible, el gobierno ha desatado una guerra de engaños y ocultaciones en los medios.
Se pretendió acallar la violencia con más violencia. El uso de la fuerza oficial se dio primero, y sólo con ocho cadáveres como incitadores se accedió al diálogo. Ante el problema mayúsculo de ingobernabilidad en que el gobierno paulatinamente cayó, el Presidente se ha mostrado distante, imperturbable, decidió ser inflexible. Mientras Osorio pretende abrir el diálogo, Peña lo revienta desde Canadá, ¿así lo habrán planeado?
La gravedad del momento ha tenido una larga gestación que el gobierno no quiso ver. No advirtió que la ingobernabilidad en que vivimos es la acumulación de fallas que se revelaron a partir de los pecados nunca expiados de la casa blanca. Ese increíble acto de corrupción definió la historia de la administración para siempre y prendió el ánimo del pueblo. La ofensa a la sociedad fue correspondida con la pérdida del respeto al Presidente y la esperanza en su gobierno. Desde el deplorable caso de la casa blanca el Presidente ya no pudo retomar ni el liderazgo ni la autoridad ni la confianza. Un gobierno sin ese capital es un gobierno en quiebra y… faltan dos años.
Por hoy las fuerzas negativas están desatadas. Es aventurado anticipar en detalle qué pasará en ese largo trecho, pero sí hay bases para pensar que este gobierno está tocado, acorralado, indefenso, y eso puede llevarnos a graves lamentaciones. El problema de Peña es cómo apagar el incendio, y, ciertamente, no es con más fuerza. La prudencia le sugeriría averiguar qué son las garantías constitucionales. El abuso de la fuerza nunca ha conducido a un fin feliz, anticipa un mal mayor y terribles costos históricos. Los escasos dos años de hoy al día de la elección presidencial se anuncian preñados de complicaciones, a las que hay que agregar que por la causa lógica de la sucesión, el gabinete habrá de escindirse y buscar la mejor sombra del mejor árbol.
Los procesos sucesorios del pasado pudieron ser llevados con displicencia. Recordar al de López Portillo, quien presumía su dominio sobre ellos diciendo: será Miguel (de la Madrid) o Javier (García Paniagua), según sea el problema
. Aquel reprobable cinismo fue posible porque la antigua disciplina operaba. Hoy no existe; se exigirá del Presidente una actitud de gladiador que no tiene. Además de los frentes ya comentados, a él y al PRI le esperan los partidos oponentes, mejor dotados al menos con el valor de decir y de actuar con libertad sobre temas para ellos intocables.
Ya el obispo de Culiacán lo insultó y López Obrador lo emplazó a iniciar el proceso sucesorio, a renunciar a Osorio Chong y montar un gobierno de transición, lo que muestra la destreza de AMLO y el arrinconamiento de EPN. En Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo están sucediendo verdaderas atrocidades a cargo de los gobernadores perdedores y sus congresos priístas. La actitud del Presidente, su secretario de Gobernación y su partido es disimular. La única explicación es la más lamentable: no pueden meter las manos y ya ruedan hipótesis que explican por qué.
Vivimos un momento verdaderamente grave, las malas noticias de ayer son acalladas por las de hoy, pero su daño subsiste anticipando lo preocupante del inmediato porvenir. ¿Cómo habremos de pasar estos largos meses? Habría que preguntárselo al muchacho preparatoriano con que se inició este comentario.
Para Pablo Velasco, con agradecimiento.