añana se decide en el Reino Unido la permanencia o la salida de la Unión Europea. Es una decisión histórica. El futuro de Europa y hasta de la economía mundial pueden estar en juego. Por eso el debate ha sido intenso y, frecuentemente, indecoroso.
Uno de los principales temas que atraviesa la discusión es el de la migración y por ello las acusaciones de racismo han ido y venido entre los que participan en esta controversia. Y si bien el tema de la migración es importante, lo es también la otra gran vertiente del debate: el futuro del neoliberalismo en Europa.
Quizás el punto más trascendental en el debate sobre la salida del Reino Unido de la UE es el de los poderes centralizadores de la Comisión en Bruselas. Ese organismo promovió la aplicación de la mezcla de políticas macroeconómicas más ineficaz que se conoce como respuesta a una crisis que no vio venir y que, por consiguiente, tampoco pudo prevenir. Rindiendo pleitesía a los dogmas más queridos del neoliberalismo y, en especial, al de la austeridad fiscal, la Comisión es culpable de uno de los desastres históricos más espectaculares en Europa desde la segunda guerra mundial. Su terca oposición a una política fiscal flexible que podría haber contribuido a enfrentar la crisis es hoy un ejemplo de libro de texto sobre cómo agravar una recesión. La destrucción de la vida de millones de personas en todo el continente, en especial en los países de la cuenca del Mediterráneo, es resultado de su soberbia e incompetencia, así como la de sus aliados en el Banco Central Europeo (y, dicho sea de paso, en el Fondo Monetario Internacional). Por eso una de las preguntas que se hace buena parte de la izquierda en el Reino Unido es fácil de comprender: ¿por qué permanecer en un esquema neoliberal que ha sido responsable de la destrucción de la economía europea?
El proyecto de integración europea fue visto por algunos como una fuerza que podría balancear y frenar los peores abusos del capitalismo en el Reino Unido. Pero el Tratado de Maastricht firmado en 1993 ya consagraba los principios del neoliberalismo en el plano macroeconómico, en especial las limitaciones al déficit fiscal. Y como la regla sobre déficit fiscal no es otra cosa que un mandato para recortar el gasto público (afectando directamente a rubros como salud, educación, vivienda y un medio ambiente sano), en realidad, se traduce en un ataque directo a los derechos sociales.
Posteriormente, con el Tratado de Lisboa de 2007 (en vigor desde 2009) aumentó el poder centralizador de varios organismos de la UE y, en especial, de la Comisión en materia de política macroeconómica al consagrarse el objetivo de la estabilidad de precios como la principal prioridad.
Vale la pena recordar que el Tratado de Lisboa fue un subterfugio para fijar a Europa en una trayectoria rígida de neoliberalismo. Así como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte fue un arma para amarrar las reformas neoliberales impuestas en México por el gobierno de Salinas, Lisboa fue el instrumento para reintroducir por la puerta trasera lo que se había querido imponer a través del proyecto de constitución europea. Ese proyecto fue rechazado en 2005 por sendos referendos en Francia y en Holanda. El proyecto constitucional tuvo que ser abandonado pero sus principios centralizadores y dogmas neoliberales fueron mantenidos en el Tratado de Lisboa. Así que aquí viene otra pregunta de la izquierda en el Reino Unido: ¿por qué confiar en las posibilidades del gradualismo para ir democratizando poco a poco la estructura de la integración neoliberal en Europa? Hay que ser optimistas, pero no ingenuos.
La verdad es que la Unión Europea no fue concebida para promover y beneficiar un proyecto social. Los derechos sociales arrancados al capital en la posguerra inmediata fueron desmantelados de manera sistemática, sobre todo a partir de Maastricht. Desde entonces, las prioridades fueron la desregulación comercial y financiera, la flexibilidad laboral (y su secuela de salarios estancados), así como la privatización de servicios públicos. Lo que hay que tener claro es que la destrucción del estado de bienestar no era una moda o una tendencia pasajera. Se basa en un proyecto que el capital buscó hacer realidad en toda Europa, concebida como espacio de rentabilidad y no como ambiente democrático. Y en su andamiaje institucional esa Europa neoliberal descansa en cuerpos de funcionarios que no tienen que rendir cuentas porque no han sido elegidos por nadie. Eso sí, están fuertemente comprometidos con los principios del neoliberalismo a ultranza. ¿Qué no se lo dijeron a Varoufakis con toda claridad? ¡Ninguna votación democrática puede ir contra los tratados y las reglas de la integración europea!
El futuro del neoliberalismo en la Unión Europea depende de muchos factores. Un eventual triunfo del Brexit podría convertirse en un golpe a los poderes centralizadores en la UE. Pero para cambiar el proyecto neoliberal lo que se necesita es un cambio radical en el paisaje político desde las bases nacionales en los estados miembros de la Unión Europea.
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