i rastros de sol durante el curso de la mañana del domingo. Más bien caía una llovizna que levantaba el bochorno. De pronto, sin anunciarse, el sol se abrió paso entre los nubarrones para iluminar la tarde. Justo cuando se escuchó la voz clara y alta de Hugo Gutiérrez Vega, su voz de actor que sabe dar cuerpo a la palabra, en la plaza de Saint-Sulpice, donde tiene lugar durante unos días el Marché de la Poésie.
Como si el sol hubiese deseado participar en el homenaje al poeta y lanzase sus rayos para formar un pentagrama donde inscribir las notas de la musicalidad de su poesía. Escuchar leer su poesía a Hugo es escuchar el ritmo melodioso de una época poética de varias generaciones del siglo XX. La poesía en lengua española escrita en México durante el siglo pasado heredó la cadencia a la vez sensual y guerrera, triunfante y arrodillada, de la generación del 98. Melancolía y nostalgia, pero también afirmación del presente: aquí y ahora
. Las variaciones de esa cadencia irían surgiendo de un poeta a otro, a lo largo de los años, creando nuevos ritmos, melodías novedosas, entre rupturas y vueltas a la tradición, rebeliones y añoranzas. La poesía de Hugo Gutiérrez Vega parece haber brotado de un crisol donde el poeta fundió los metales más preciosos con vegetales y tierra, acaso tratando de infundir vida al mineral. Por eso mismo, escuchar sus poemas traducidos al francés causa una turbación momentánea: como si se asistiera a una obra de la alquimia. El poema es el mismo y es otro. Las palabras cambian pero significan lo mismo. ¿Lo mismo? Tal vez, no. Y, sin embargo, hay ecos de la cadencia, la musicalidad del poema original. Variante a la manera de las improvisaciones de jazz.
La pasión de Patrick Quillier, él mismo poeta, por la obra de Hugo Gutiérrez Vega no ha sido estéril. Pasión verdadera, engendra cosas reales. En el caso, la edición de una breve antología bilingüe de los poemas de Hugo, titulada Amour sans forme, publicada por la editorial Wallada. De esta antología se leyeron textos de Hugo, primero en francés por Quillier, luego en su original español con la voz suave de Coral Bracho.
Sobrio, sin explicaciones, ni florilegios, ni juicios literarios, el verdadero homenaje fue dar la palabra a Hugo Gutiérrez Vega durante la hora que duró este evento, uno de los momentos culminantes del Marché de la Poésie 2016.
Cabe señalar que esta antología inaugura la colección La merlette moqueuse de la editorial Wallada. Y la verdad, la inicia con fervor: el de un poeta por otro poeta. Los poemas escogidos de Gutiérrez Vega, en edición bilingüe, son precedidos por un breve texto de Françoise Mingot-Tauran, quien señala: ¿no tiene el nombre de la estrella más brillante de la constelación de la lira?
El volumen cierra con un poema de Patrick Quillier, que lleva como título el nombre de Hugo y es dedicado a Lucinda.
Los aplausos del público se escucharon en toda la plaza. Un gentío pululaba por los estrechos corredores al aire libre entre los quinientos y pico de editores de poesía. Jean-Michel Place, creador del Marché, puede enorgullecerse de su obra.
Apenas terminado el homenaje a Hugo, se soltó un aguacerazo, milagro solar dedicado a su poesía.
Si este homenaje, como el dedicado a Juan Gelman en La Maison de la Poésie, fue uno de los puntos culminantes del Marché, los y las poetas mexicanos invitados se ganaron no sólo los aplausos del público: también su entusiasmo… y su asombro. Desde luego, Coral Bracho tuvo un lugar especial en esta calurosa acogida, con su poesía cincelada de miglior fabro como joyas. Julián Herbert con su olor a hielo en el relámpago/ de vodka de tu respiración
, Paula Abramo, Silvia Eugenia Castillero, Jorge Esquinca, Óscar de Pablo, Karen Villeda y el muy celebrado Luis Felipe Fabre.
La poesía necesita un refugio. Nuestro amigo Philippe Ollé-Laprune lo sabe y ha contribuido a ofrecer una calurosa acogida a la poesía mexicana en París.