no de los puntos más interesantes de la exposición que actualmente dedica la Cinemateca francesa en París a la obra del estadunidense Gus van Sant, es destacar una enorme diversidad artística que incluye el trabajo paralelo del cineasta como fotógrafo, músico y pintor, aspectos de su obra apenas conocidos en México. El propósito de este artículo es sugerir que la Cineteca Nacional incluya entre las próximas exposiciones de su recién inaugurada galería esta muestra notable, acompañada, naturalmente, de una retrospectiva fílmica del realizador de Portland.
Nada debiera impedir, en principio, que a la formidable exposición sobre humorismo en el cine mexicano, curada por Rafael Barajas El Fisgón, y a la muestra sobre el cine de Stanley Kubrick proyectada, según trasciende, para finales de este año, pudiera suceder esta revisión oportuna. Cabe referir, desde ahora, algunos de sus aspectos más sobresalientes. A partir de un trabajo de curaduría de Matthieu Orléan, la exposición Gus van Sant se divide en cuatro grandes secciones temáticas (Fotografía, Constelaciones, Pintura, Música), y no, como pudiera esperarse, según un criterio cronológico o representativo que puntualmente daría cuenta de la evolución del director a partir del examen de cada una de sus 16 películas realizadas hasta la fecha.
Así, la sección Fotografía recopila más de 200 capturas en Polarid de colaboradores y amigos del cineasta (desde Allen Ginsberg hasta William Burroughs y Ken Kesey, pasando por actores fetiche suyos como Matt Damon y Keanu Reeves), hasta composiciones de collage fotográfico que juegan con nociones de androginia confundiendo en un solo rostro rasgos viriles y femeninos, o con una alianza intergeneracional que funde rostros juveniles en las fisonomías de hombres muy maduros. A través de muchas de las fotografías se registra asimismo el clima de la llamada contracultura de los años 60, con los protagonistas y herederos de la generación beat y con el círculo de actores, músicos y artistas plásticos reunidos en torno a la figura de Andy Warhol. Esta sección establece, además, un diálogo original con otra exposición (The Velvet Underground-New York Extravagance) que ofrece en paralelo la nueva Filarmónica de París.
La segunda sección, Constelaciones, incorpora el trabajo fotográfico en gran formato de otros artistas, entre ellos Bruce Weber, que han registrado aspectos de las filmaciones de Gus van Sant, destacando su exploración del cuerpo masculino en películas como Mala noche, su debut independiente, o sus emblemáticas Drugstore Cowboy y My Own Private Idaho. Por un lado, el desencuentro amoroso entre un romántico empleado de almacén y un burlón y pendenciero indocumentado mexicano; por el otro, los escarceos desenfadados y homoeróticos de Keanu Reeves y River Phoenix, o los etílicos vagabundos shakesperianos en los suburbios de Portland. Como complemento de esta aproximación fotográfica, se muestran breves videos con el escritor William Burroughs –imprescindible director de conciencia del cineasta– perorando sobre la agonía espiritual de Norteamérica y el poder liberador de la mariguana y la mescalina. O un sugerente video experimental del joven Gus van Sant que en 1986 propone maliciosamente Cinco maneras de suicidarse.
La tercera sección, Pinturas, informa sobre una faceta novedosa del cineasta. Su trabajo plástico en formatos grandes y pequeños, desde la acuarela hasta el carboncillo y la técnica mixta, en el que, de nueva cuenta, los desnudos masculinos son un tributo a las exploraciones de Andy Warhol y David Hockney, todo en clave muy amateur, pero con destellos de originalidad donde sobresale el espíritu lúdico y burlón de los adolescentes de las primeras cintas del realizador. En el recorrido de cada sección es posible contrastar la enorme versatilidad del artista, quien de una cinta a otra es siempre imprevisible, alternando cine comercial y propuestas estéticas tan densas como el extravío existencial de dos jóvenes en Gerry o la muy hermética Últimos días, esa novedosa aproximación a la personalidad del músico Kurt Cobian.
Por último, la cuarta sección, Música, involucra de modo muy directo al visitante con la propia voz y composiciones del músico amateur que es Gus van Sant (álbum El Elvis de las letras, en colaboración con Burroughs, 1984), o la complicidad de k.d. Lang en Even Cowgirls Get the Blues, o el video Fame, con David Bowie, filmado por Van Sant en 1990, o su propia interpretación de Moon River, como homenaje a la película Desayuno en Tiffany. Como se ve, existen muchas maneras de organizar una exposición sobre un cineasta vivo. La que hoy propone la Filarmónica de París es tan proteica y original como el modelo mismo que la inspira.