os dirigentes que auspician y mucho se sirven del modelo vigente, van, por todos los confines, pregonando su idolátrica fe en la responsabilidad. Forman, sin dudas pero muchos reclamos populares, un exclusivo club donde se regodean a sus anchas. Ser responsables es su lema favorito y conjugado en todas las variables verbales posibles. Parece ya un motejo para toda ocasión y para liberarse de molestas pruebas. Son, fundamentalmente, hombres (pocas mujeres, por cierto) a quienes se les llena el pecho designándose de esa inelástica manera. Pero, centralmente, tiran de su responsabilidad cuando buscan la aprobación de medidas dolorosas (eufemismo de dañinas) para la población en general (austericidio ya le titulan) Su uso se torna indispensable a la hora de tomar decisiones que, con seguridad, afectarán el bienestar colectivo pero, de las cuales, ellos se piensan a salvo. En verdad, tal parece que se tildan de esa manera cuando ya no tienen –a lo mejor nunca tuvieron– razones para sostener algo distinto a sus propios intereses o, para convalidar los nerviosos mandatos de sus mentores y jefes.
La aprobación del conjunto de reformas llamadas estructurales han estado sumergidas en un insondable mar de responsabilidades auspiciadas por insignes responsables y la caterva de sus difusores. Tal calificativo se usa para justificar la precarización del trabajo al castigar, sin pizca de remordimiento, los ingresos (partiendo del salario mínimo) de los mexicanos hasta situarlos en un nivel que asegure la pobreza (ser competitivos). También se emplea para abrir de par en par la puerta a las ambiciones de las petroleras internacionales para hacerse con el crudo y el gas nacionales, en aras de la inefable modernización. Saben nuestros egregios responsables, y con cinismo harto probado, que de ello sacarán aunque sean migajas, a cuenta de regalías personales. Y así puede continuar esta inacabable perorata de responsabilidades asentadas en lo alto del poder. Pero hay materias reservadas para darle pulido, brillante uso a las responsabilidades: las finanzas públicas, un campo señero. En tan delicado terreno, el trabajo debe esmerarse hasta alcanzar alturas de responsable epopeya. Al adentrarse en los famosos fundamentales el aire mismo se purifica hasta la suave excelsitud. Aparecen entonces, límpidos, brillantes, los equilibrios macroeconómicos que dan basamento a otra cumbre nodal de la narrativa oficial: la estabilidad.
Al llegar a tan peliagudo asunto, los responsables, por demás conocidos, aseguran que el propósito mismo de su presencia es asegurar el funcionamiento pacífico del gobierno (gobernabilidad) y la continuidad de la nación entera. Nada queda por encima y menos restringe esta noción capital. La seguridad colectiva, la justicia, la igualdad, el bienestar ciudadano, la tranquilidad o la convivencia solidaria son sólo derivadas. A veces catalogadas de simples sueños de optimistas. Asuntos que pueden escalonarse en tiempos diversos, con tratamientos subordinados a los superiores intereses del sistema. Lo que cuenta es la estabilidad y esta quedará salvaguardada por los responsables. Y es así, de esta fantástica como inefable manera, como todo se justifica y ordena, como se jerarquiza y desecha lo contrario. No hay nada más allá de tan vital estado de gracia, desde su abarcante mirada, una auténtica conquista de la sociedad organizada. Poco importa que, al voltear hacia abajo, al otear entre los mortales comunes, la realidad hable de inconformidades a flor de piel, de contrastes grotescos entre los de arriba –todos ellos responsables, sin duda– y los de abajo, esos millones que se apretujan en el crujir de dientes.
Hace unos pocos días coincidieron dos eventos ejemplares (martes 31 de mayo). Por un lado, la muy responsable celebración de las autoridades, todas ellas pertenecientes al mundo hacendario, por una enorme línea de crédito (flexible le llaman) puesta a disposición de México, en forma por demás generosa por el FMI, que llega a la fantástica cifra de 88 mil millones de dólares. Tal línea de crédito es un aval a la fortaleza del país, dijo uno de los mero picudos responsables: A. Carstens. Se sostendrá así el tipo de cambio y la estabilidad, aseguró sin la menor sombra de inquietud. Y, por el otro, apareció un comunicado de la OCDE, oráculo de innegables certezas y prestigios, que difunde, como en este caso, los hallazgos de una de sus severas, confiables siempre, investigaciones sin condicionantes derivadas. México, dice el sereno organismo, bajó sus calificaciones en ocho de las 10 áreas específicas que cubre: compromiso cívico, salud, empleo, medio ambiente, satisfacción, vivienda, ingresos, seguridad, educación y comunidad. Un conjunto de, ciertamente, apreciables renglones. Aunque, dirán los responsables, todos ellos dependientes de la estabilidad.
No quedará otro remedio que seguir por esta senda, guiados por nuestros responsables, esos que afirman, sin toque ni retoque, que saben cómo hacerlo. Poco importará que sea ralo el crecimiento económico, menos aún que se mantenga a gran parte (60 por ciento) de la sociedad en la pobreza o que hayan aumentado 2 millones de pobres en sólo tres años. Alinearse con la derecha internacional, bajo la égida del acuerdo de Washington, del que son fieles, ejemplares seguidores, es poder cobijarse dentro de una zona de confort responsable que, por estos aciagos días, orea su pesado manto sobre el subcontinente. Desde lo alto de sus asientos de poder, los responsables señalan, con humeante mirada y voz firme, a los populistas. Los descubren en cualquier rincón donde se agazapan y los molestan para dirigir hacia ellos el desprecio que los embarga.