ermítaseme comentar brevemente que nuestra mezcla mexicana de petróleo de exportación lleva casi 15 días con un precio pegadito
a 40 dólares por barril. A principios de este mes, su precio medio anual por barril ajusta 30 dólares, cinco por encima de la excesivamente prudente estimación oficial de 25 dólares por barril señalados en los pre Criterios de Política Económica 2017. Pero esperemos el 8 de septiembre para ver la visión de la Secretaría de Hacienda para 2016 y 2017. Un precio superior a esa previsión oficial representaría –¡qué duda cabe!– un pequeño respiro para la astringencia fiscal, a pesar de que los movimientos del tipo de cambio sigan siendo no sólo riesgosos, sino tremendos y por demás inexplicables. Ni hablar.
Si observamos un poco el comportamiento de los llamados mercados
y de los denominados fundamentales
y –más específicamente – de las más recientes condiciones ligeramente descendentes de producción de crudo en Estados Unidos, no podemos considerar precios a la baja para lo que queda del año. Y si atendemos a algunas opiniones de especialistas, podemos pensar –como acaso lo sugerí hace unas semanas– en un precio medio anual por barril de petróleo mexicano de exportación del orden de 35 dólares. Puro oxígeno para las deterioradas finanzas públicas. Bastaría que el resto del año se registrara un precio medio de 37 dólares por barril para ello, tres menos que el cierre de la cotización de nuestro crudo señalado por Pemex el viernes pasado. Ya lo comentaremos a fin de año. Lo cierto es que el precio internacional del petróleo tiende a mejorar un poco. Y con él –por cierto– el de los residuales, entre ellos los de referencia para nuestro precio interno de combustóleo. Así, el residual de Houston de 3.0 por ciento de azufre hoy ronda 30 dólares por barril. Y cerca de 23 dólares en promedio a principios de junio nuestro residual, que tiene más de 4 por ciento de azufre.
Para ver lo que significa –entre otras cosas– consumir este residual en la generación de electricidad, recordemos que un kilovatio-hora (kWh) generado en una central térmica convencional representa alrededor de 800 gramos de bióxido de carbono (CO2) emitidos a la atmósfera. Y no menos de 20 gramos de bióxido de azufre (SO2) también arrojados a la atmósfera. Por eso estamos obligados a reflexionar sobre el consumo que aún tenemos para generar electricidad –en parte obligado– de no menos de 100 mil barriles diarios de combustóleo. Pero también debemos reflexionar sobre el consumo cotidiano para generar electricidad, de no menos de 3 mil 100 millones de pies cúbicos del también contaminante gas natural. Asimismo, de cerca de 15 millones de toneladas de carbón al año, contaminante como el que más.
Ahora bien, un juicio más justo sobre el papel de cada uno de estos combustibles en la generación de gases de efecto invernadero obligaría a reconocer lo que pasa en cada caso. Lo cierto es que –equivalentemente– a cada tonelada de emisiones de bióxido de carbono provenientes de la generación a combustóleo, corresponde 20 por ciento más en la generación a carbón. Y –eso es muy cierto– 50 por ciento menos en la generación a gas natural. Pero permítaseme reiterarlo. Esa diferencia no nos convoca –de veras que no– a concentrarnos en el gas natural como acaso lo estamos haciendo. Sí, en cambio, obliga a repensar –como se tiene que hacer en el sector transporte– en la estrategia para atender los requerimientos de electricidad de los próximos 10, 15, 20, 30, 40 y 50 años. Y aquí quisiera empezar a tratar los elementos del nuevo Programa de Desarrollo del Sistema Eléctrico Nacional (Prodesen) que acaba de presentar la Secretaría de Energía.
En este nuevo Prodesen (2016-2030) no se somete a escrutinio directo la responsabilidad de la industria eléctrica en la emisión de gases de efecto invernadero. Ni se ofrece la evolución esperada a ese respecto. Es cierto que se alude –muy breve y superficialmente– al cumplimiento de compromisos de instalación de centrales generadoras limpias, entendida en el programa de marras como unidades cuya fuente de energía y procesos de generación de electricidad producen emisiones o residuos en cantidades que no rebasan los umbrales establecidos en las disposiciones reglamentarias correspondientes
, invocando el artículo tercero fracción vigesimosegunda de la Ley de la Industria Eléctrica. En este artículo se determina formalmente lo que se entiende por energías limpias. Pero el Prodesen debiera ser más riguroso en el tratamiento de lo que –incluso oficialmente– se ha caracterizado como la sustentabilidad del sector energía, en este caso de la industria eléctrica. Y, más específicamente, en el análisis del denominado Programa Indicativo para la Instalación y Retiro de Centrales Eléctricas (Piirce) al que se destina todo el capítulo cuarto del nuevo programa oficial. Incluso –si se me permite señalarlo– el análisis no debe restringirse a la evolución de la oferta, cuya profundización debiéramos hacer en algún momento.
También debe profundizarse el análisis de la evolución de la demanda, en la que los programas de ahorro y uso eficiente (asimismo tratados superficialmente en este documento) son determinantes en el cumplimiento de las metas ambientales de nuestro país. Un kWh no consumido o ahorrado por mayor eficiencia, representa directamente no menos de 400 gramos de CO2 no emitidos a la atmósfera. No más, pero tampoco menos. En una perspectiva estratégica de control y abatimiento de emisiones en la que el transporte debiera electrificarse de manera creciente, los programas de ahorro y uso eficiente cobran nueva importancia. De veras.