l fin de semana pasado, centenares de maestros y maestras de la CNTE fueron expulsados de la Ciudad de México, pero apenas tres días después, se multiplicaron, son miles y están de regreso. Una ciudad como la de México, que durante décadas ha dado la bienvenida a decenas, cientos de miles de migrantes (incluido quien esto escribe), perseguidos políticos, campesinos, turistas, inversionistas, trabajadores organizados; una urbe de políticas sociales avanzadas, que quiere respetar la diversidad y la igualdad sexual, cuna de multitud de expresiones culturales, hogar de innumerables luchadores sociales, intelectuales y figuras de la literatura latinoamericana, repentinamente se la quiso convertir en un búnker hostil, que rechaza a los maestros por extraños e indocumentados. El intento del gobierno federal de expulsar a los maestros de una metrópoli que es parte central de su historia como mexicanos, contradice todo el proceso civilizatorio que con enormes sacrificios y luchas se ha construido y se mantiene. En sólo dos noches de persecución y acoso, toda esa historia se puso en entredicho. Eso no lo sabían quienes dieron las órdenes, pero tampoco sabían del relámpago de indignación que dentro y fuera de la ciudad recorrió escuelas, universidades, lugares de trabajo. Chiapas ardió y el gobierno descubrió este pasado miércoles que para contener la llegada de sólo unos cuantos miles debía cerrar la carretera México-Toluca y, con eso, hacer pagar un precio altísimo a la ciudad toda. Como el precio en conflicto y parálisis que desde hace tres años se le cobra a la educación del país.
La única salida real del entrampamiento sigue siendo el diálogo. Y es urgente, no sólo porque la educación está con el lastre de una reforma que no transforma, sino también porque la situación ha hecho visibles dos problemas aún más serios. Uno, que el recurso a las soluciones cada vez más simbólica y realmente violentas refleja el agotamiento no sólo de las posibilidades de diálogo en el terreno de la educación, sino también, dado el papel tan amplio que tiene la escuela, en todo el país. Un Estado que no dialoga y que avanza hacia soluciones de fuerza pierde cada vez más su apariencia de imparcialidad en los conflictos y de procurador de la seguridad y bienestar común. Con mayor frecuencia, muchos más lo ven precisamente como una injerencia que provoca confrontaciones en los ámbitos educativos.
El segundo problema se suma al anterior. La SEP y la misma Presidencia afirman que todo el conflicto con el magisterio lo explica no una reforma equivocada, sino una veintena de líderes que no quieren perder sus privilegios. Sin embargo, ante la rebelión de decenas de miles en buena parte del país, la pregunta obvia se la hace al Presidente la periodista Rosa Elvira Vargas: entonces, ¿por qué el rechazo?
Y la respuesta del primer mandatario es de una fuerza sísmica mayor: no sé a qué atribuirlo.
( La Jornada, 23/5/16, pág. 4). Hay que agradecer la franqueza, pero no el hecho de que el enorme sector educativo esté sumido en un conflicto sin precedente y sin salida aparente, sin que los responsables tengan claro qué sucede, quién es el otro que se resiste, por qué se resiste y por qué el conflicto no se va a resolver con la represión. José Revueltas, en una de sus novelas, describe magistralmente la escena de un grupo de ciegos que protestan y son atacados a macanazos por la policía en Puebla. Una escena felliniana que ahora se repite, pero al revés. Quienes atacan y reprimen, quienes expulsan y encarcelan, no conocen, no ven al adversario, no saben por qué son ya tres largos años, ni menos perciben que dentro de un año o dos la situación va a ser exactamente la misma o peor.
La combinación, en el seno mismo del Estado, del monopolio de la fuerza con el monopolio de la ignorancia respecto del otro, es sumamente peligrosa, porque ya sin el freno y la ponderación de la racionalidad y en un ambiente tenso se pueden desencadenar procesos de violencia abierta. Para desactivar esta situación, como dirían los procuradores de la paz, no es ni siquiera necesario hablar primero de la reforma, lo indispensable es sentarse a dialogar el uno frente al otro, y una vez que comience a dibujarse la complejidad mutua y pasen atrás los estereotipos, es posible tocar el problema de la reforma y también verlo en toda su complejidad. En algunos tramos de los diálogos con los legisladores en el 2013 pudo experimentarse el enorme horizonte de información, aspectos no contemplados, maneras de ver la reforma y el conflicto y, también ahí, de inmediato y de mil maneras, surgieron perspectivas que llevan a replantear a fondo posturas hasta entonces irreductibles. Con todo eso, es posible avanzar a terrenos de convergencia, a acuerdos tentativos, soluciones, sin traicionar las inquietudes propias fundamentales. En esa perspectiva, el retorno de miles de maestros al centro de México no es un peligro, es una fuerza que obliga a un acuerdo duradero que dé paz al país, al menos en la educación. Por eso hay que sumarse a su demanda de diálogo.
P.D. El Consejo Universitario de la UACM, en solidaridad con los maestros, decidió nombrarlos visitantes distinguidos
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*Rector de la UACM