Cannes.
yer compitieron juntas las dos directoras restantes del certamen, después de que la alemana Maren Ade se ha convertido desde este domigno en una de las predilectas entre la crítica. El turno matutino le tocó a la también actriz Nicole García, quien presentó Mal de pierres (Mal de piedras), conformista melodrama sobre una mujer (Marion Cotillard) al parecer condenada a sufrir el amour fou sin ser correspondida.
Habitante de un pequeño pueblo del sur de Francia, Gabrielle (Marion Cotillard) se enamora perdidamente de su maestro de literatura, que ya tiene pareja y no está interesado en su alumna. La mujer reacciona mal, con claros síntomas de histeria, al grado de que su madre prácticamente se deshace de ella, ofreciéndola en matrimonio al callado labriego José (el inexpresivo Alex Brendemühl), refugiado catalán de la guerra civil. Gabrielle se resigna a una vida conyugal sin amor.
Cuando se descubre que ella sufre de cálculos renales –enfermedad al que alude el título–, Gabrielle es internada en un spa suizo, donde conoce a otro paciente, André (un lánguido Louis Garrel), veterano de la guerra de Indochina. Otra vez, la mujer se obsesiona por ese nuevo amor aparentemente ideal. Y queda embarazada.
Basada en un bestseller de Milena Agus, la película peca de obviedad a la hora de querer explicarnos la pasión de su protagonista. (Entre otros signos inequívocos, André se apellida Sauvage… salvaje, en francés.) Nada queda a la ambigüedad porque hasta Cotillard, actriz de considerables recursos, no ofrece muchos matices entre el amour fou y el desprecio que siente por José, uno de los maridos más humillados en la historia del género.
Por su parte, American Honey, cuarto largometraje de la británica Andrea Arnold, se centra en el personaje de Star (Sasha Lane), una chica que huye de su hogar para unirse a una pandilla de jóvenes reventados, que se dedica a recorrer pueblos estadunidenses vendiendo suscripciones de revistas. Quien la recluta –y la seduce– es Jake (el insufrible Shia LaBeouf), quien también es el novio de la exigente patrona Crystal (Riley Keough, nada menos que la nieta de Elvis Presley).
Estamos obviamente ante una road movie que recorre territorios ya explorados antes por Larry Clark y Gus Van Sant, entre otros. Alienados de la sociedad, los muchachos buscan sólo la satisfacción inmediata, sin preocuparse por el mañana. Si bien Arnold muestra a ratos la sensibilidad poética que nutría a su anterior Fish Tank (2009), ahora da la impresión de haberse embelesado en demasía de sus imágenes y el cancionero hip hop que las acompaña.
American Honey no parece haber pasado por el proceso de edición y asemeja un primer ensamble de todo lo filmado. Sólo así se explican las reiteradas tomas de los chavos cantando sus temas favoritos, en el interior de una camioneta. (Vistos desde atrás, por supuesto). Es previsible que antes de su distribución comercial, la película será recortada a una duración más sensata.
En este festival, la mayoría de las concursantes han denotado hasta ahora ese exceso de pietaje. Hasta la comedia alemana Toni Erdmann, que muchos han elogiado, podría beneficiarse de un editor más severo.
No he visto Neruda, del chileno Pablo Larraín, un título igualmente celebrado por el consenso de la crítica. Tampoco me asomé a Poesía sin fin, la nueva realización de Alejandro Jodorowsky, también chileno, y programada en la Quincena de los Realizadores. No es que tenga algo contra esa sección, la poesía o los cineastas chilenos. Es simplemente que los horarios de la sección oficial ocupan la mayor parte del tiempo disponible.
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